Una mujer hermosa, adinerada, elegante y segura de sí misma. Esa fue la versión de Regina que llegó al despacho jurídico esa mañana y usó frases ensayadas para seducir al hombre del que estaba enamorada desde que era una niña. Porque en la mente de Regina, esa era la mejor versión de sí misma. La única que podía mostrar en público. Su ideal era ella, perfectamente maquillada, con tacones altos, un vestido tejido en crochet de color blanco sobre un bikini, un sombrero y lentes de sol. Recostada sobre una silla reclinable junto a la piscina mientras Leo podaba el césped. Sin camisa, obviamente. En ese entorno que no solo rompía la balanza de poder, sino que la aplastaba, sería sencillo tomar una revista, dejarla caer y ver a Leo dejar la podadora, cruzar desde el jardín, tomar la revista

