La presión de las manos de Benedict es intensa, pero su voz permanece baja, controlada, cargada de autoridad. Sujeta las muñecas de Alessia con fuerza, clavando sus ojos en los de ella.
—Habla de una vez —dice, cada palabra pronunciada con un filo que corta el aire.
A su alrededor, los transeúntes apenas notan la tensión. Para ellos, parecen una pareja sumida en una conversación emocional, una escena de telenovela en plena calle. Nadie se imagina que, para Benedict, esta es la última oportunidad que le da a Alessia antes de romper con todo.
—No tengo nada que decir —susurra ella, con los ojos vidriosos. Las lágrimas empiezan a brotar y su voz tiembla—. ¿Qué quieres que te diga, Benedict?
Pero él no cede. Toma su barbilla con una mano, apretándola con fuerza suficiente para obligarla a
