Amigos

2073 Words
Siendo justos, yo lo conocí primero. – Estamos aquí reunidos para la celebración de la boda civil de Leonardo Rivas y Regina Duarte, los requisitos legales del matrimonio… Todo comenzó hace más de treinta años, en la semana de la moda europea. Mi padre asistía a un desfile como parte de su trabajo, conoció por casualidad a mi madre y quedó atrapado, regresó a casa con un contrato de matrimonio y al abuelo casi le da un infarto. Su único hijo obediente se había casado con una modelo de lencería fina de veintiún años (en realidad, tenía veintinueve), de belleza natural, (llevaba cuatro cirugías), y virgen, (no hablaré al respecto, es mi madre) Ocho meses después de la boda nacieron mis hermanos y a nadie le sorprendió, porque, hoy en día, ¿quién espera a la noche de bodas?, mis hermanos heredaron, de papá, su estatura, del abuelo, su inteligencia, y de la abuela, la tez clara, el cabello rubio y los rostros triangulares. A partir de entonces, el abuelo los amó, aunque, seguía odiando a mi madre, era feliz de pasar tiempo con sus nietos. Cinco años después de la boda, yo nací, una niña delgada, con la piel bronceada, el cabello oscuro y estatura baja, idéntica a mi madre, antes de sus cirugías, ningún parecido con la abuela. En el décimo aniversario de bodas de mis padres, alguien bromeó diciendo que yo era hija del limpia piscinas, el rumor llegó al abuelo y desde entonces, todos en la familia me excluyeron. No sucedió de un día para otro, fue un largo proceso en el que se aseguraron de hacerme entender que yo no era parte de su familia. En el cumpleaños número quince de mis hermanos la casa iba a estar llena de ¡adolescentes hormonales!, como los llamó mi madre, ese fin de semana armó una pequeña maleta y me envió a casa de mi tía Verónica y mi primo Jonathan para estar lejos de la fiesta. Apenas llegué, mi primo me miró de arriba abajo y dijo – este juego es en solitario, me va a estorbar. Mi tía intentó convencerlo de cambiar de juego y darme un control remoto, yo le dije que estaría en la piscina, salí al jardín, me senté en la esquina porque había una sombra y escuché un sonido de rebote que venía del otro lado de la barda, usé una mesa para trepar y vi a un chico con una camiseta azul, un short corto y bañado en sudor, que jugaba con una pelota. Me sentí la mujer invisible, seguí mirando por un largo tiempo y cuando él giró la vista hacia mí, casi me caí de la mesa. – Oye, ¿quieres jugar? Yo asentí, salí de la casa de mi tía sin avisar y él abrió el portón de su casa – me llamo Leonardo, pero todos me dicen Leo. – Soy Regina. – Pensé que la vecina tenía un hijo. – Ese es mi primo, yo estoy de visita. Jugamos en su patio, recuerdo que me caí varias veces, así que supongo que debió ser doloroso, pero, la parte que más recuerdo, fue que me divertí. A los diez minutos su mamá nos vio por la ventana y salió – Leo, ¿quién es tu amiga? Pensé que me regañaría, me correría de su casa o haría algo peor, ella tomó mi mano con mucha fuerza, fue a la casa de mi tía Verónica y la regañó a ella, por no cuidarme, después de un largo rato de escuchar sus gritos, la señora Rivas volteó a verme y sonrió – te quedarás con nosotros un rato, ¿está bien? Me invitaron a cenar. Terminando el fin de semana, no quería volver a casa. Ese verano le pedí a mi mamá que me cambiará de escuela, mi familia rara vez pensaba en mi educación y a nadie le molestó cambiarme de una escuela privada a una pública, y pagar menos por la colegiatura. Yo lo conocí primero, me senté a su lado y me volví su mejor amiga, pero, un año después, Sabrina llegó. La estudiante de cabello castaño que aterrizó en nuestro salón de clases y lo puso de cabeza. Entre Leo y yo, había una rutina, pasábamos tiempo juntos en clase, éramos pareja para los trabajos en equipo, caminábamos juntos y entonces, yo iba a mi casa y él a jugar con sus amigos, sabía que no podía acercarme más, porque tenía un horario que cumplir, y estaba bien con eso, me conformaba con la parte de su día que me pertenecía. Sabrina era diferente. Para ponerse al día con las clases, Leo se ofreció a ser su tutor, así que estaban juntos en su casa por las tardes, llegaban en el mismo autobús a la escuela, él esperaba por ella para ir a casa y al formar los equipos, éramos tres. El problema llegó cuando el maestro nos pedía formar parejas y Leo volteaba a verme. – Sabrina es nueva, no tiene con quién más hacer equipo. Sentí que una bacteria carnívora se había instalado en mi pecho y me devoraba muy lentamente, cada vez que él actuaba de esa forma. Tenía quince años, la tarde en que una lluvia torrencial nos dejó atrapados en la biblioteca, Leo dijo – iré por una sombrilla – y salió corriendo. Yo miré a Sabrina – voy al baño – di la vuelta, caminé muy despacio, miré mis pies todo el camino, entré al baño, me lavé las manos, el rostro, y volví muy lentamente, supongo que lo presentía, lo que sucedería esa tarde, por eso intenté estar lejos y al volver, vi a Leo con una sola sombrilla, cubriendo a Sabrina. – Me gustas. Yo lo conocí primero, y no importó, él la eligió a ella. Pasé todo el fin de semana llorando, asumí que al día siguiente ellos actuarían como novios y decidí que prefería morir a verlo, pero, no podía imaginar mi vida escolar sin él. Así que tracé una línea blanca sobre el suelo y permanecí detrás de ella. No volví a sentarme a su lado, tampoco me anoté para formar un equipo con él y a la hora de la salida, guardaba mi distancia, entendí que cometí un error al ser su amiga, habría sido mejor observarlo en silencio. Diego, el chofer de la familia, comenzó a notar que algo me sucedía y de vez en cuando, se detenía en la plaza, me compraba un helado y me dejaba llorar todo el tiempo que necesitaba hacerlo, antes de ir a casa. El día de la orientación vocacional, fue difícil alejarme, Sabrina atrapó mi mano y me obligó a sentarme entre ellos. – Arquitectura – anunció después de la conferencia – lo estuve pensando mucho y siento que me irá genial, ¿ustedes? – Derecho – señaló Leo y me miró. Mi respuesta era obvia – administración de empresas, mi papá ya eligió la universidad, ya me inscribió e hizo todo el papeleo, solo tengo que presentarme y en tres años estaré graduada – me encogí de hombros. Ambos voltearon a verme. – ¿Y es lo que tú quieres? – preguntó Leo. – En mi familia, lo que yo quiero no importa – tomé mi mochila y los dejé. No fue mi intención parecer lamentable, o inspirar su lástima, eso era lo último que quería que sucediera, pero pasó. Leo y Sabrina, decidieron que yo estaba sola y era su deber como buenos amigos, hacerme compañía. No sé por qué acepté. Cada dos fines de semana recibía un mensaje de ellos invitándome a una fiesta, una reunión, al cine, tomar una malteada o ver una representación en la plaza, y todos los mensajes comenzaban de la misma forma. Sabrina: ¿tienes planes?, Leo y yo vamos a ver una película, ¿quieres venir?, será divertido. Nos vemos en… Sí me negaba, ella insistía. Un día, me senté a mirar el cielo nublado, entendiendo que tenía veinte años y que lo único que recordaba de mi infancia, era a esos dos idiotas. – Ya llegué – dijo Sabrina y se sentó a mi lado – el tráfico fue horrible, ¿ya ordenaste? Miré hacia atrás. – Leo no va venir – me dijo Sabrina y tomó mis manos – tengo algo que contarte, un chico se me declaró y estoy pensando en aceptarlo, pero no estoy segura, quiero decir, es lindo, dulce, inteligente, estudia la carrera de medicina, así que tendrá un buen futuro, y tiene coche. Sentí que alguien había presionado el botón de “reinicio”, en mi cerebro – espera, ¿qué dijiste?, repítelo. – Digo, que un estudiante de medicina se me declaró y quiero que me ayudes, mira, esta es su fotografía. Empujé su celular hacia abajo sin ver la imagen – ¿y Leo?, ustedes, ¿no están saliendo? Ella parpadeó – ¿de qué hablas?, Leo es un amigo, no podría verlo de otra forma, llevamos años juntos, es como un hermano. No pude creerlo, siempre di por hecho, que esa tarde fue su primer día como novios, además, ellos salían juntos y Leo siempre pagaba por ella, los boletos del cine, la comida, bebidas, pasajes, en la fila de la caja constantemente estábamos nosotros dos, yo pagando mi parte y él, la de Sabrina y la suya. – A Leo le gustas, y mucho, él es lindo, inteligente, creativo, atlético, se preocupa por los demás, ayuda a su mamá, ¿por qué lo rechazaste? – en serio, ¿cuál era su maldito problema con la perfección? Ella me miró un poco confundida – siento que lo estás idealizando, Leo es un poco…, encimoso, ¿no crees? Para mí, Leo lo era todo, mi razón para despertar cada mañana en una familia que me rechazaba por haber nacido, mi motivo para seguir adelante y la representación de todos los recuerdos de mi infancia que valían la pena. Para Sabrina, era el idiota que pagaba las cuentas. – Sal con él. – Ya te dije… – Hablo del estudiante de medicina, sal con él – tomé mis cosas y volví a casa. Al día siguiente Leo fue a buscarme a mi universidad, me esperó en la entrada y se levantó en cuanto me vio. – ¿Le dijiste a Sabrina que saliera con Luis? En retrospectiva, era obvio, pero en aquel entonces yo era muy inocente y me sorprendieron sus palabras – a ella le gusta. – ¿Lo conoces?, ¿sabes algo sobre él?, le dijiste a tu mejor amiga que saliera con un sujeto del que no sabes nada. – Ella no es mi amiga – puedo no ser una experta, pero sé, que una amiga no te echa la culpa por sus acciones para evadir la responsabilidad y aparentar inocencia. La expresión de Leo me hizo sentir mal, sé que yo arruiné todo, me enamoré, jamás me confesé y me alejé unilateralmente porque no podía vivir siendo solo su amiga, y Leo, para él yo siempre fui una amiga, una que le dio la espalda sin darle una razón. Pero, decidí que sería una cobarde hasta el final – tengo que ir a mi curso de inglés – y me fui. No volvimos a reunirnos después de eso. Unos meses después, sentí curiosidad y le escribí un mensaje a Sabrina, así descubrí que ella era novia del estudiante de medicina con mejor promedio, a punto de graduarse y de camino a ser un cirujano cardiovascular, Sabrina fue muy insiste con esa información, Leo, salía con la asistente del profesor de fotografía. Cuando vi imágenes de ellos, pensé que estaría viendo una versión más adulta de Sabrina, sorpresivamente, su novia tenía el cabello oscuro, muy planchado, piel bronceada, varias perforaciones en el rostro y un estilo atrevido. Siempre lo supe, Sabrina no me lo quitó, sí ella no hubiera aterrizado en nuestro salón de clases, otra lo habría hecho. Ese año, por primera vez en mi vida, alguien se me confesó, su nombre era Rafael, estudiaba periodismo y me vio rondando la clase de fotografía un par de veces mientras buscaba a la novia de Leo, era alto, aplicado y le gustaban los videojuegos. Tuve un pensamiento muy egoísta, “cualquiera está bien” Y acepté. Los tres llegamos al día de la graduación, cada uno con su respectiva pareja y sabiendo, que no nos volveríamos a ver.
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