Isabella ignora el primer mensaje. Lo borra sin siquiera responderlo. No quiere arriesgarse a que Benedict vea algo que pueda enfurecerlo. Pero apenas guarda el teléfono, otro mensaje entra. Y luego otro más. Su corazón late con fuerza al sacarlo de nuevo y ver el nombre de Bruno nuevamente en la pantalla. “No tienes por qué seguir soportando a Benedict. Si él no es capaz de protegerte, yo sí puedo. Solo tienes que pedírmelo. Puedo ir al clan y reclamarte. Librarte de sus garras.” Isabella traga saliva, incómoda. La intensidad de sus palabras ya no suena protectora, sino sofocante. Por más que la ayuda con el vestido y el spa hayan sido un gesto noble de su parte, esta insistencia es demasiado. Mira de reojo a su esposo, quien sigue en silencio, con el ceño levemente fruncido. No puede p

