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1475 Words
— ¡Por Dios santo, lleva diez malditos minutos de retraso! — bufé al escuchar la risa de Leilah, completamente divertida con mi mal humor. — En serio, no entiendo cómo me dejé convencer, ya empezamos mal y ni siquiera… Me callé rápidamente, al ver a la rubia delante de mí, maquillada y vestida de manera ostentosa.. Debía admitirlo, al menos para mí mismo, su figura era maravillosa y cargaba un atuendo que no dejaba nada a la imaginación. Sin embargo, me molestaba mucho la gente impuntual y parecía que a esa rubia plástica se le había pedido el reloj en uno de esos atuendos brillantes que usaba. Llegué a su casa puntualmente, ¿y ella? ¡Había mandado a su madre a disculparse, porque aún no estaba lista y tardaría un rato más! — No me tardé demasiado, para lo que aún me faltaba —sonrió con orgullo, como si se tratara de una gran hazaña. ¡Oh, qué descarada! Tenía ganas de subirme a mi auto y devolverme a la tranquilidad de mi casa, pero sabía que Leilah me retaría y no quería eso por nada del mundo. Había ido a una fiesta, invitada por Alan Beresford y estaba de un humor muy extraño, por lo que era mejor no hacer algo que la molestara. Quería mi paz y esa rubia era lo opuesto a ese deseo. Ir con Leilah, sólo supondría un dolor de cabeza aún peor. — Muchas gracias por esperar, eres un sol —me dio una sonrisa deslumbrante y esperó en la puerta del copiloto. Me dirigí directamente a la mía, viendo con sorpresa que seguía allí parada, como si la hubieran congelado. — ¿Qué? —alcé una ceja, al ver que no entraba al auto. — Pues creo que como caballero… —comenzó a decir y bufé, subiendo rápidamente al vehículo, sólo para decir: — Súbete ya o te dejo aquí parada. Casi sonreí con satisfacción, al verla apresurarse para abrir la puerta y entrar, tratando de parecer despreocupada. Sabía bien que mis modales no eran los mejores, pero no se me ocurría nada para sacármela de encima de una vez por todas. Sé ser respetuoso cuando me conviene, lo juro. De todas formas, esa rubia tenía mucho tiempo insistiendo en que saliéramos y la verdad, no entendía el por qué. Éramos totalmente opuestos y ella lo sabía, pero una vez le había dicho a Leilah que le gustaba mi aire serio y misterioso. Totalmente ridículo. No existía tal aire de nosequé, eso sólo estaba en la cabeza de esa tonta rubia, de la que esperaba fervientemente, se alejara de mí de una vez y no siguiera insistiendo en tener una relación conmigo. — ¿A dónde vamos? — preguntó de pronto, con ojos brillantes. Parecía una niña pequeña, a punto de entrar a un castillo de princesas. — ¡Estoy tan emocionada! Estuve toda la semana pensando… — Iremos a un restaurante de la avenida 4ta y luego, a la discoteca que queda en la otra esquina — anuncié de manera rápida, viendo que ponía la boca de manera extraña, como un pato. — ¿Qué no te gusta? — alcé una ceja con diversión. — Ése fue el plan que creó Leilah para nuestra cita, ¿verdad? —se veía decepcionada y no pude evitar rodar los ojos. — Pensé que haríamos algo más… especial. — ¿Especial? — cuestioné, volviéndome hacia ella. Menos mal la luz del semáforo estaba en rojo. — Pues si este plan no te parece, podemos devolvernos y… — ¡No! — exclamó con voz llena de pánico, mordiendo su labio con nerviosismo. — El plan es perfecto, Marcus. — Qué bipolar eres — murmuré, haciendo una mueca con la boca. — De hecho, el trastorno bipolar es una afección mental en la cual, una persona… — su voz fue apagándose al notar mi mirada aburrida y cargada de reproche. — ¿Qué ocurre? — No quiero oír tus conocimientos médicos, me aburren. — Espeté, volviendo a arrancar el auto. Hilaridad o como sea que se llamaba, abultó sus labios nuevamente en esa mueca infantil y luego suspiró, sonriendo ampliamente como si nada. Bufé. ¡Y luego venía a querer enseñarme sobre bipolares! Sólo bastaba verla a ella, era el ejemplo perfecto. — ¿Qué vamos a comer? Muero de hambre —sonrió en mi dirección y me encogí de hombros. — Lo sabrás cuando lleguemos al restaurante —dije con fastidio, molesto con el conductor de adelante, que parecía haber sufrido un percance visual. — ¿Qué ocurre ahora, rubia? —espeté casi de mal humor, al ver que se cruzaba de brazos. Las cosas parecían ponerse cada vez más tensas entre nosotros y no es que me asustara que Leilah me reprochara no haberme comportado como era debido, pero no estaba de humor para soportar chillidos de mujeres. — Puedes al menos hacer como si no te estuvieran obligando a venir conmigo, ¿no? —puse los ojos en blanco al escuchar su tono. — ¿Lo ves? Pareciera que me odiaras y nunca te he hecho nada, Marcus. — El problema aquí es que insistes en salir conmigo, cuando te he dicho varias veces que… — ¿Entonces qué haces aquí? — retó con los labios inflados, dándole una patada al piso del auto cuando me encogí de hombros. ¿Habría entendido la indirecta? Quizás no era tan tonta como pensaba. — ¿Quieres devolverte ya? —alcé una ceja y la vi apretar los dientes. Sus ojos parecieron botar fuego por los ojos y sonreí de medio lado, al ver ese lado que debía admitir para mí mismo, me encantaba provocar. — Eso pensé… — En verdad no entiendo por qué me gustas tanto — bufó de mal humor y no pude evitar encogerme de hombros nuevamente, quizás porque me preguntaba lo mismo. — Lo que tienes de guapo, lo tienes de frío y malhumorado, pero, ¿sabes qué? No dejaré que me saques de quicio, seguramente es tu táctica para que me aleje corriendo, pero no va a funcionar. — ¿Y eso es por…? —cuestioné, volviéndome hacia ella. —Asumiendo, claro, que en verdad sea una táctica de mi parte para espantarte. — Porque yo sé que te gusto, aunque no quieras admitirlo — dijo de manera confiada, alzando la barbilla. Eso me sacó una sonrisa burlona, lo que la hizo mirarme de manera perpleja. — ¿Qué es tan gracioso, Stewart? — Tú lo eres, rubita —me burlé abiertamente, viendo complacido que se enfurruñaba en su lugar. — Bájate de esa nube, que no me gustas y jamás vas a gustarme. Es sólo una fantasía tuya, pero debes saberlo de una vez: eso que esperas, jamás va a suceder. Apretó los labios, seguramente aguantando las ganas que tenía de decir cualquier barbaridad. — ¿Por qué no? — frunció el ceño. — No me gustan las chicas como tú. — Setencié, con tono serio. — ¿Como yo? — su ceño se acentuó. — Rubias superficiales y tontas como tú, Helen — bufé. — No eres mi tipo de chica, ¿entiendes? — Primero, me llamó Hillary — rodó los ojos. — Segundo, no soy una rubia superficial, estudio medicina, genio. —hizo una mueca. — Tercero, no sé cuál puede ser realmente tú tipo de chica, si nunca sales con nadie, Marcus. — Bien, Hikaru — nuevamente bufó. — No salgo con nadie, precisamente porque nadie me gusta. ¿Acaso es tan difícil de entender? — Soy Hillary —comentó con tono cansado. — Mira, sólo te pido salir hoy y si no funciona, no volveré a molestarte, ¿de acuerdo? — Eso sería una muy buena noticia — busqué lugar para estacionarme, ya que habíamos llegado. — Pero tengo la impresión que no eres capaz de cumplir esa promesa, chica chicle. Ella no respondió nada a mi ataque directo, de hecho, pareció enfurruñada de nuevo. — ¿Ya te enojaste? — chisté, curioso por su reacción. — Vamos, no puedes esperar que me gustes, si vives bufando como si fueras un perro rabioso, Helga. — ¡Soy Hillary, pedazo de…! —alcé una ceja y ella luego de unos segundos, sonrió, dejándome algo descolocado. — Marcus… — ¿Sí? — la miré con una ceja alzada y ella sonrió más ampliamente, sus ojos brillaron a la luz de los faroles de los demás autos. Su perfume se coló a través de mis fosas nasales y mi mirada se dirigió a su pronunciado escote, provocando que una punzada se clavara en mi entrepierna. De pronto, la rubia de generosos pechos se acercó y su aliento se confundió con el mío, antes de fundirse en un húmedo y cálido beso que no me esperaba, pero que no pude evitar continuar.
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