Descubrimiento

2016 Words
Eran las tres de la madrugada, la última vez que Leo miró el reloj, marcaban las dos cincuenta y cinco, lo que dejaba en claro cuán frustrado se sentía. En la habitación superior las luces se encendieron, Leo, que acababa de acomodar las piernas para no tener dolor en las rodillas, se apresuró a tomar la cámara fotográfica y miró las ventanas, la persona que encendió las luces era una mujer, a juzgar por su silueta, caminó hacia un costado, volvió, se recostó sobre la cama y lo siguiente que pasó no necesitó mayores explicaciones. – Al menos tú te diviertes – exclamó Leo mientras tomaba las fotografías. Por los siguientes siete minutos la pareja estuvo ocupada, el hombre se levantó, se puso una playera y salió de la habitación, las luces del primer piso se encendieron, Leo cerró los ojos un instante; al abrirlos, ya eran las seis de la mañana. – Mierda. Con los binoculares revisó la casa, había movimiento en la parte de abajo, tomó otra fotografía y poco después, la puerta principal se abrió, la mujer salió, regresó para darle un beso a su acompañante y subió al tercer coche estacionado en la acera, Leo se aseguró de tomarle una fotografía a las placas y ocultar la cámara cuando ella pasó junto a su coche. Por la hora, no tuvo tiempo de ir a casa, llegó a su trabajo cansado, sin bañar y con todo el cuerpo adolorido por pasar la noche en el interior de su coche. – Buenos días – lo saludó Santiago, el abogado con el que compartía oficina – no preguntaré cómo te fue, tu rostro lo dice todo. Leo se dejó caer sobre su silla tan pesadamente, que esta se hundió, el sistema que mantenía la silla en alto ya no funcionaba correctamente, la acomodó para que sus rodillas quedaran en una posición de noventa grados y sacó la cámara para pasar las fotografías a su computadora e imprimirlas. “Diez años de casados” Fue lo primero que su clienta dijo, estuvo casada por diez años, amaba a su esposo, se conocían desde la secundaria, juntos habían atravesado todo tipo de pruebas, cumplieron lo que el sacerdote dijo, ¡en las buenas y en las malas!, y repentinamente, sin más motivo que la monotonía de un matrimonio que había caído en la rutina, su esposo le pidió el divorcio. Ella aceptó, porque deseaba que su esposo tuviera lo que deseaba, un tiempo para él, sin embargo, le llegó un extraño rumor de otra mujer y Leo estuvo observando en días diferentes la entrada de la casa, hasta esa noche. En las imágenes que tomó estaba el hombre que deseaba estar solo, durmiendo con otra mujer, mucho más joven que él. Brenda, de la oficina de al lado, tocó la puerta y abrió al mismo tiempo – ¿están disponibles para un caso?, tengo las manos llenas con la casa que se incendió, prometo que será un caso simple, se resuelve rápido, solo vayan a hablar con la demandante y en cinco minutos estarán libres. – Si es tan fácil, ¿por qué no lo tomas? – preguntó Santiago. Brenda torció la boca en una mueca – le invitaré un café al que lo tome. – ¡Solo un café!, olvídalo. Leo se levantó para ir al cuarto de impresión y recoger las fotografías que acababa de enviar, Brenda lo vio y empujó los papeles sobre su pecho – gracias, la clienta está en la sala 3B, te debo una. Leo no planeaba ayudarla, su escritorio estaba tapizado de documentos y aún tenía que hablar con su cliente para que ella decidiera qué hacer con la nueva información, no le hacía falta un caso nuevo, maldijo entre dientes y caminó por el pasillo. La sala 3B, estaba del otro lado del complejo. Sanders y Asociados, se dividía en tres secciones, la principal, justo después de elevador, con paredes de cristal, plantas artificiales, un diseño minimalista y el logotipo de la empresa resaltando en una pared blanca junto con los certificados y reconocimientos. Más al fondo estaba el pasillo que conducía a la segunda sección, el archivo, el depósito, el cuarto de intendencia y el área de impresión, y siguiendo por el mismo pasillo, las oficinas con los abogados que llevaban casos secundarios y de bajo perfil. La sala 3B, parecía un depósito y ahí estaba una mujer, embarazada y con lágrimas en los ojos. – Buenos días – la saludó, puso las carpetas sobre la mesa, escondió las fotografías impresas de la infidelidad que acababa de descubrir y abrió el expediente del caso. Lo primero que vio fue el informe forense, el esposo de esa mujer se quedó dormido mientras conducía después de largo día laboral, chocó y falleció en el lugar de los hechos. La autopsia no incluyó otras causas, la bolsa de aire se abrió, por lo que no hubo problemas con el coche ni factores externos. Los siguientes documentos eran del seguro, cobrado por la mujer delante suyo, y al final, estaba el informe de cremación. Terminando de leer, Leo la miró – mi nombre es Leonardo Rivas, me asignaron su caso hace unos minutos, lamento mucho su pérdida, ¿en qué puedo ayudarla? Ella levantó la mirada – no lo sé…, mi esposo… Leo entendió por qué Brenda se veía tan desesperada por pasarle el archivo, ese no era un caso que condujera a un juicio, sino una mujer que quería ser escuchada, aunque al final, nadie pudiera darle una explicación del por qué, su esposo estaba muerto. – La policía dijo que mi esposo hizo retiros sospechosos a la cuenta de ahorros – explicó y tomó un pañuelo para limpiar sus lágrimas – dijeron que investigarían un posible fraude de seguros. Leo bajó la mirada hacia los documentos, no recordaba haber visto esa acusación. – Ese policía, mencionó que estábamos en la quiebra, que la cuenta de ahorros estaba en blanco y que mi esposo se había quitado la vida para cobrar el seguro – lloró – después, el abogado se encargó de todo, retiraron las acusaciones, hicieron la autopsia, el funeral, la cremación – enlistó y su voz se cortó – dijeron que todo estaba en orden. Leo volvió a revisar los documentos, no había ni una sola hoja que relacionará la muerte con un fraude – lamento que haya tenido que pasar por todo eso, es bueno que la policía haya resuelto el caso, ¿qué puedo hacer por usted? Ella levantó la mirada, por un instante, Leo sintió que era la primera que ella lo veía, desde que llegó a esa oficina y comenzaron su conversación. – Nada tiene sentido, siento, que en un segundo Franco y yo estábamos discutiendo la cena de navidad, sí comeríamos pavo, jamón, o costillas, mi esposo bromeó sobre qué parte del cerdo deberíamos comernos – sonrió de pronto sin dejar de llorar – y, un segundo después, lo estaban velando – volvió a limpiarse – sé que perdió todos nuestros ahorros, el policía que me interrogó me lo mostró, yo no lo creí, pero hoy encontré esto – abrió su bolso y sacó un sobre partido en cuatro pedazos – es la notificación del banco, él hizo un retiro sin consultarme, pero la policía dejó de investigar porque se comprobó que fue un accidente, yo, necesito saber qué sucedió con ese dinero, necesito saber – insistió – sí realmente fue un accidente o mi esposo se quitó la vida para que no perdiéramos la casa – suplicó. Leo se lamentó – le daré el número de un investigador privado, es un amigo y es muy confiable – no podía garantizar los resultados, pero sí su honestidad, por lo menos, Javier no le robaría dinero a esa mujer – revisará el caso y hará lo que pueda para responder… Mientras buscaba el contacto en su celular, miró las hojas que estaban sobre la mesa, antes, abrió la carpeta para buscar la acusación de la policía y lo que encontró, fue un escrito con el análisis final del accidente con una firma y una dirección que reconoció. – Este es el abogado – movió la hoja para mostrársela – esta es la persona que la ayudó. Ella miró el informe – sí, es él. Ricardo Crowell. – ¿Cómo lo contrato?, este hombre trabaja para Hasting y Crowell, es un bufete de abogados, usted, ¿fue a buscarlo? – No, yo no, él fue quien se presentó, en la comisaría, evitó que siguieran interrogándome, también se encargó de los trámites de la autopsia, el funeral, el seguro. – ¿Cuánto le cobró? – Fue un caso pro bono. Leo soltó una risa burlona, espontánea e involuntaria, de la que arrepintió de inmediato – lo siento, dice, que este hombre se presentó en la comisaría para hacerse cargo de todo, sin cobrarle ni un solo centavo. Ella asintió – ¿por qué?, ¿usted lo conoce? Leo evitó reaccionar – necesito su número, llevaré el caso a un investigador privado, le dará una revisión y le haré llegar los resultados – hizo una pausa para no apresurarse – usted conoció a su esposo, ¿él la dejaría sola?, aunque fuera para cobrar el seguro, usted, ¿cree que él haría eso? – No. – En mi opinión, es lo más importante – tomó la carpeta y levantó las fotografías del caso de divorcio que estaba llevando. No había desayunado, tampoco durmió bien, era tarde y no se había bañado, así que su aspecto, dos horas después en la puerta de “Ojo Rojo”, era muy mala. Javier abrió la puerta – oye, que yo me vista así es parte del misterio, tú te ves terrible. Leo rodó los ojos – no tengo tiempo para eso, necesito tu ayuda – dijo, mientras ponía la carpeta sobre la mesa. Javier sopló sobre sus dedos, hizo un poco de espacio en la mesa y revisó el expediente, de vez en cuando soltaba frases como: interesante, ya veo, curioso. Mientras tanto, Leo aprovechó para desayunar, lavarse los dientes y rasurarse. En la sala, Javier terminó de leer – esta mujer tuvo mucha suerte. – Demasiada – dijo Leo y se sentó – un sujeto pierde todo su dinero, muere después de aumentar su póliza de seguro, la policía sospecha y de la nada, un héroe aparece, acelera la investigación y resuelve todo, hablé con la viuda y por su expresión, para cuando entendió que su esposo había muerto, ya lo estaban velando. Javier alzó las cejas – entiendo a dónde vas, ¿quieres que lo investigue? – Ya sé quién es – dijo Leo – mira la firma. Javier se sorprendió. – Ese idiota logró convertirse en socio del bufete, incluso le cambiaron el nombre a Hasting y Crowell, no visita las comisarías buscando viudas que necesiten ayuda, él solo toma casos para clientes importantes, quiero saber por qué se involucró con esto. Javier volvió a ver la carpeta – de acuerdo, sí es algo tan importante, lo revisaré a fondo y te avisaré – pasó las hojas y notó que Leo no se había ido – ya entendí, es importante. Será mi prioridad. Leo se levantó – de paso, averigua si realmente fue un accidente. – Ok. Feliz navidad. Esa tarde Leo se reunió con su clienta y le mostró las fotografías. Los gritos se escucharon en su oficina durante un largo tiempo y Santiago, que compartía espacio con él, se retiró temprano. Era un día como cualquier otro, aunque fuera noche buena, en su celular tenía tres llamadas perdidas de su madre, hizo una pausa para respirar y respondió – hola, sí, voy para allá. Había tres fotografías en su oficina, la primera era de su familia, él tenía quince, la segunda era de un viaje de estudios a los veinte, Brenda y Javier estaban en el mismo grupo, la tercera fotografía era la más antigua, Leo tenía once y en ella aparecían Sabrina, Regina, los tres, sentados en los escalones, con las mochilas al hombro.
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