Benedict, sentado en el sillón con la mirada fija en Isabella, se frota las sienes para aminorar el dolor de cabeza. Han pasado más de treinta horas y ella sigue dormida. El doctor vino a verla hace un momento y dijo que era probable que despertara en las siguientes horas, pero él está impaciente. Verla así solo aumenta su rabia. —Jefe, si quiere, yo puedo quedarme con ella mientras va a descansar un rato —dice Blas a su costado—. Si ella despierta, voy a llamarlo de inmediato. Un gruñido de insatisfacción es la respuesta de Benedict. No ha ido a dormir en este tiempo y tampoco le hace falta, aunque ya Blas le trajo una muda de ropa y pudo refrescarse en el baño de la sala. Al no recibir una contestación positiva, sale de allí. Benedict se entretiene por unos minutos en su computad

