Quinientos mil pesos al mes

1912 Words
Capítulo 4 Alexandro A regañadientes me sigue al auto, abro la puerta del copiloto, invitándola a subir, antes de hacerlo me echa una mirada, de total desconfianza, sin embargo, se sube. Una sonrisa se dibuja en mi rostro. Rodeó el auto y subo a el. —¿Y a dónde te gustaría ir? —le cuestiono al mismo tiempo que enciendo el coche. —En realidad no sé, no conozco bien la ciudad. Asiento. «De seguro no es de aquí», pienso mirando al frente. Me dirijo a uno de mis restaurantes favoritos, El muchacho alegre. Una vez que llegamos al restaurante, le extiendo la mano, ella duda unos segundos, al final la toma. Le doy una sonrisa, ella me regresa el gesto ligeramente. Suelto una pequeña risa. Entramos y tomamos una mesa, cerca del mar. —Hola, buenas noches, bienvenidos —escuchamos al joven. —Buenas noches —respondemos. Nos entrega una pequeña carta para escanear QR. —En un momento estaré con ustedes. Asentimos. Hago como que veo el menú, pues no necesito mirarlo mucho, puesto que ya sé que es lo que hay. La observo, Ayliz es una mujer muy bonita, he conocido a muchas mujeres, pero ninguna como ella, ella se ve tímida, no sé por qué siento esa sensación de querer protegerla, con ninguna me había pasado algo así. Aquella tarde sé que hice mal en proponerle ese trato como lo hice, pero no supe bien cómo hacerlo, y era obvio que iba a reaccionar así, si estuviera en su lugar también lo haría. —¿Te gustan los ostiones? —le pregunto. Levanta la mirada, asiente —. Okey. ¿Algo más que quieras pedir, o necesitas más tiempo? Niega —. No, ya estoy lista. Levanto la mano y el mesero se acerca a nosotros. —Claro, dígame —saca su libreta para comenzar a escribir. —De entrada será una docena de ostiones, y platillo fuerte camarones a la diabla y de tomar, un mojito alegre. El muchacho asiente mientras toma nota. Voltea a ver a Ayliz, ella mira nuevamente el menú. —Camarones empanizados y limonada natural, por favor. Asiente y se retira. La veo, puedo notar que está incómoda, sonrío de lado, lo menos que quiero es que se sienta incómoda con mi presencia. —Ayliz —le llamo. Me mira seria. —Quisiera retomar la plática del otro día —se mueve incómoda —. Aquella mañana no me supe expresar bien, quiera que me dejaras explicarte. Me mira por un largo momento, antes de suspirar lentamente y asentir. Sonrío, mientras asiento suavemente. —Mis abuelos quieren que mi primo o yo tomemos la presidencia, pero la condición es esa, que él se haya casado primero, es el que la tendrá —guardo silencio un momento, continúo —. Vladímir no es un hombre confiable, ése sería capaz de arruinar el legado de la familia por malas decisiones, y no me gustaría que el trabajo de mis abuelos se vayan a la ruina por su culpa. Ayliz me mira con atención. —A ver —vuelve a suspirar, pero está vez tranquila —. ¿Me estás diciendo que tu primo, sería capaz de destruir la empresa de tus abuelos? Asiento. —Pero, es de él también, o sea, ¿cómo destruir su legado? La veo que está desconcertada, y la entiendo. —Mira él es una persona ambiciosa —exhalo, para poder continuar y contarle algo que nadie sabe más que mi padre y yo —. Hace tiempo estuvo a punto de llevarla a la quiebra por un mal manejo, si no hubiera sido porque yo interviené, ahorita estuviéramos arruinados. Ayliz abre los ojos asombrada, sin poder creer lo que acaba de decirle. —Es un peligro para la empresa si queda en sus manos. Asiento. —Solamente lo sabe mi padre, si lo hubieran sabido mis abuelos… no sé qué hubiera pasado, en ese momento a mi abuela la acaban de operar del corazón. Ayliz me mira, sé que su cabeza está dando vueltas, quisiera saber qué piensa. —¿Si le cuentas a tu abuelo lo sucedido? —¡No! —¿Por qué? Él debe de saber para qué así no le confíe la presidencia y así tú la tengas, sin necesidad de casarte. —No, mi abuelo no puede saberlo, si se entera se pondría mal, no puedo decírselo aunque quisiera. Antes de que pudiera continuar hablando, llegan nuestras bebidas y los ostiones. —La verdad lo veo muy arriesgado, me da miedo, no quisiera meterme en problemas, tengo una bebé y una hermana que dependen de mí, debo pensar en ellas, si algo me pasa, ellas se quedan solas, no puedo aceptar, tal vez si estuviera sola en la vida te diría que sí, pero, pues no es así. Exhalo. Entiendo su postura. —Entiendo lo que dices, yo cuidaría de ustedes tres, a tu bebé podría darle mi apellido, hacerla pasar por mía y a ti te pagaría tus deudas, y te daría 500 mil pesos al mes, vivirías sin preocupaciones, dejarías de trabajar en ese lugar de donde te saqué. Ayliz traga grueso, para después suspirar. La veo dudar, quisiera que aceptara, lo hago por mí, pero también por ella, no quiero que siga trabajando en ese lugar donde los hombres se la comen con los ojos, con solo imaginar que uno de esos le toque me hierve la sangre. Ella merece salir de ese sitio donde vive, y yo soy su mejor opción. Ayliz Quinientos mil pesos al mes, es mucho, es medio millón de pesos. Con ese dinero podría no sé montar un pequeño negocio. Pero también es muy arriesgado, si algo sale mal, no sé qué me podría pasar, debo pensar en mi bebé y en mi hermana, soy lo único que tienen, no puedo aceptar así como así, si estuviera sola, aceptaría sin dudar. —Piénsalo —lo escucho decir. Cierro los ojos con fuerza. Niego. —¿A caso te gustaría trabajar siempre en ese bar donde los hombres te miran como objeto s****l? Mi respiración se acelera, con solo pensar en ese trabajo, me pongo mal, nunca quise trabajar ahí, pero no tuve de otra, no encontraba otro lugar rápido y en ese me va más o menos bien, con los dos trabajos apenas junto para los gastos de la casa. «Si acepto, mi vida cambiaría, dejaría de preocuparme por el dinero, mi niña y mi hermana vivirían mejor», pienso preparando un ostión para luego llevarlo a mi boca. «Pero también si algo sale mal, ellas quedarían solas». Es una oferta muy tentadora, pero también peligrosa. El mesero llega con el resto de nuestra comida, y se retira con un, “provecho”. El hombre frente a mí y yo asentimos en agradecimiento. Degusto mi cena, tenía mucho que no comía algo así, está riquísimo, se me olvida un momento todo, hasta que estoy con éste hombre, que creo que se llama Alexandro, ya que en aquella fiesta escuché a uno de sus amigos llamarlo así. —Antes de irnos podemos pedir para que le lleves a tu hermana —lo volteo a ver incrédula, sin esperar escuchar eso. Acepto. —Gracias. Niega con una suave sonrisa. Todo está muy rico, esto me hace recordar a mis padres, cuando salíamos en familia, éramos tan felices. Suspiro con melancolía. Bebo un poco de la limonada. —Es tentador la propuesta —digo dejando el vaso sobre la mesa —. ¿Qué tendría que hacer? Le formulo la pregunta porque debo estar segura de que no iría a la cárcel o esté cometiendo un delito que me obligué a separarme ellas, es lo único que tengo y no puedo abandonarlas y menos arriesgar la estabilidad que hasta ahora he logrado conseguir. —Fingir que somos pareja, que nos reencontramos, después de varios meses. —Okey. —Diría que tenemos una bebé, que yo lo mismo lo descubrí, y haciendo cuentas me di cuenta de que es mía y que por ella te pedí que lo intentáramos, para que no creciera sin mí y tú aceptaste. Exhalo nerviosa. —En unos días será el aniversario de la empresa, ahí es cuando te presentaría como mi prometida, llevaríamos a la bebé y a tu hermana. Vuelvo a soltar otro suspiro. Todo esto me tiene muy nerviosa. —Le presentaré una prueba a la familia si es necesario, pero conociéndolos, no creo que lo sea, ellos creerán en mí, si les digo que es mía, es porque yo creo en ti. Río —Todo esto me parece una locura. —Ya sé, pero te prometo que no te pasará nada, no saldrás perjudicada, yo siempre estaré para ti, te cuidaré. —Quieres que sea tu esposa, y aún no me has dicho tu nombre —le digo, por dentro me estoy riendo, ya que ya conozco su nombre. Se ríe. —Es verdad. Me presento, Alexandro Sotomayor Martínez —me dice extendiendo su mano derecha. Ambos reímos. —Mucho gusto. Volvemos a reír. Bebo de nuevo de mi vaso. —Lo voy a pensar, te daré mi respuesta días antes de la fiesta. ¿Cuándo es? —El 26 de abril. —Okey. Te doy mi respuesta el 22 Asiente sonriendo. Al terminar la cena, Alexandro me pide un postre y también pide la cena y el postre de Karina. —Gracias, Alexandro. Me esboza una sonrisa. Una vez que pagó la cuenta, nos encaminamos a su auto. Me abre la puerta, subo. Lo veo rodear el carro, se sube y se coloca el cinturón de seguridad. Nos vamos. Veo el mar por la ventana del carro, es hermoso, a veces me vengo con mi niña a admirarlo, aquí me siento tranquila, lejos de todo lo malo que tuve en Tijuana. «Samuel, no quise matarte, pero no tuve otra opción, no iba a permitir que lastimaras a mi Lucecita». Lucianita es una luz en mi vida, iba a protegerla de quien fuera, y así lo hice. En el resto del camino, Alexandro me pregunta sobre mi bebé y mi hermana, le cuento que Karina es menor que yo nueve años y Lucianita tiene 2 meses, los cumplió el 19 de abril. —¿A qué hora nació? —A las diez y cuarto de la noche, fue un parto difícil, tuve miedo de perderla —le platico. Lo noto que repite lo que le acababa de decir de mi niña. Río. *** Llegamos a casa, Alexandro como todo un caballero me abre la puerta. —Gracias —le agradezco con una genuina sonrisa. Me despido y entro a la casa. —Dímelo todo —me sobresalto al escuchar a Karina. —Ay, casi me da un infarto. Arquea la ceja de manera divertida. —Mmm, así tendrás la conciencia. Se ríe. Rodeo los ojos. —Ten, te traje cena. Le doy la bolsa. La toma y sonríe. —¡Qué rico! Gracias hermanita, te adoro Vuelvo a rodear los ojos con una sonrisa en mis labios. —Iré a ver a mi pequeña. Asiente aun sonriendo. Al entrar al cuarto la veo dormidita, me acerco con cuidado y me deposito un beso en su frente. Se mueve un poco, como si supiera que estoy a su lado. Su respiración sube y baja tranquilamente. —Te amo, mi princesa —le susurro. Acaricio su mejilla. Le doy un beso en ella.
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