Condujeron rumbo a la costa este de Italia, lugar al que siempre iban cada que tomaban vacaciones. Sus teléfonos timbraban sin parar, pero no eran capaces de contestar, al menos todavía no, sino hasta que sus padres los llamaran con mal genio, pero las cabezas frías. De Roma, salieron directo a Pescara, donde por primera vez en unas horas, se detuvieron en el camino a pensar lo que harían desde ese momento y el escape ya no parecía tan buena idea. —¿Y si regresamos? —preguntó Franco. Dante soltó el aire haciendo un sonido pesado y tras mirar a su amigo por varios segundos, negó. —No pienso regresar todavía… primero quiero aclarar mis ideas, además que el motivo para que mi padre me planeara una boda de esta forma, lo único que hace es incomodarme cada segundo más —le comentó