Javier abrió la puerta y vio a Cristián, al instante, una sonrisa se dibujó en su rostro.
Cristián, por otro lado, tenía una expresión llena de desgana y antes de entrar, barrió la habitación con su mirada, se detuvo en las carpetas y documentos sin un orden lógico, pasó por el librero que tenía libros en vertical, horizontal e inclinados, siguió con el aspecto de las paredes, el techo, el escritorio con docenas de documentos, la laptop encima de los marcadores, basura redondeando el bote y finalmente, a Javier, con la camisa sin planchar, el veredicto fue – este lugar es un reflejo de ti.
– Gracias – sonrió Javier – pasa, León no ha llegado.
– ¿Sabes por qué nos reunimos aquí?, la oficina de Leo está en un edificio y la mía es – miró el sillón y quitó una camisa para poder sentarse, pero después de ver el color del sillón, prefirió dejar la camisa y sentarse encima – más limpia.
Javier acababa de hacer una limpieza rápida – pregúntale cuando llegue, ¿quieres un café?, ¿pizza?, ¿sushi?
– Ya comí – miró la hora, llegó diez minutos tarde a propósito, y no fue fácil, odiaba la impuntualidad, pero no quería estar en esa oficina y pensó, que, si llegaba después, encontraría a Leo, para su mala suerte, solo estaba Javier – es tarde, ¿ya llamaste a Leo?
Javier negó con la cabeza.
– Yo lo haré – dijo Cristián. Tomó su celular e hizo la llamada. En ese preciso momento, Leo estaba en Obsidiana, rechazó la llamada, envió un mensaje y apagó su celular – él fue quien nos citó y llegará tarde.
– Oye, ya no estamos en la escuela y esto no es una reunión de negocios, puede llegar a la hora que quiera – dijo Javier y vio de nuevo ese gesto de desagrado que Cristián siempre tenía en el rostro – aquí tu puntualidad no brilla, ¿quieres un café?
– No – reclamó.
Ambos estuvieron en silencio por una hora completa, hasta que tocaron el timbre y Javier se levantó de prisa para abrir.
– Siento la tardanza – dijo Leo, se quitó el saco y buscó donde sentarse – Cris.
Cristián alzó el brazo para saludarlo.
– ¿Ya lo pusiste al corriente? – preguntó Leo mirando a Javier.
– ¿Tenía que hacerlo?, pensé que tú…, ah, yo le contaré, todo comenzó con ese pasado oscuro que dio inicio a nuestra amistad.
Leo lo detuvo – yo lo haré – se sentó y le mostró a Cristián la fotografía en su celular.
Cristián tomó el celular y aumentó el brillo para verla más detenidamente, el hombre en el centro tenía una apariencia madura, con la barba crecida, un traje de buena calidad y el cabello bien peinado, se veía diferente de la última vez que lo vio, pero era él, Cristián levantó la vista – ¿de cuándo es la fotografía?
– De esta mañana – respondió Javier.
Cristián volvió a mirar – ¿dónde es? – pasó a la siguiente imagen para tener una idea del entorno, pero se encontró con la captura de pantalla de un artículo de revista titulado, “conoce a la cenicienta…”
Leo le quitó el celular – es afuera del restaurante Obsidiana, te explicaré cómo llegamos ahí, hace un par de semanas me asignaron el caso de una viuda… – contó la historia y Cristián guardó silencio.
Al terminar, Cristián dijo – Obsidiana es un restaurante muy popular, no hay evidencia de que se haya reunido con el gerente de Quantum.
– Sí, la hay – intervino Javier con el brazo levantado – yo lo vi, habitación número quince, segundo piso, los dos entraron a la misma sala y estuvieron ahí por dos horas, los habría fotografiado juntos, pero el maldito restaurante es muy exclusivo.
– Tu vista es mala, usabas lentes desde la secundaria – reclamó Cristián.
– Sé lo que vi.
Leo intervino – no los cité para que discutieran, yo creo en él – señaló a Javier – lo que necesitamos es investigar a Quantum y descubrir porque su gerente se reunión con ese idiota.
– El psicópata – dijo Javier.
– Tú y tu manía de llamar a todos por apodos – susurró Cristián.
– Mi manía nos salvará, solo piénsenlo, estamos reunidos en el glamoroso recibidor de un hotel, hablando en voz alta como si nadie pudiera escucharnos, de repente, uno de nosotros menciona el nombre del psicópata, su asistente nos escucha desde las sombras, llama a sus sicarios y los tres aparecemos en bolsas de basura, pero. Si volvemos al mismo escenario y usamos la palabra código, “psicópata”, el asistente pensará que vimos una mala película de terror psicológico y seguirá su camino.
Cristián estuvo a punto de decir algo, pero, al pensarlo mejor, usar códigos para cifrar sus conversaciones era una buena idea, nada más el código, hablar sobre sicarios, bolsas de basura y ellos revelando información como si fueran novatos, era una estupidez – eso es de muy mal gusto.
Javier se encogió de hombros.
– Entré al restaurante – dijo Leo – hay cámaras de vigilancia en la entrada, el pasillo y afuera de las habitaciones, algunos clientes tienen habitaciones preferidas que permanecen reservadas, el psicópata es el tipo de persona que haría eso.
Javier sonrió cuando Leo usó el apodo que él escogió, pero luego se dio cuenta de algo – ¿cómo hiciste para entrar?
– Cris investigará a Quantum y tú al gerente, sí puedes también vigila el restaurante – dijo Leo, evadiendo la pregunta – hay que encontrar una relación – miró la hora – nos pondremos en contacto.
Javier lo detuvo – no respondiste, oye, si tienes una membresía podrías colocar un micrófono.
– No – dijeron Cris y Leo al mismo tiempo.
– Ninguno pondrá un micrófono – agregó Leo – es muy arriesgado, limpian las habitaciones de inmediato, todas las plantas son naturales y este restaurante es parte de una cadena hotelera, es mejor no volver – los miró – lo digo muy en serio, no quiero que se involucren más allá de la ley, tú especialmente – apuntó a Javier.
Cris se levantó – por mí no hay problema, haré mi parte y les avisaré, solo tengo una sugerencia, la próxima vez reunámonos en otro sitio, si alguien pone un micrófono en esta habitación, jamás lo encontraremos.
Javier rodó los ojos – malos amigos.
Leo volvió a su coche y condujo despacio. La calle donde Javier tenía su oficina era pequeña y los extremos estaban llenos de coches estacionados.
Por un momento, el cielo se iluminó y Leo vio la calle llena de bardas blancas, con coches estacionados, el que estaba justo delante suyo era de color orión y tenía un rayón debajo del espejo retrovisor.
– Leo – lo llamó Cristián y le puso la mano en el hombro.
– Estoy bien.
Un año antes, supo que ese hombre estaba a salvo, hospedándose en un hotel, disfrutando del gimnasio y actuando como si nada hubiera pasado, Leo entró en shock, el latido de sus sienes se intensificó, su respiración se volvió errática y por un segundo, la tentación de hacer justicia por sus propias manos, casi lo consumió. Ese día, Cristián lo detuvo.
Ahora estaba en calma, no porque lo hubiera superado, fue porque Regina lo sorprendió. Ella no sabía lo que pasó, ya no eran amigos en esa época y Leo no quería que lo descubriera, por eso se detuvo, colgó la llamada y sin pensarlo, la invitó a comer un postre en el restaurante, ya estaba en una de las habitaciones analizando la posición de las plantas cuando se dio cuenta de lo que había hecho.
Después de eso, la acompañó a su casa para no sentirse culpable y fue testigo de algo difícil de creer.
Solía pensar que conocía a Regina, sabía que era orgullosa y odiaba que las personas sintieran lástima por ella, antes, prefería quedar como una persona grosera y pedante, era casi intuitivo, Regina usaba la arrogancia como mecanismo de defensa, ¡y qué sí todos los demás tenían padres que iban a las reuniones escolares, ella era rica y nada cambiaría eso!
Por eso, siempre que salían ella corría a pagar, Leo tenía que esforzarse por llegar al mismo tiempo a la caja y pagar su parte y la de su antigua amiga Sabrina.
Y esa persona, la mujer que siempre caminaba con el mentón en alto, estaba en el suelo, sosteniendo un vaso con delicadeza para ayudar a Víctor.
Al final, no conocía a Regina tan bien como creía.
*****
Después de ese día Víctor se mudó conmigo, estuvo enfermo dos días más y para el viernes, se sentía mucho mejor, lo que era muy importante porque ese, era el día de mi cita.
– ¿Se metieron ladrones? – dijo al ver el interior de mi habitación.
Yo rodé los ojos – no eres gracioso, estoy eligiendo qué ponerme, ¿qué te parece? – di la vuelta con un vestido blanco, floreado, muy elegante y diferente del tipo de ropa que usaba comúnmente – demasiado aniñado, ¿cierto?, lo sabía, soy una idiota.
– Ni siquiera hablé – me dijo Víctor y buscó donde sentarse mientras yo regresaba al vestidor – ¿me escuchas?
– ¿Dijiste algo?
– Olvídalo – resopló y esperó a que yo saliera con mi siguiente traje, una falda verde y una blusa negra – llamé a tu hermana.
Eso me trajo de vuelta a la realidad.
– Nos reuniremos hoy en la tarde, me dará los detalles del proyecto, su tienda va a llamarse, “Princesa”, lo estuve revisando y la idea es buena, me gusta la forma en que lo explica, entiende bien cómo funciona el mercado y está trabajando con varias marcas.
No necesitaba a otra persona alagando a mi hermana, pasé toda la vida escuchando a mis padres – bien por ti, encárgate de la inversión y avísame cómo va.
– No entiendo si te agrada tu hermana, o la odias.
– La odio.
Si Sarah hubiera nacido en mi lugar, todo sería distinto. No habría demandas, ni artículos humillantes, no habría presión familiar, nada de eso. Solo éxito, como siempre.
Sarah es la independiente, la autosuficiente.
Y yo, soy Regina.
– Me llevaré el vestido.
– Bien – soltó Víctor y dejó la habitación.
Fue nuestra segunda cita.
Subí a mi coche y me di cuenta de que, si llegaba en taxi, Leo se ofrecería a traerme a casa, así que devolví las llaves a su lugar, caminé a la entrada del complejo y esperé al taxi para ir al restaurante. En la entrada le envíe un mensaje – ya estoy aquí.
Esperé un poco y él respondió – estoy en el estacionamiento, te alcanzo en la entrada.
El clima era fresco y mi vestido muy ligero, subí los escalones sujetando mi falda para que el viento no me jugara una mala broma, por eso, noté el coche que se estacionó enfrente, vi a los empleados bajar como si el recién llegado fuera su dueño y, sin querer, miré a ese hombre de barba crecida y expresión llena de desdén. Al verlo, recordé a mi hermano Jorge, caminando por el pasillo, con toda la vía libre y, aun así, estirando el brazo para empujarme.
No fue una buena primera impresión, por desgracia, me quedé mirándolo por demasiado tiempo y él lo notó.
Ese hombre, era a quien Leo quería destruir, gracias a él, yo logré casarme.