La noche había caído cuando Leander cruzó las murallas del palacio. La luna se alzaba sobre los tejados de Ceviel, fría y perfecta, como si quisiera recordarles que el mundo seguía observando. Pero dentro de él, solo había ruido. Llevaba horas en el bosque intentando escapar de sus pensamientos, pero estos lo siguieron como una sombra implacable. Karyna, el pasado, la culpa. Y luego, como una llamarada imposible de contener, la imagen de Altea: sus ojos desafiantes, su respiración entrecortada cuando estaba entre sus brazos. Entró por los corredores en silencio, sin escolta. Cada paso resonaba con el eco de algo que no sabía si debía o no desear. Frente a la puerta de la habitación de Altea, dudó. Su mano se cerró en el picaporte, y durante un instante pensó en volver atrás, pero el imp

