—¿Jazmín? –es imposible esconder el tono de incredulidad, me sale sin esfuerzo dado lo inverosímil del asunto–. ¿Cómo mierdas tienes tú mi número?
Trato de acompasar mi desatada respiración, que parece haberse enredado en mi garganta. Las manos me tiemblan y frunzo tanto el ceño, que parece que la piel se me arrugará como un pliego de papel.
No quiero saber nada de ella, creí que todo asunto relacionado a su vida de mierda había sido desligado de mi persona. Pero no, ella tenía que volver a incordiar justo en estos momentos.
Sabía que había sido un enorme error el haberme involucrado en ese mundo tan peligroso del que difícilmente se puede salir, pero en ese momento, el reto me había parecido divertido e incluso me sentía invencible; envalentonado por el alcohol.
Había sido excitante, incluso recordar la adrenalina en mi sistema me hace sentir vivo, aguerrido. Pero no era más que un espejismo de lo que en realidad era: un mundo de tinieblas y adicción que no le deseo ni a mi peor enemigo.
Luego, cuando pude meditarlo mejor, me di cuenta que las consecuencias de tus errores te seguían a lo largo del tiempo, no importaba lo que hicieras para desligarte, siempre te seguían una y otra vez sin que pudieras escapar del todo.
Justo en este momento, teniendo del otro lado de la línea a una mujer poderosa e igualmente peligrosa; con quien me había involucrado por mi estupidez, ahora tengo que vivir bajo la sombra de lo que una vez hice y que ahora me pesa como una enorme montaña.
No era algo agradable de recordar esos errores y menos saber que sólo por lo que ella sentía por mí, había logrado quedarme fuera de la línea enemiga, algo de lo que Carlson no pudo salvarse.
—Es obvio que no te alegras de oírme –dice con voz queda, seguramente sus ojos están anegados en lágrimas–. ¿Tanto me odias, Pete?
La verdad, me importa un comino lo que piense o sienta.
—¿Qué quieres? –espeto seco, decidido a sacármela de encima de una buena vez–. ¿Tengo que recordarte lo que hiciste y como mi vida estuvo a punto de arruinarse?
—Lo sé, lo sé –resopla con resignación, aprieto mis labios para retener los improperios que amenazan con salir de mi boca–. Sólo quería darte algunas instrucciones para llegar al sitio...
—Sé de sus malditas reglas y todo su procedimiento, Jaz –espeto entre dientes, molesto–. No es algo que tengas que explicarme como si fuese un jodido niño.
—Extrañaba oír que me llamaras así, Pete –su voz cargada de emoción me hace rodar los ojos. Mi paciencia se agota–. Hace ya tanto tiempo...
—¿Podemos volver a lo que realmente importa? –resoplo de mal humor, viendo a todos lados por si a alguien se le ocurría escuchar la conversación–. No tienes que darme instrucciones sobre lo que ya sé, no sé cómo diablos tienes mi número pero conociendo a esa escoria, no dudo que tiene bastante influencias capaces de lo que sea –aprieto los dientes con molestia.
—Algunas cosas han cambiado –asegura con voz tensa. De inmediato me envaro en mi sitio, esto no me está gustando para nada–. Quiere que te escolten hasta el sitio al llegar y al salir, hasta quiere que aceptes ir a la fiesta de la noche de plata, como un homenaje a los viejos tiempos.
—¡¿Acaso está completamente chalado?! –mi tono de voz ha subido varios decibelios, por lo que procuro calmarme a como dé lugar. De seguro ya he llamado la atención–. No iré si tengo que aparecerme por allá como si aún perteneciera a ese lugar, no juegues conmigo, maldita.
—Peter... –su voz se quiebra y la oigo sorber por la nariz. Aprieto los dientes con frustración–. Sé que no quieres ir, ya se lo dije. Pero no te preocupes, no estás obligado a hacerlo, yo podría...
—No quiero tus malditos favores, ¿entiendes? –espeto molesto, tratando de controlar mi mal humor–. ¿Tengo que recordarte que gracias a esos “favores”, casi haces que me maten?
—Sabes que no quería eso, Peter –suspira largamente, su voz se oye contenida. Ruedo los ojos y resoplo–. Sabes que te quiero, haría cualquier cosa porque estés seguro...
—¿Quererme? –ironizo, soltando una seca carcajada–. No tienes la puta idea de lo que eso significa.
¿Haces eso con la persona que supuestamente quieres? ¿Lo involucras una y otra vez en un mundo de mierda; de corrupción, adicciones, armas y muerte? No, definitivamente no sabía lo que era realmente querer.
Si eso es el amor, entonces no quiero tener nada que ver con eso.
Había salido de todo eso en parte a la indulgencia de Miles hacia mí por la intervención de Jazmín, pero el resto del crédito se debía a mí mismo y a todo lo que había pagado para que no me involucraran con ellos nuevamente, para que mi historial fuese borrado como si nunca hubiese existido.
—¿Entonces por qué carajos me pides que vaya contigo, sabiendo que detesto acercarme a donde sea que estés tú y todos los de tu sucia calaña? –respiro agitadamente y mis manos tiemblan a más no poder. Me siento harto con todo esto.
Al otro lado de la línea sólo se oye el silencio y estoy a nada de colgar, cuando la oigo de nuevo.
—Hablaré con Miles, no tienes por qué venir a la fiesta –su voz suena firme, aunque la conozco y sé que está controlando sus ganas de llorar–. Sólo te pido que vengas el día trece a la dirección que te enviaré, Pete. Prometo que no volveré a molestarte.
—Eso mismo dijiste la última vez –espeto de mal talante, escupiendo las palabras–. No me gustan los juegos y mucho menos este del gato y el ratón. Estaba afuera, ¿por qué no me dejas en paz de una jodida vez?
Luego de ese exabrupto, cuelgo el celular y meso mis cabellos con frustración, diciéndome que debía hacer lo que fuera por salirme de toda esa maldita mierda. Miro a mi alrededor y nadie parece haber notado mi ausencia o el momento infernal que tuve que pasar.
Al poco rato mi celular suena y aparece un mensaje que sé que es de ella, con una dirección impresa del sitio del encuentro y que conozco bien dónde queda, aunque desearía no saber: Canadá.
Me llega un archivo adjunto y de inmediato aprieto los dientes con frustración, el estómago se me revuelve por lo que provoca la imagen delante de mí: una foto donde salimos Jazmín y yo, hace bastante tiempo atrás.
—Maldición, ¿a qué juegas? –espeto entre dientes.
Bajo rápidamente las escaleras y busco a alguno de los Beresford con la mirada para despedirme, ya que la llamada me había alterado por completo y exacerbado mis nervios; al punto de no aguantar alguna insulsa charla o una sonrisa fingida de buenos modales.
Pero no encuentro nadie a mi alrededor, por lo que me voy sin más, mandando a todos a la mierda en ese mismo momento.
***
Noviembre
Miro al cielo con recelo, calculando que la luz del día estaría pronta a extinguirse; trayendo la noche y por ende, más peligro acechante. Sobre todo por el sitio donde me encuentro.
La brisa fría hace agitar mis cabellos y me estremezco cuando cala hasta mis huesos. Ajusto mi abrigo y miro a ambos lados de la calle, notando que las luces de los faroles comienzan a encenderse.
Se nota que estamos en otoño y las bajas temperaturas se ponen en manifiesto, anunciando la pronta llegada del invierno. El aguanieve es una trampa mortal para los descuidados, por lo que agradezco haber llevado mis botas para el invierno conmigo.
Odio este clima, no es el mismo que el frío de California y a ese ya me había acostumbrado hace mucho.
Un auto pasa a toda velocidad y ruedo los ojos porque pierde el control y derrapa de manera peligrosa hacia una de las paradas, aunque afortunadamente no hay nadie por aquí a esta hora del día.
Excepto por el par de siluetas oscuras de parecen emerger de pronto de una callejuela. Suelto un suspiro diciéndome que ya pronto todo acabaría y no tendré que volver nuevamente a este lugar.
Frunzo los labios cuando logro divisarla, sus ojos parecen brillar y solo mediante un enorme esfuerzo –además de los gestos amenazantes de su acompañante–, se abstiene que lanzarse a mis brazos.
Aunque la enorme sonrisa en su rostro es prueba fehaciente de su buen estado de ánimo.
Aprieto los puños a mis costados y a mi mente invaden todos los recuerdos que había tratado de olvidar. En estos momentos no podría sentirme más frustrado conmigo mismo.
Me detengo a pocos metros de su posición, asegurándome de estar lo más alejado posible por si algo se presenta. Siento la adrenalina correr por mis venas y mi corazón latir acelerado ante este encuentro, aunque parezca lo más normal del mundo.
—No debiste hacerme venir –espeto de mal humor, cruzándome de brazos–. Tuve que mentirle a mi hermano de nuevo y sabes cuánto lo detesto.
—Te necesitaba, Peter –murmura ella en voz baja, mirándome a los ojos de la manera que suele hechizar los sentidos de los otros, pero que en mí nunca ha logrado ese efecto–. Sabes que eres...
—Ve al grano, Jazmín –corto seco, ganándome una mirada furibunda del grandote–. Tienes cinco minutos para aclarar las cosas o me iré rápidamente de aquí y jamás volverás a verme. Sabes que no miento, maldición.
—Siempre a la defensiva, cariño –esboza una sonrisa que no me contagia en lo más mínimo–. Pero debes saber que no fue mi idea lo de la amenaza, él siempre quiere hacer lo que quiere...
—Y tú sigues su juego como una maldita marioneta –espeto sin poderme contener. El hombre de enfrente resopla y lo miro fijamente, amenazador–. No me importa lo que quiera, ya pagué lo que debía y sus amenazas solo lo ponen en peor posición.
—Tú harás lo que se te mande –ruge el grandote con voz dura–. Sabes que a Miles no le gusta que le lleven la contraria.
—¿Tú escuchaste algo? –rasco mi barbilla, fingiendo mirar a todos lados. El hombre aprieta los puños, molesto–. Parece que una molesta mosca anda zumbando por aquí.
El tipo gruñe molesto, sobre todo por la sonrisa que me atrevo a esbozar.
—El asunto es simple, Peter –suspira ella, mirándome ahora suplicante. De inmediato la miro con recelo–. Él solo quiere la información del desembarco al puerto de Santa Catarina. Si haces eso...
—¿Y si no? –la miro desafiante, decidido a no hacer más lo que ese individuo me dijera–. ¿Le dirán a mi hermano? ¿Lo publicarán en los periódicos? ¡Hagan lo que se les pegue la gana, pero a mí me dejan en paz!
—¡No hagas colmar mi paciencia, maldito arrogante! –ruge el grandote en tono amenazador, pero yo no me muevo un ápice de mi sitio. No pienso dejarme amedrentar por él ni por nadie.
—Entonces sugiero que le recuerdes a Miles que ya me salí del negocio –me encojo de hombros de manera displicente, haciendo como si el hombre no hubiese hablado–. No haré nada de lo que me pidan y no pienso caer en sus amenazas, ya me cansé de esto.
—¡Oye, tú...! –el tipo adelanta un paso en mi dirección, pero de inmediato es detenido por su acompañante.
—Déjame a mí manejar este asunto, Roger –la pequeña mano de Jazmín se enrosca entorno al brazo del hombre, quien sigue mirándome como si quisiera calcinarme vivo. Sonrío con sorna–. Sabes que tus instrucciones son otras, no te metas en esto.
—Oh sí, Roger –comento con voz aguda, en tono irónico–. ¡Mejor haz lo que te dicen, o tu jefe seguro se molesta y no te da postre a la hora de cenar!
Sonrío con burla porque el sujeto parece echar chispas por mi comentario, pero no me inmuto de mi lugar cuando su mano se dirige al cinto se su pantalón. Como dije antes: no pienso dejarme amedrentar.
—Deberías tener cuidado, Peter –el tono grave del tal Roger me causa desazón en la boca del estómago, pero aún así lo miro desafiante–. No querrás que le pase algo malo a algunos de tus seres queridos. Los accidentes ocurren, ¿sabes?
—¡Basta, Roger! –la voz de Jazmín se oye molesta, el tipo de inmediato baja la cabeza como una maldita rata cobarde y servil–. Te dije que yo misma manejaría esto, deja de amenazar cosas que sabes que no vas a poder cumplir.
—Lo siento, señorita Clark –musita el hombre, dando un paso atrás sin volver a mirarme.
Por un lado siento algo satisfacción aunque no lo demuestro, pero por otro me molesta enormemente que solo sea dejado en paz por las órdenes de Jazmín.
La veo atentamente y muerde sus labios, parece querer decir algo más y frunzo el ceño al imaginar de qué se trata.
—No creas que quiero perjudicarte –habla ansiosa, moviendo rápidamente la pierna en un gesto nervioso–. En realidad es un cargamento importante y tú conoces no sólo el procedimiento, sino al encargado de la contratación.
—¿Y qué mierdas gano yo con esto, Jazmín? –entorno los ojos, queriendo llegar al meollo del asunto–. ¿Por qué me quieres precisamente a mí?
Ella vuelve a notarse nerviosa y yo miro el reloj con impaciencia, diciéndome que los cinco minutos habían pasado hacía rato. Adelanta un paso en mi posición, el mismo que yo retrocedo para alejarme de su cercanía.
—¿Qué mierdas haces? –uso un tono hosco, provocando una mueca de dolor en sus facciones–. No quiero que te acerques a mí.
—¿Carl te dijo lo que tengo en realidad? –su voz se quiebra y sus ojos se cristalizan por las lágrimas. Frunzo el ceño, recordando que yo mismo le había pedido a mi colega no decirme nada al respecto–. Te dije que no me queda mucho tiempo y es cierto –toma una bocanada de aire–. Estoy muriendo, Peter.
Suelto todo el aire de golpe, dando nuevamente un paso atrás. La miro incrédulo, buscando en sus facciones suplicantes algún indicio de mentira o engaño, no sería la primera vez que quiera manipularme.
—No, no es cierto –niego una y otra vez con la cabeza. ¿Acaso está hablando en serio?–. Si lo que quieres es conseguir mi lástima...
—¡No es eso, maldita sea! –sus ojos se llenan rápidamente de lágrimas y se acerca imperiosa a mí–. Además de que eres el mejor para este trabajo... –muerde sus labios de nuevo–, ... sólo quería verte al menos una vez más, Pete.
—¡No me jodas! –la tomo por los hombros, sintiendo como se estremece ante mi tacto–. ¿En serio crees que conseguirás algo con todo esto? ¡No luego de lo que hiciste, maldita sea!
—¡Yo no quería que te lastimara, Peter! –se aferra a mis brazos y la distancia se acorta entre nosotros. Aprieto los dientes con frustración, decidido a no dejarme manipular de nuevo–. Sabes bien lo que siento por ti, de lo mucho que te necesito.
—Ya te lo dije, Jazmín –hablo seco, liberándola de mi agarre aunque ella sigue aferrada a mí–, no tienes idea de lo que hablas, personas como tú no saben lo que es el amor.
—Sí que lo sé –insiste obstinada, dando una patada al suelo con impaciencia–. Yo te amo, Peter –dice esta con voz suave y dulcificada, pero sus palabras no hacen mella en mí, me saben a nada.
—Y tú sabes que yo no te amo a ti, que nunca lo he hecho –escupo como ácido y la veo boquear incrédula, sollozando en voz baja. Sus hombros se estremecen y da un paso atrás, dolida–. ¿Eso querías oír? ¿Para eso me mandaste a llamar?
Se hace un largo silencio en que la veo llorar a moco tendido, seguramente rota por mis palabras. Miro dentro de mí y quiero sentirme mal por provocar esto en ella, pero la verdad no siento siquiera compasión; no siento absolutamente nada.
¿Y cómo podría sentirlo por alguien como ella? No, imposible.
—Lo sé, sé que no –musita con voz quebrada, limpiando sus mejillas rápidamente. Me quedo de pie, esperando lo que ahora tenga para decir–. De verdad lamento todo esto, sólo quería...
Mantengo los puños a mis costados, mis dientes están apretados y mi ceño fruncido a más no poder. Siento la mirada envenenada del tal Roger sobre mí pero me da igual, es menos que una cucaracha para mí.
—No tienes porqué hacer el trabajo –suspira con resignación, un poco más calmada–. Hablaré con Miles y de seguro entenderá...
—Lo haré, pero sólo con una condición –la interrumpo, sin dejar de apretar los dientes. Siento un vacío en mi estómago, pero estoy más que decidido. Ella me mira atenta–. Que no me llames más y que todo esto quede definitivamente en el pasado, Jazmín. De verdad no quiero tener nada más que ver con esta mierda o contigo.
—Está bien, así será –la miro con labios fruncidos, porque no sé si creerle del todo–. Te doy mi palabra que no volveré a molestarte... o a preguntar por ti –agacha la mirada, volviendo a sorber por la nariz–. ¿Puedes prometerme algo a cambio, Peter?
Me cruzo de brazos, frunciendo el ceño. ¿Y ahora qué rayos quiere pedirme? La miro con recelo, mientras su expresión comienza a dulcificarse de nuevo.
—Si encuentras a una chica que llame tu atención... –mi ceño se acentúa–, no seas tan cerrado y date una oportunidad de ser feliz, de conocer el amor.
¿Qué diablos?
—¿Pero, por qué...?
—Promételo, por favor –susurra en voz baja, mirándome suplicante–. Por favor, Peter.
¿Por qué carajos me está pidiendo algo tan absurdo como eso? ¿Acaso Jazmín se ha vuelto loca? La observo fijamente, pero no hay rastro de duda en sus facciones.
¿Yo, sentir algo tan absurdo como esa cursilería del amor? Já, qué buen chiste.
Eso ni siquiera había pasado por mi cabeza, ni siquiera tengo tiempo para esas tonterías del romance y todo lo que eso implica.
Francamente me da náuseas el sólo pensarlo.
—Prométemelo –habla de nuevo, mirándome suplicante y aferrándose a mi camisa con ímpetu.
—De acuerdo, está bien, está bien –resoplo con molestia, diciéndole lo que quería oír sólo para que me deje en paz–. Lo prometo.
Ella sonríe un poco y comienza esta vez a darme las indicaciones necesarias para lo del desembarco. Suelto un suspiro y me dedico escuchar con detalle para hacer el trabajo bien, esperaba que fuera el último que tuviera que ejecutar.
***
Las luces de neón muestran claramente lo que parece ser un club nocturno de buena monta, ubicado en una zona urbana de bastante categoría.
A mi lado, Steven no para de parlotear de manera molesta, pero consigo resignarme porque que yo mismo había aceptado su invitación a pasear por esos lares para “divertirnos” un rato, aunque la verdad había aceptado por una razón completamente diferente.
Acababa de terminar lo del embarque y a pesar de la adrenalina antes vivida y de que todo había salido como se esperaba, no conseguía quitarme el sabor amargo en la boca de mi estómago.
Necesitaba algo para calmar mis nervios y olvidar esa experiencia.
Me cuestionaba el hecho de haber aceptado y por un lado esperaba que Jazmín esta vez cumpliera su promesa, hacer eso simplemente para sacármela de encima.
Quizás también para experimentar lo que se sentía hacer eso indebido y por la lástima que en realidad sí me inspira por su enfermedad, aunque no supiera bien qué tenía o si era verdad que estaba muriendo.
Resoplo frustrado porque no debería sentirme así, porque debería olvidar todo ese mundo oscuro y dejar mis mentiras de lado, que solo conseguían perjudicarme a mí y a mi hermano Evan.
Si se entera, de seguro pegaría el grito en el cielo.
Entramos al concurrido lugar con otros de sus amigos pegados a nuestros talones, quienes francamente me ponían de los nervios, pero nada podía hacer.
Eran tan parlanchines, tan mal portados y exasperantes, que pronto me alejé de su grupo y me acerqué a la barra a pedir un trago para sacarme el mal humor y el desazón de encima.
Apenas pido un whisky seco, dirijo mi mirada por el lugar para admirar el esplendor en general y quizás encontrar algo interesante de ver, algo que me sacara de encima mi insoportable humor de perros.
Un grupo de personas de gran número llama mi atención, no por el tamaño de los integrantes sino por la chica de cabello oscuro que ríe a carcajadas y su risa causa una especie de fascinación en mí por lo contagiosa que es.
En ese momento voltea a ver un punto del lugar y alzo las cejas perplejo al ver sus ojos, ya que estos son aún más impactantes: de un color azul-gris hermoso que llaman la atención de cualquiera que la ve, y con razón.
Está vestida de manera sexy; con top rojo, una diminuta falda negra y chaqueta de Tweed a rayas negras que realzan su piel hermosa y pálida y el increíble color de sus brillantes ojos.
Sonrío por automático y estoy a punto de levantarme de mi asiento para acercarme a donde está, cuando el tedioso de Steven me toma del brazo, soltando una molesta risotada.
—¿Puedes creer quienes andan por aquí, querido Peter? –sube su voz por encima del bullicio, aunque apenas logro entender lo que dice–. ¡Mi amigo Kendall con sus amigos y su bellísima prima!
—No tengo tiempo para ellos, Steven –me zafo de su agarre y dirijo nuevamente mi vista hacia donde se encontraba la chica de antes–. Tengo mejores cosas que hacer.
—¡Oh vamos, Pete! –toma mi brazo de nuevo, extendiendo el suyo en dirección de donde está puesta mi mirada–. ¡Se encuentran en esa mesa, vayamos a saludar!
Alzo una ceja cuando me percato que señala justamente donde se encuentra la chica y cómo uno de los chicos se acerca a ella y le dice algo a su oído; a lo que ella suelta una carcajada totalmente animada.
Tal parecía que el amigo de Steven, el tal Kendall se encontraba en ese grupo de chicos y entre ellos la chica de ojos hermosos que hacía rato había llamado mi atención.
¿Destino o coincidencia?