Una semana antes La lluvia golpea el techo con suavidad. Es de esas noches donde el mundo parece más lejano, más lento. Dentro, solo existe esta habitación, su respiración tranquila y el calor que se forma entre nuestros cuerpos. Caeli duerme con una pierna sobre la mía, su rostro girado hacia mi pecho. Su pelo enredado cae sobre mi clavícula, y cada tanto se mueve apenas, como si incluso dormida no quisiera alejarse. Y yo, por mí parte, no puedo dormir. La miro con los ojos abiertos en la oscuridad, la contemplo como si intentara memorizarla, como si supiera muy en el fondo que esto es frágil, que no va a durar porque la culpa me persigue una y otra vez. No lo digo. No lo rompo. —¿No dormís? —susurra de pronto, sin abrir los ojos. —Estoy bien —respondo. Ella se acomoda un poco, sub