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Picaflor: La historia de David Canarias Lafuente [Libro 1]

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LIBRO QUE FORMA PARTE DE LA SAGA DE LOS CANARIAS

David Canarias es un experimentado pediatra y picaflor que desde muy joven supo cómo dominar las artes de la seducción y usarlas a su favor, pasando los últimos años de su vida seduciendo todo tipo de mujeres, volviéndolas locas y metiéndose en problemas después de meterse en sus camas.

Todos piensan conocerlo bien, y por años le han categorizado como un hombre frío y que solo le gusta jugar, sin embargo, no es así. David está en busca del amor. Entre cama y cama, besos y caricias, busca a la mujer que le enamore hasta la médula y pueda dejar su tan famoso y aclamado oficio.

Así que, cuando él piensa que está perdido en el mundo de las conquistas de una sola noche, llega una mujer de su pasado que le demuestra que el amor siempre estuvo a su lado, y que solo era cuestión de esperar el momento preciso para que cayera en sus redes.

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CAPÍTULO 1: Donjuán
Registrada en SAFE CREATIVE Bajo el código: 2206041294226 TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS © Abro los ojos a las seis de la mañana, lo sé porque mi reloj biológico me lo dice y el móvil en la mesa de noche también. Veo los números encendidos 06:00 am y sé que es hora de huir, momento de no dejar rastro. Me levanto con cuidado sin ver a la persona de al lado era Hanna, Ana, Nara... no sé, solo sé que debo irme antes de que algo más pase. Con sumo cuidado, me pongo de pie para no mover el colchón y que ella se despierte, y busco con la mirada mi ropa. Encuentro mis vaqueros sobre una silla, los zapatos en la entrada, pero por más que busco mi bóxer no tengo idea donde está. ―¿Dónde están?, no quisiera dejar otro par en otra casa a la que no volveré― murmuro. Por fortuna ya me compro mi propia ropa interior y con mi dinero, porque si usara la tarjeta de crédito como la usa mi hermana, mi padre se impactaría de la cantidad de paquetes de bóxer que compro cada mes. Así, como si fuera una señal, veo hacia el techo y justo, sobre el ventilador, veo mi bóxer color gris y sonrío. ―¿Hasta allá?, jamás lo hubiese pensado. Me río bajito y doy un salto para tomar con la mano el bóxer. La chica se mueve y me quedo de pie esperando por lo que va a pasar; ella sigue dormida y yo puedo continuar con mi plan de escape. Poco a poco comienzo a vestirme, me pongo los vaqueros, los zapatos y busco mi camisa con la mirada, no está en la habitación, eso quiere decir que posiblemente esté en la sala, mejor para mí. Volteo a ver a H... An.... La chica que está recostada sobre la cama y suspiro, en mi mente sólo puedo pensar como es que llegue aquí. Sé que fui a un bar, vi a An...La chica, hablamos un rato, luego viene una escena perdida, besos, escena perdida y ahora estoy aquí. ―Pero llorabas... ¿te hice llorar?― pregunto. En eso, como un rayo de luz recuerdo el motivo del llanto, de los besos y por qué ella me decía Jose Luis, fui el consuelo de un rompimiento de ella con Jose Luis, dos años de noviazgo y él la dejó por una morocha de ojos miel. Ella tiró dos años de su vida a la basura y yo, la consolé y ¡qué consuelo!, digo, no voy a dudar que soy bueno. ―Gracias... Han...Ana, fue bonito mientras duró. Mi consejo, no creas en el amor, no existe, solo es una ilusión― le comento. Salgo de la habitación, después de asegurarme que mis cosas están conmigo y que no quede rastro de quién soy y sin mucho ruido cierro la puerta. ―Buenos días― escucho y dos chicas más se encuentra en frente de mí. ―Buenos días, señoritas― pronuncio y les sonrío. ―¿Eres amigo de Lana?― me dice la rubia que no está nada mal. «Sabía que era algo con Ana». ―¡Ah sí! Lana... soy conocido de ella― aclaro, porque ni amigo soy. Una se muerde los labios― ¿supongo que buscas esto?― Y levanta mi camisa color blanco.― Estaba en el pasillo. ―¡Oh!, ¡ahí estaba!, muchas gracias― le agradezco. ―Es de buena calidad... ¿Christian Dior? ― me pregunta, para luego oler el cuello ―¿Hugo Boss? ―Dolce & Gabbana― corrijo y la camisa es Ferragamo, regalo de mi padre... ¿Me la regresas? ― se lo pido en el tono más sensual que puedo. La chica estira la mano con la camisa en un dedo y me la da― gracias, querida.― Le murmuro. Me pongo la camisa y ella se pone de pie y toca mi tatuaje.― ¿Doctor? ―Pediatra. ―¡Uy! ¿Te gustan los niños? ― dice simpática y yo le sonrío― podemos hacer uno si quieres. ―Me encantaría mi amor, pero en este momento debo irme... el deber me llama. ―¿Deber? ―Ya sabes, salvar vidas y todo eso...― tomo una de las manzanas que hay sobre el frutero y le doy una mordida― una manzana al día, aleja al doctor, ¿qué no lo has escuchado? ―Si tu fueras mi doctor, ya hubiese dejado de comer manzanas― me responde. La chica me da un beso sobre los labios y luego se muerde los suyos, toma un labial y sobre mi brazo escribe su número, luego lo besa y deja sus labios marcados sobre mi piel. ―Llámame... dicen que tengo instinto maternal y parece que tú también tienes un gran instinto paternal― y roza su mano cerca de mi ingle. ―Seguro que sí.― Contesto y guiño el ojo. Dejo la manzana sobre la repisa, tomo una toalla de papel y salgo del piso ― hasta luego, señoritas, me despiden de Lara. ―Lana― me corrige la otra chica. ―Lo siento, es que estoy exhausto y ella también. Al cerrar la puerta, veo mi saco colgado en la perilla de la puerta de en frente, lo tomo y me lo pongo. Camino lo más rápido que puedo hacia el elevador y me subo, veo su teléfono con ese labial color rojo y sonrío. ―Si algún día te encuentro me encantaría salir contigo, pero nadie le da teléfonos a David Canarias ― hablo―y lo borro con la toalla de papel. Llego al lobby donde el sol apenas va alumbrando el lugar y salgo del edificio para tomar el primer taxi que pase. Mi aspecto desaliñado grita que me la pasé bien; sin embargo, mi dolor de cabeza anuncia que pasaré una guardia bastante pesada en el hospital. Así que solo deseo llegar a mi piso, darme una ducha y tomarme un paracetamol. ―Creo que ya te estás haciendo viejo Canarias― me digo a mí mismo y luego le pido al taxista que me lleve directo hacia mi casa. Mientras el auto se mueve, reviso mi móvil y veo que hay números nuevos que acabo de registrar, pero cuyos nombres no recuerdo... Marta, Karina, Lucía, Nina los borro todos, no las llamaré, ni sé quiénes son; afortunadamente Lana no me dio su número y ella no tiene el mío, así que no tengo debo de preocuparme. Por un instante recuerdo que le dije a la Lara que era piloto y me arrepiento de haberles dicho a sus amigas que soy pediatra, he roto mi primera regla: no decir información personal, más que mi nombre. Ese me lo dejo porque me gusta cómo suena, a seducción, porque es lo que soy. Mi móvil suena y al ver el nombre en la pantalla contesto de inmediato―buenos días, mamá. ―Buenos días, hijo, ¿ya vas para el hospital? ― escucho la voz de mi madre y el mar de fondo. ―Algo así― respondo, mientras me veo en el espejo retrovisor y me arreglo el cabello. ―Me alegro haberte encontrado, entonces, solo quiero que recuerdes que el fin de semana iremos a Madrid para el evento en la empresa y... ―Estaré, mamá. ―Júramelo― me pide― sabes que es importante para tu padre. ―Estaré ahí, me comportaré y te daré cientos de besos― hablo y ella se ríe bajito. ―Solo me conformo con que estés ahí, David. Te extraño― me responde en un tono de melancolía. Suspiro― yo también, nos vemos ahí, lo juro. ―Vale, te quiero, hijo. ―Yo más― respondo y termino la llamada. ―Llegamos―escucho. Saco dinero de la cartera, se lo doy. Me bajo del auto para encontrar a la señora Mons, la vecina del piso de al lado mío, barriendo la entrada del edificio. ―Señora Mons, ¿no se supone que para eso pagamos mantenimiento?― le pregunto. Ella me ve con sus ojos azules y sonríe ― Canarias, ¿de dónde vienes? Le tomo la mano y viéndola a los ojos le digo―No importa de donde venga, señora Mons, lo importante es que regresé― respondo, evadiendo la respuesta y besando su dorso. Ella se ríe ―Eres un diablillo, si yo fuera unos años más joven nos hubiéramos divertido mucho. ―Por su puesto que sí― le doy la razón, a la pobre mujer que lleva tres años viuda. A mi me tocó atender a su marido mientras llegaba la ambulancia, no había mucho que hacer, infarto fulminante, pero por ella traté de hacer algo― es más, me daría miedo a mí. ―¡Basta, Canarias!― me dice apenada. Le doy un beso sobre la mejilla ― nos vemos luego, señora Mons. ―Si claro...― responde. Así, abro la puerta del edificio y unos pasos después, entro al elevador para subir directo al nivel donde se encuentra mi piso. Busco la llave escondida en la maceta de en frente, y luego abro la puerta que me muestra mi limpio y solitario piso. Aquí estoy de nuevo, solo, con besos de una mujer dolida sobre mi cuerpo, y oliendo a su perfume, una ducha lo arreglará, pero... ¿Quién arreglará el vacío que siento por dentro?

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