Capítulo 3. Ella no me abandonó.

2655 Words
Vanessa Thompson. Esa sensación de haber vivido una mentira toda mi vida, no soy capaz de pasarla por alto. ¿Hay algo real, al menos? Ahora resulta que ni siquiera conozco a mi verdadera madre. Y, aunque eso explica el comportamiento de quien nunca se preocupó por fingir su falso papel, no quita que sea impactante. —Vanessa, háblame —pide Angie, cuando ve que me quedo solo viendo a la nada, sin poder reaccionar. Siento rabia, decepción, angustia. Y una mezcla de sentimientos que ni siquiera puedo identificar. —¿Acaso es justo? —Es lo único que puedo decir. Angélica me entiende. Lo sé, porque suspira y se inclina hacia adelante para tomar mis manos entre las suyas y tratar de darme fuerzas. —No lo es. Pero mírale el lado bueno, Valentina ya no es nada tuyo, ni siquiera en pensamientos. Se me escapa una risa, pero no es divertida. —Pues sí, es un alivio que la mujer que siempre me ha demostrado lo poco que le importo, en realidad no sea quien me dio la vida. Pero no sé si eso es peor a saber que tengo una madre que, ¿qué?, ¿me abandonó? ¿No quiso saber de sus hijas? —Vanessa, no sabemos qué pasó. Yo te conté lo que sospechaba, esto era algo que debías esperar. Miro a Angie a los ojos, veo en ellos la intención de tranquilizarme, pero estoy en un punto en el que nada más pienso en todo lo que está ocurriendo en mi vida y no encuentro sentido a nada. ¿Es este ese momento del que tanto hablan, donde se supone que debemos tocar fondo para poder impulsarnos y salir a flote como personas más fuertes? Yo ya no quiero tener que ser fuerte. No quiero solo tener que nadar todo el rato contra la corriente. Quiero estar en paz, disfrutar de mi libertad ansiada, de mi embarazo. Nada más. Pero pareciera que me queda bastante por soportar todavía para poder disponer de esa mísera libertad que pretendo ganarme. —No podía esperarlo, Angie. A pesar de todo, de sus malas acciones, es la única madre que alguna vez he conocido. Y estoy tan acostumbrada a sus malas acciones, que los últimos años solo parecían rasguños, cuando debieron sentirse como puñetazos. Con ella ya sé qué esperar, ¿qué se supone que haga ahora?, ¿que le diga ‘mamá’ a una desconocida? Angelica me mira y hace un puchero que deja en evidencia lo bien que entiende mis emociones. Somos como hermanas, siempre ha sido así. Ella sabe cómo me siento, lo ha vivido conmigo desde siempre. Ahora sabe que es como empezar una nueva vida. La anterior fue una mierda porque estaba llena de mentiras, pero en esta tal parece que me muevo en arenas movedizas. —Estoy contigo, lo sabes. No estás sola. —Su seguridad es lo único que me hace sonreír, lo único que me calma un poco. Miro la bolsa en mi mano, esa que tomé por si volvía a fatigarme, en el mismo instante que por los altavoces avisan que vamos a aterrizar. Cumplo las instrucciones y cierro los ojos, el despegue fue una experiencia horrible y no creo que esta sea diferente. Es como si mi estómago se resintiera demasiado. Pero, por suerte, no debo hacer uso de la bolsa. Unos minutos después estamos oficialmente en tierras italianas. En el hangar privado un auto nos espera. Es uno de esos de color n***o, brillante y que se nota, cuesta sus buenos miles. Un señor de traje, con gafas incluidas, nos espera con un cartel que muestra mi nombre. Llegamos hasta él y de algún lado que no alcanzo a ver, sale quien supongo es su compañero, también de traje n***o, para recoger nuestras maletas y guardarlas en el auto. —Señoritas, sean bienvenidas a Italia. Yo seré el encargado de moverlas por la ciudad, a donde sea que decidan ir. La primera parada es la clínica donde está internado su padre —me mira a mí directamente—. Luego las llevaré hasta la residencia familiar, donde harán estancia. Por favor. Abre la puerta trasera del auto y nos pide subir. Yo abro la boca para decir algo, pero qué debo decir además de “gracias”. Sin embargo, el hombre de quien no conozco su nombre, continúa hablando, ahora en italiano, dando instrucciones a su compañero. Angie y yo nos subimos sin decir nada y cuando se cierra la puerta, nos miramos extrañadas. —¿Qué está pasando aquí? —pregunto, pero ella está como yo, se encoge de hombros, confundida. —Supongo que pronto lo sabremos —murmura y nos quedamos luego en silencio. No pasa mucho hasta que nos ponemos en movimiento. Ni siquiera sé dónde estoy, pero me dedico a ver por la ventanilla como si pudiera reconocerlo. En algo tengo que ocupar mi mente mientras me llevan con mi padre. A quien tampoco tengo muchas ganas de ver, pero quizás yo pueda entender esas verdades que me han ocultado siempre. Una hora después, llegamos a una clínica evidentemente privada. Y en extremo cuidadosa con la privacidad de sus pacientes. No dudo que mi padre tiene justos motivos para estar aquí, un accidente provocado es algo de relevancia y por demás, peligroso. Para entrar, hay todo un protocolo que debe seguirse. Angie y yo nos miramos, sin atrevernos a decir nada, mientras dejamos nuestras pertenencias y seguimos a una enfermera que nos guía hasta la sala donde debe estar mi padre. Son muchos pasillos y dudo mucho que yo pueda recordar el camino a mi regreso. O tal vez es que ahora estoy verdaderamente nerviosa, porque no sé qué me voy a encontrar. Angie me toma de la mano cuando yo comienzo a sentir que me falta el aire. No es que me sienta mal, que mi cuerpo esté necesitado de descanso o a punto de colapsar, es que en mi cabeza todo es un caos. —Todo estará bien, estoy contigo —promete, apretando mi mano y dándome una sonrisa. Yo me detengo, cierro los ojos y respiro profundo. Cuando me siento lista otra vez, seguimos a la enfermera. Un pasillo más a la izquierda y la mujer se detiene frente a una puerta, nos informa que es allí donde está mi padre y nos deja solas. No pierdo tiempo conteniendo este momento, si lo pienso dos veces, daré media vuelta. Todavía de la mano con Angie, para darme fuerzas, llamo a la puerta y espero. Del otro lado se escucha silencio por unos segundos, hasta que unos pasos pesados llaman nuestra atención. La puerta se abre y por un momento, solo veo zapatos italianos aparatosamente elegantes y por ende, caros, un traje de tres piezas de un color marrón oscuro y un cuerpo de constitución robusta, muy parecido al de mi padre. En esa fracción de segundo me convenzo que no es él, porque se supone que está convaleciente, pero cuando llego a su rostro, dudo. El hombre frente a mí se ve como una versión de mi padre, pero más joven. Si no estuviera con Angie, tomando su mano y siendo la prueba de que no estoy volviéndome loca y que ella ve lo mismo que yo, caería desmayada al piso. «¿Qué mierda es esto?». —Hola, Vanessa —saluda el hombre, con tono agradable y sonrisa radiante, pero con una voz profunda que me eriza la piel—. No me conoces, pero yo a ti sí. Su aclaración llega cuando yo lo miro impactada, conoce mi nombre y yo ni siquiera puedo dar forma a las ideas que me están pasando por la cabeza. —Estoy en desventaja, entonces —alcanzo a decir, a pesar de que me cuesta encontrar mi voz. El hombre extiende su mano y me dedica una sonrisa. Su expresión es tranquila, aliviada, hasta puedo decir que está feliz. —Curtis Wood —miro su mano y la tomo, el apretón es firme, pero no brusco—. Soy tu tío. Pestañeo, carraspeo y todas esas cosas que denotan sorpresa en cuestión de nada. También me parece escuchar una maldición de Angie detrás de mí. —¿Tío? —repito sus palabras, porque necesito asegurarme que no escuché mal. —¿Vanessa? —La voz de mi padre se escucha por detrás de él e impide que el tal Curtis me responda. Se quita del medio y es entonces cuando lo veo. Postrado en esa cama, rodeado de máquinas que no están conectadas a él, pero que igual me impresionan. Con un vendaje en la cabeza, una bata de hospital y una cara de mierda que no sé en realidad qué me provoca. En este punto debería correr hacia él, abrazarlo y agradecer que está vivo, pero no es el impulso. No puedo pretender que no guardo rencores y que su distanciamiento no influye en mi postura ahora. —Papá —susurro, doy un paso adelante en la habitación solo porque Angie me empuja disimuladamente por la espalda. Cuando me escucha, mi voz y que estoy frente, mi padre rompe a llorar. —Lo siento —su voz se escucha fragmentada, rígida y ahogada. Como si no pudiera evitar un nudo en la garganta que no lo deja hablar como debería. Verlo así de afectado me ablanda un poco, derrite un poco ese hielo que él mismo me hizo crear alrededor de nuestra relación de padre e hija. Deshago la distancia y mis pasos se escuchan fuertes en el silencio solo roto con sus sollozos. Cuando llego a su lado, tomo su mano, aunque me cuesta hacerlo. La mía tiembla y no soy capaz de controlar esos espasmos. —Pa…papá —trago en seco cuando repito esa palabra que tan poco significado tiene. —Callum, cálmate, te dará algo si te alteras así. Me volteo a ver a quien dice ser mi tío y aunque las dudas siguen estando frente a mis ojos, las aparto por un rato. Respiro profundo y aprieto la mano de mi padre, llamo su atención. Cuando sus ojos encuentran con los míos, suspiro. —Ya estoy aquí —susurro, haciéndole entender que a pesar de todo, de su poca atención como padre, tomé un vuelo de horas para venir a verlo. El llanto suyo se profundiza y cuando me atrae para abrazarme, no se lo niego. Me dejo caer con cuidado sobre mi padre y cierro los ojos. Las lágrimas comienzan a salir de mis ojos y no tengo claro por qué lo hacen, no sé qué es lo que estoy dejando ir, pero se siente liberador hacerlo. Siento su culpa saliendo de él, mientras se aferra a mí, me susurra por mi perdón una y otra vez. Yo no digo una palabra, pero no me separo. Al menos le doy a entender que quizás algún día pueda comprender su postura, asimilar su ausencia a pesar de estar a mi lado. No respondo a su perdón, pero le muestro que soy capaz de darle una oportunidad. A pesar de que sé que esto recién comienza. Que todavía llegarán más sorpresas, no lo dudo. Desde la noticia de mi madre que ahora me niego a preguntar siquiera, hasta lo que acabo de encontrarme aquí. Por lo visto, hay mucho que me he perdido. Sobre todo, porque siempre creí que mi padre no tenía más familia que mi hermana, Valentina y yo. Ahora resulta que tiene un hermano, que tengo un tío. Es claro, por el parecido, que no hay mentiras esta vez. No sé cuánto tiempo pasamos así, hasta que él se calma un poco y yo puedo incorporarme. Pero mi padre no me suelta la mano, ni siquiera cuando Curtis me acerca una silla para que me siente. Angie se mantiene al margen, casi que siendo una decoración más de la habitación. Por ahora me da tiempo y espacio, aunque sabe que la necesitaría, se queda para recordarme que está conmigo. Hasta que mi padre la ve y le sonríe. —Angelica, lamento que hayas tenido que ver este vergonzoso momento —se disculpa, su tono es ligero—. Pero quiero agradecerte, porque sin ti sé que mi hija no estaría aquí. Angie solo asiente, no dice nada y sonríe con la boca cerrada. Está incómoda. Miro a Curtis, quien observa a mi amiga con demasiada atención y sé que ella también lo notó, pero lo ignora a propósito. —Vanessa, hay mucho que debemos hablar y aunque el hospital no es el mejor lugar, no voy a salir de aquí en unos cuantos días. No quiero esperar tanto. —La voz de mi padre es un susurro, la emoción con la que empieza, no es la misma con la que termina. No tengo que ser adivina para saber que esto va a doler, de ambas partes. —Yo salgo, los dejo solos —exclama Curtis y señala a Angie—. ¿Nos vamos? Mi amiga solo enarca una ceja y me mira, me pide confirmación de si estoy bien con esto, con lo que viene ahora. Y sí, creo que lo estoy. Lo que a mí me preocupa es que ella deba salir sola con quien dice ser mi tío, pero que no conocemos de nada. —Estaré bien, sé defenderme —dice ella, entendiéndome. Y la cara de poema de Curtis no tiene comparación. Mira de una a otra, impactado, sin saber qué decir. Hasta que niega con la cabeza, levanta las manos y pide paz. —Yo no soy el enemigo aquí, sobrina —se voltea a Angie—, señorita. —No hablemos tanto y vámonos —responde mi amiga en su lugar, rodando los ojos y viniendo a mi encuentro. Me abraza—. Estoy a un grito de distancia, cuando quieras correr lejos de aquí, solo hazlo. Le guiña un ojo a mi padre, pasa por el lado de Curtis y sale de la habitación. Desde fuera vuelvo a escuchar su voz. —¿Te quedas o qué? Curtis sale de la habitación y cierra la puerta detrás de él, después de mirarme con la impresión dibujada en toda su cara. No se esperaba ese carácter de Angelica, definitivamente. Y parece que le gusta, lo que sería…¿raro? —Curtis es mucho menor que yo. Si no me equivoco, debe tener unos treinta y cuatro años —explica mi padre; es evidente que vio lo mismo que yo. —Igual es raro —declaro, porque así me siento ahora. No sé si porque acabo de saber que tengo un tío o porque ese nuevo tío está aparentemente interesado en mi mejor amiga. —Algo me dice que Angelica sabrá lidiar con él —murmura mi padre y se ríe. «Pues sí, eso es verdad». Tengo que aceptar que eso también me divierte y aligera un poco todo lo que está por caerme encima. Me recuesto a la silla y espero, sin presionarlo, a que se sienta listo para hablar. Miro el reloj en la pared y casi que sigo segundo a segundo. Comienzo a ponerme nerviosa. Y ansiosa. —¿Empezamos? —digo, cuando el tiempo pasa y mi padre no hace amago de contarme sus secretos. Ya van dos minutos completos. Mi padre carraspea. —Por años pensé que tu mamá, Lilibeth, me había abandonado —comienza y luego se calla. Levanto la cabeza y veo su expresión contrariada. Esto es duro para él, por lo visto. Me quedo con su nombre repitiéndose sin cesar en mi cabeza. «Lilibeth». —¿Y no fue así? —me atrevo a preguntar. No sé qué sería peor. Si esperar que lo hubiera hecho o que todas estas mentiras tengan una jodida explicación que luego me obligue a entenderlo y perdonarlo todo. —No. Ella no me abandonó. La chantajearon para que lo hiciera.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD