El motor ruge como una bestia desbocada mientras Néstor pisa el acelerador a fondo. Las líneas amarillas y blancas de la carretera se desdibujan ante sus ojos, y la preocupación le oprime el pecho con más fuerza que el cinturón de seguridad. Llama a Kael por tercera vez, maldice en voz baja cuando vuelve a saltar el buzón de voz. Cuelga bruscamente y vuelve a intentarlo. —Contesta, Kael... contesta, maldita sea —gruñe. Nada. Ni una palabra, ni una señal. Es realmente extraño y confuso para él. Anoche, Kael fue hasta su casa a enfrentarlo como si Aria fuera de su propiedad y no debiera ensuciarse ni romperse. Le exigió que no se separara de ella ni un solo minuto, que la cuidara con su vida y la trajera de vuelta a la manada apenas terminara el paseo. ¿Y ahora? Ahora, cuando Aria se está

