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1066 Words
Por la mañana el sonido de mi alarma suena tan lejano que, si hundiera un poco más la cabeza en el pecho de Diego, ni la oiría. Pero la oigo, lejos... En mi habitación. Salgo de la cama como un rayo y me pongo su camiseta tirada por el suelo, y deslizándome por la tarima corro a apagarla antes de que mis padres suban a quejarse. Apesto a sexo y tengo la cara interna de los muslos pegajosa. Necesito ducharme aunque llegue un poco tarde al instituto. Silenciosa para no despertarlo busco el resto de mi pijama por el desastre que hicimos anoche. —¿Qué haces? —ruge con la voz extremadamente ronca y sexi—. Vuelve aquí... yo te llevo a clase. —Tengo que ducharme. ¿Es que tú no tienes nada que hacer hoy? Gruñe algo y se frota la cara. Tiene el pelo atractivamente revuelto y el pecho aún le sube y baja tranquilo. —No mucho... Esa es mi otra camiseta, ¿te la vas a apropiar también? ¡Bingo! Encuentro mis pantalones, con las bragas de anoche pegadas. —Puede —digo y ladeo la cabeza. Dios, ¿qué me pasa? Aparte de que me guste tanto—. ¿Te duchas conmigo? Se le afelinan los ojos y sigue desnudo cuando baja de la cama y se pone los calzoncillos de anoche. Sus músculos se tensan a cada movimiento, cuando abre la ventana para que el olor se vaya, y cuando empuja la ropa con el pie para medio esconderla. Le grito a mi madre desde lo alto de las escaleras para que me de una tregua y, aunque creo oír que me dice algo del insituto, no le presto atención. Diego me empuja dentro del baño y echa el pestillo. El impulso me echa contra sus labios para acallar la necesidad que me estoy creando de toquetearlo. La sensación de su piel cálida contra la mía me acelera el pulso y hace que todo el sueño y la pereza se evaporen. —Esto lo podríamos haber hecho en la cama —me susurra con una media sonrisa, y siento sus labios rozando los míos, cada palabra como un reto. —Sigo teniendo prisa... —engancho mis brazos a su cuello, queriendo treparle—. Pero puedo perder un rato más. Nos separamos un segundo, el justo para que me quite su camiseta de encima. Vuelvo a besarlo mucho, demasiado, tanto que casi no puede quitarse los calzoncillos, pero cuando puede, me enreda entre sus brazos y nos mete en la ducha. Los azulejos están helados, y el agua ardiendo. —¡j***r! —sisea. Me aparto para coger aire y, por primera vez desde empezamos todo esto, me tomo un tiempo para admirarlo. Sus músculos, su cuerpo fibrado, el color oscuro de su pelo y la forma en la que frunce el ceño... Cosas que había visto antes de él, pero ahora... ahora todo es diferente. Ahora me fijo más en cómo sus ojos brillan cuando me miran, o en como las gotas de agua le perfilan la mandíbula. Ahora me atrevo a levantar los dedos y pasearlos por su piel. Tiene la piel suave, se le pone de gallina bajo mi tacto. Nos hemos tocado muchas veces, nos hemos dado abrazos y esas cosas, pero es que ya nada es ni será igual. Las marcas de mis uñas están aquí, atravesándole el pecho y la espalda. Y las cicatrices. Diego tiene cicatrices, más de las que le gustaría recordar. Nunca he hablado con él del accidente de sus padres, ni del echo de que él fuera en el coche con ellos. —Se ven peor de lo que son —dice, aunque lo dudo. Pero no creo que este sea el momento de hablar de ello. Como puedo me sujeto a sus brazos y me pongo de puntillas para llegar a su boca. Sé que lo más sensato es terminar pronto, he repetido un par de veces que llegaré tarde a clase, y... bueno, llegaré tarde igual. Alargo la mano y le cojo el pene. Diego suelta el aire, como si el echo de que le tocara lo llevara al borde del colapso. Y eso me encanta. Me hace darme cuenta de que su cuerpo reacciona a mi como el mío a él. —Si sigues por ahí vas a perder más rato del que pensabas. Joder... Su amenaza me pone los pelos de punta. Quiero perder más rato del que pensaba. No lo suelto y gime otra vez. Me encantan los ruidos que hace. Bajo la vista y admiro cómo el agua salpica nuestros cuerpos y me ayuda a deslizar la mano con facilidad por todo él. Cojo su aliento en mi boca, sólo necesito escucharlo gruñir para coger valentía y arrodillarme. —Ostia puta... —blasfema y levanto la cabeza para verlo echado contra los azulejos. Hacer esto con el agua es un incordio, pero me basta levantar la mirada para verlo tan sumiso... y es tan raro en él... Y me da tanto placer tener el control sobre un tío tan orgulloso... —j***r, Maggie... —jadea, a la vez que hunde sus manos en mi pelo. No me presiona, solo las deja ahí, acompañando mis movimientos—. Si lo hubiera sabido antes... La curiosidad me puede. Me la saco de la boca y lo miro. —¿El qué? Agacha la cabeza y el agua me salpica la cara, parpadeo. Estira la mano y sus dedos juegan con mis labios. Abro la boca y exhalo. —Que sabes usar la boca para otras cosas aparte de replicarme. —Me quita el pelo mojado de la cara y, cuando me acerco a él de nuevo, me sujeta la cara con fuerza—. No sabes la fantasía que eres... Su respiración se acelera, y el sonido de sus jadeos se mezcla con el chorro de agua caliente que sigue golpeándonos sin cesar. Estoy totalmente embelesada; ver a Diego perder el control me provoca una satisfacción que no había sentido nunca. Me da un poder que no pensé tener sobre él. Da una sacudida y un líquido espeso y tibio me llena la garganta. Las piernas me tiemblan entumecidas cuando logro ponerme de pie. Sin aliento me besa en la boca. Tengo que ponerme un alto o no saldremos nunca de aquí.
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