Andrés Cerramos la cafetería. Está amaneciendo, hace un frío para morirse, Celeste se fue a su casa con el barman a calentarse y la morocha apenas puede mantenerse en pie. Intenta poner la llave en la cerradura por décima vez y suelta una carcajada. Suspiro y la ayudo. Esto es demasiado, al final el único sensato soy yo, y creí que era el más idiota. Ella me mira con expresión triunfante en cuanto cierro la puerta y arqueo las cejas. —Bueno, me voy —dice intentando no arrastrar las palabras. Escondo una sonrisa y niego con la cabeza. —¿Pensás que te voy a dejar ir en ese estado? Ni loco. Vamos a mi casa o te acompaño a la tuya —replico. —¿Cuál es mi estado? —Borrachera extrema. —Bah, estoy bien. Muy bien, muy, muy, muy bien —repite sin parar. Chasqueo la lengua y la agarro del braz