Capítulo uno. Juramento

1690 Words
Cinco años después. Alexander Abro los ojos lentamente mientas mis manos acarician inconsciente el frío mármol en la tumba de Helena y siento como el dolor me desgarra nuevamente, como si todo hubiese sucedido ayer y es que para el dolor no existe el tiempo. Cada vez que cierro los ojos veo el cuerpo de mi amada caer por culpa de un enfrentamiento en el que no teníamos nada que ver. La impotencia y el dolor me desgarra y me destruye poco a poco y lentamente. —Feliz aniversario, Helena —le digo como si ella pudiera escucharme. Dejo un ramo de rosas blancas sobre aquella fría tumba que es dueña de su cuerpo ahora. Aquella tumba que guarda los restos de mi amada. Aquella mujer que siempre tendrá un lugar privilegiado y exclusivo en mi corazón para siempre. Cierro mis ojos y me siento de nuevo destrozado por haberla perdido, el dolor y la culpa me carcomen el alma. El recuerdo de cada disparo en la Calle Larios y el disparo que impacto contra su humanidad y fue mortal para ella; me recuerdan que sus asesinos deben pagar y no me importa lo que tenga que hacer para conseguirlo, así sea vender mi alma al diablo. Elevo una plegaria al cielo y me persigno, tengo que marcharme de nuevo y no lo hago sin antes acariciar el mármol donde recita el nombre de mi amada Helena. —Si pudiera pedir un deseo, te aseguro que sería verte y oír el sonido de tu voz una vez más, sentir la calidez de tu cuerpo junto al mío y decirte cuanto te amo. Pero el tiempo no perdona y los deseos no se cumplen por arte de magia, no a menos que luches por conseguirlo y yo te prometo. Te juro Helena que voy a vengar tu muerte y solamente entonces podré reunirme contigo para continuar nuestro amor —le murmuro, mientras gruesas lágrimas caen por mis mejillas. Aquí en esta tumba no soy un agente entrenado. Solo soy un hombre destrozado por el dolor, un hombre que lo ha perdido todo. »Pronto volveré a ti, te lo prometo. S'agapáo —«Te amo» le susurro en griego, como a ella tanto le gustaba. Con una última mirada me despido de ella, no sabía cuánto tiempo tardaría en volver. Los planes estaban en marcha y era muy probable que la próxima vez que viniera fuera para quedarme a su lado para siempre. Dejo la isla de Santorini para volver a Atenas y despedirme de mis padres. Odiaba tener que hacer esto una vez más, pero ya no había vuelta de hoja. Me sumerjo de nuevo en mis pensamientos, es algo que no puedo evitar cada vez que estoy en Grecia y especialmente cuando vengo a visitar la tumba de Helena en el panteón familiar. Mis pensamientos son interrumpidos abruptamente al escuchar el ruido estrepitoso de un coche impactándose en la parte trasera del mío. Mire rápidamente por el espejo retrovisor y un hermoso Ferrari está empotrado contra el bómper de mi auto. Respiro profundo y bajo, sin ánimos para discutir, estoy agotado y sé que el día aún no termina. —¿¡Se puede saber qué diablos haces estacionado en este lugar!? ¿Es que no sabes leer o no sabes griego? —grita la mujer bajando de su auto. La rubia me mira furiosa por lo sucedido, pero… —Sé perfectamente griego, señorita. No es mi culpa que mi llanta se pinchara. No fue apropósito —digo sin quitarme las gafas de sol que llevaba puesta. Mis ojos estaban rojos e irritados por mi llanto. —¡Y una mierda! ¿Quién se hará responsable de mi auto? ¡Demonios recién lo he adquirido hoy! —la escucho gritar una vez más, mientras camina de un lado a otro. Adivino rápidamente que es extranjera, su acento y su mal fluido griego la delatan. —Lo siento, llamaré a la compañía de seguros y… —¿¡Lo siento!? ¿Crees que un simple lo siento, va a resolverlo todo? —Es todo lo que puedo ofrecerle, si no está de acuerdo resolveremos este asunto en presencia de mi abogado —le digo acercándome a ella y el olor a licor me hace picar la nariz. —¡Ningún abogado, estoy saliendo del país esta misma tarde! —¡Deja de gritar, estás borracha! —digo perdiendo la paciencia y entonces me doy cuenta de que estoy muy bien estacionado a la orilla de la carretera y es ella quien ha impactado deliberadamente contra mi auto. —Llamaré a la policía y resolveremos esto con un alcoholímetro —le amenazo y ella palidece visiblemente. —Me haré cargo de los gastos de mi propio auto y tú de los tuyos. Pero te prometo que esto no se quedará así, como que me llamo Irina. Recuerda mi nombre, pedazo de idiota. Respiro profundo para no responderle, no tiene caso y la veo partir, mientras me ocupo de cambiar el neumático pinchado para volver a Atenas… Tres meses después… Demoro exactamente dos semanas más para volver a Nueva York y vuelvo a convertirme en el agente King a cargo de la división de narcóticos y próximamente el espía de la DEA en la Bratvá. —Señor tenemos ubicado a Volkova, esta noche estará reuniéndose con gente importante en las afueras del antro Afrodita —escucho atento el reporte de uno de mis hombres. —Bien, ya saben lo que tiene que hacer. ¡No quiero ningún error! —grito consciente que si esta vez fallamos no tendremos una nueva oportunidad en mucho tiempo. —¡Si, señor! —Bien, llama a la chica y a Moore. ¡Que empiece el show! —exclamo con una sonrisa en los labios. Este es el principio del fin del ruso y su organización. Sergí Volkova, mi objetivo principal desde hace cinco años, desde que sus hombres asesinaron a Helena en Málaga por un maldito enfrentamiento de territorios y junto a Helena murieron muchos más que no tenían nada que ver con el crimen organizado. Por ella y por todos aquellos inocentes que murieron ese día buscaría justicia. Cumpliría mi promesa y obtendría mi venganza por amor. Vuelvo mi atención al escenario, mi misión esta noche es proteger a la francesa e infiltrarme en la Bratvá. Sin embargo, sé que las cosas no serán así de simples. La horda de hombres fuertemente armados que irrumpen en el antro, me recuerda que el ruso no es un hombre fácil de impresionar. Su nombre y dinastía le precede y debo estar alerta más que nunca. —Águila uno, el objetivo se mueve en una Hummer H3 color negro, esperando órdenes, señor —la voz de mi hombre por el intercomunicador es la señal que necesito para poner el plan en marcha. —Copiado. Hazte cargo de proteger a la mujer —ordeno antes de girar sobre mis talones y coordinar la emboscada. Muevo a mis hombres tal como lo habíamos planificado y en menos de lo que canta un gallo. Sergí Volkova está rodeado por más de treinta hombres, agentes entrenados y listos para matar. Y habría sido un puto placer descargarle la tolva en el cuerpo y terminar con todo esto, pero la condición para tener esta misión en mis manos, era la promesa de desmantelar la organización rusa desde adentro y pese a todo soy un hombre fiel a su palabra. Subo al auto y enciendo el motor de mi Chevrolet Suburban, la nena que será sacrificada para la misión. Veo mi rostro en el espejo y cuanto a cinco. El intercambio de tiros se escucha. Detonaciones por aquí y por allá. Acelero el auto y golpeo una de las unidades que le impiden el escape a Sergí. Disparo contra las unidades evitando pegarles a algunos de mis hombres y cruzo el vehículo para evitar que alguna bala dañe al ruso. —¡Sube! —le grito abriéndole la puerta del copiloto. Lo miro dudar un par de segundos antes de verlo correr hacia el auto. —¡Sácame con vida de aquí y tendrás lo que quieras! —grita. Me contengo para no decir que es lo que exactamente quiero de él; por lo que asentí en silencio y acelero de nuevo la camioneta golpeando otra patrulla y disparando a cualquier lado. Conduje hacia los muelles, exactamente al embarcadero Pier 97 at Hudson River Park, donde una modesta lancha aguarda por mí. —No creo en las casualidades —le escucho decir al mismo tiempo que el seguro de la pistola hizo clic y el cañón está pegado a mi cabeza. —¿Es así como los rusos pagan sus deudas? —pregunto sin qué la voz me tiemble. —¿Cómo sé que no es una maldita trampa de los americanos? —pregunta sin apartar el cañón de su pistola de mi cabeza. —Soy griego y los griegos como sabrá, somos hombres de palabra y fieles a nuestras promesas —respondo con simpleza. —Maldita sea, ¿supongo que no tengo otra opción más que confiar en ti? —Pude dejarlo en medio de esa emboscada, señor, pero arriesgué mi trasero por salvar el suyo. —Lo siento griego, pero en este negocio la confianza no es algo que se pueda dar a cualquiera. Te daré el beneficio de la duda, siempre y cuando me ayudes a salir de este puto país —gruñó apartando la pistola y meciéndose el cabello. —Veinticuatro horas. Solo necesito veinticuatro horas para llevarlo a Rusia sano y a salvo. Si fallo, siéntase libre de apretar el gatillo, señor. —Tienes veinticuatro horas y si me traicionas te aseguro que no habrá piedra donde te escondas —amenaza, aunque sabe que no está en posición de hacerlo. —Soy Xander King —le di mi nombre ni falso ni real, pero necesito una base sólida por si al tipo se le ocurre investigar y sé que lo hará. —Sácame de aquí y te convertiré en mi hombre de confianza, traicióname y ni tu madre reconocerá tu cadáver.
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