Tal parece que el tiempo se ha detenido, entre la incredulidad y el dolor que me provoca el leer en sus facciones la cruda y absurda realidad: no tiene idea de quién soy yo. —Gina… –apenas puedo oír mi propia voz, me encuentro turbado y ni siquiera soy dueño de mis propias acciones–. ¿En serio no me recuerdas? ¿No sabes quién soy? Voy acercándome a donde está, viendo con profunda pena que su rostro pasa de estar inexpresivo, a reflejar desconcierto y algo de pánico. Se encoge en su sitio y hace ademán de alejarse de mi presencia, como si fuese un completo demente. —Espera… –escucho la voz de Evan, desde algún punto de la habitación. —¿Es una broma, verdad? –exclamo con voz agitada, desesperado porque todo esto esté pasando justo ahora, cuando creí que podría tener una oportunidad de