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Vibras Nocturnas

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Blurb

Una persona cuya identidad es desconocida, hace una recopilación de relatos donde el erotismo y la sexualidad son el plato principal, todas son contadas desde una forma descarada y explícita, hasta poética y romántica.

Conoce estos fragmentos pecaminosos, deja que te atrapen hasta el punto de quitar tu ropa y que tus manos recorran tu cuello, tus labios, tu pecho y si te arriesgas a cruzar el desierto, ese que está abajo, un poquito más al sur, te acompañarán a romper los tabúes de la sociedad, a empoderarte y extraer la lujuria que duerme en tu interior, pero que anhela salir con fiereza.

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Código de registro: 2304074002303

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MENTE INQUIETA
Mi mente estaba inquieta nuevamente y preparé una bebida caliente para relajar esta inusual sensación, me senté en el balcón viendo las estrellas que me acompañaban y de a poco algo despertó mis sentidos, comenzó con el aroma que se desprendía en el vapor al acercar la taza y vi tu rostro, entonces mis labios se posaban dejando correr aquel hirviente líquido por mi boca, sentía su recorrido en mi cuello, quizás más allá, pero ya no era el café, eran tus labios, tus manos, tu calor… Entonces mis ojos se cerraron y te aprecié frente a mí de rodillas, te veías exquisito y solo mordí mi labio con fuerza, tus dedos se deslizaban en mis piernas para abrirlas, pero tus ojos nunca abandonaron los míos. ¿Quién se rendiría ante quién primero? No lo sé y tampoco me importó cuando sentí el calor de tu lengua moverse como serpiente. Tiré mi cabeza hacia atrás, hiciste presión en mis rodillas y dejaste un beso en la zona interna de mi pierna, esa, la izquierda traicionera, la que vibra con tu pecaminosa mirada, la que te hace morder el labio y la que me delata. —Ábrete más, nena —dijiste con esa voz ronca que me enloquece —Arquea tu espalda para mí y golpea mi lengua con esas tetas que me encanta —¿tus órdenes tenían fin? —Mójate, gime, grita, disfruta y déjame disfrutarte. Odio tus palabras, odio tus órdenes, odio el poder que ejerces sobre mí, pero igual me abrí, golpeé tu rostro y tu lengua con mis tetas, me mojé, gemí, grité, disfruté, disfrutamos. —Cállate ya y párate que deseo saborearte. Tu sonrisa lasciva era la prueba de tu felicidad, te encanta llevarme a ese límite, cuando la dama cuelga su abrigo de piel y la zorra sale para ti. Abrí tu pantalón y lo bajé desesperada con tu bóxer, tu falo me dio gustoso la bienvenida, esa gota prohibida brillaba en la punta pidiéndome que la chupara, te miré y sonreíste, miré tu miembro y sonreí. Envolviste tu mano con mi cabello y acariciaste mi mejilla retirando esos mechones que nos estorbaban, tu aroma me ha enloquecido siempre y lo sabes, chupé esa punta como chupo el helado y como si de una paleta se tratara, pasé mi lengua hacia lo largo, una muy suave mordida en ese punto exacto, ese que te hace gemir, ese que te hace tomar con más fuerza mi cabello, ese que me suplicaste la primera vez que mordiera. Viste mis manos descender para acariciar ese punto que tanto te encantar de mí, bueno, uno de tantos, pero aquel que me enloquece más que cualquier otro. Tiraste mi cabeza hacia atrás y sonreí victoriosa al saber tu disgusto, te agachaste dejando tus labios cerca a los míos con esa respiración agitada y dijiste sin vergüenza alguna: —Esa me pertenece, solo yo puedo arremeter contra ella y solo yo te mostraré porque soy su dueño. Soltaste mi cabello y me tumbaste en ese sofá, amarraste mis manos al bracero con una corbata y abriste mis piernas, el mundo entero conoció mi secreto, pero a ti no te importó y la verdad a mí tampoco. —Di que es mía —diste un golpe con tus dedos en mi clítoris y un brinco involuntario salió de mí. —Es tuya. —Dilo otra vez —diste dos golpes más en el mismo punto y una corriente recorrió mi vientre. —Es tuya, es tuya. —¿Quieres mi lengua en tu coño? —tres golpes en el punto exacto y enloquecí, un gemido salió de mi boca con el último y me olvidé del mundo. —Sí la quiero. —¿Qué quieres? —Quiero tu lengua en mi coño. —Suplícame como la puta que eres. —Tu puta quiere tu lengua en su coño. Levanté mis caderas y las tomaste para succionar con locura mi botón, aquel que enloquecía mi cuerpo, aquel que me encantaba consentir días tras día, aquel del cual te encargaste de ser su dueño. Eres el único al que le permito hablarme así, no porque amenazaras o porque seas un infeliz mal nacido, sino porque tienes todo lo que me encanta, la voz ronca, el tono de mando, conoces los momentos en los cuales ser suave, así como sabes cuándo ser brusco con mi cuerpo. Me diste tanto de tu lengua entre mis pliegues que me olvidé de todo excepto de una cosa, una que mi cuerpo suplicaba, esa que tanto deseabas. —Métemelo, hazlo ya —supliqué casi entre lágrimas. Colocaste mis piernas en tus hombros y esa maldita serpiente se apoderó de mi cueva, no hubo piedad y tampoco la quería- —Más, más, métela más duro. Aceleraste tu movimiento y el crescendo se hizo presente en ese balcón, el coro que hicimos esa noche no tuve igual, llevamos tanto sin sentirnos que esa necesidad se reflejó, cuánto te necesitaba, cuánto te amaba o a tu polla más bien. Un profundo suspiro se hizo presente en ese instante y abrí mis ojos, mis piernas se habían abierto y bebí de aquella taza tratando de relajarme. Sabes, dicen que las mujeres son el diablo, yo digo que todos llevamos uno dentro sin importar lo que seas, y más, porque tú y yo somos la prueba de ello. Ahora entiendo por qué me sentía tan inquieta, no era mi mente la que estaba así, sino mi cabeza, era ella la que pedía el calor, era ella la que emanaba placer, era ella la que te pedía volver, porque eras tú quien me miraba desde el otro balcón apreciando cada movimiento de mi desnudez y yo dibujaba en mi cabeza, cada trazo de tu piel.

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