Abrazarse Parte 1

1938 Words
El gran letrero fue colgado de las ventanas y pintado sobre una manta que ocupaba toda la parte frontal de la tienda, por consiguiente, toda la vista cambió y lo que las personas veían desde el interior de Princesa, era ese gran letrero. Sarah aceptó la confrontación directa, sacó su celular y fijó una cita para el día siguiente. Patricia llegó con un elegante retardo de quince minutos. Sabía cuán importante era la puntualidad para Sarah y se presentó con una sonrisa y un bolso con la correa hecha de cadenas – hola, me sorprendió mucho tu llamada, tuve que mirar mi celular dos veces para poder creerlo – sonrió y le hizo una seña al mesero para que trajera los menús. Sarah no pudo creerlo y apartó la mirada para no sobre reaccionar – no te invité a comer y lo sabes. – Descuida, yo pago. Sé que no tienes dinero para ir a un lugar lindo. El mesero se acercó con los menús y Sarah dijo – dennos cinco minutos – sin voltear a verla. Esperó a que ella se fuera – ¿por qué estás haciendo esto?, si querías iniciar un negocio pudiste elegir cualquier cosa, no tenía que ser una tienda justo enfrente de la mía. Patricia cruzó las piernas – típico de una narcisista, cree que el mundo gira a su alrededor – sonrió – elegí ese local porque la ubicación es buena y vendo ropa de marca porque en ese rubro soy una experta. Tiene más sentido que yo dirija una tienda de moda. Si lo piensas un poco. Sarah abrió su bolso para poner su Tablet sobre la mesa – estoy intentando ser paciente. Usarás un espejo para pruebas de maquillaje. Hiciste acuerdos con las mismas empresas que yo tenía como opciones y – respiró profundamente – el diseño de interiores comparte los mismos fundamentos, ¿vas a seguir negándome que copiaste mi proyecto? Patricia escuchó y se mantuvo en calma – quiero ordenar algo, ¿puedo? – Responde – insistió Sarah, a punto de perder la paciencia. – Para comenzar, yo no hice el proyecto, mi equipo de marketing y diseño se encargó de todo y sobre el espejo, cariño, ¡no eres dueña de la tecnología!, las personas usan filtros desde…, la edad media. El otro día me preguntaba cómo me vería si me pintara el cabello de azul, descargué una aplicación, usé la cámara de mi celular y cuando vi el resultado pensé: es el tipo de cosas que nos identifican en esta era, poder ver el resultado de un tinte, antes de aplicarlo. Fue una epifanía tecnológica. – Esperas que crea que fue una casualidad. – Puedes creer lo que quieras, no me importa y sabes algo. Si cualquier tienda de moda que se abra en la misma calle amenaza tu negocio. El problema eres tú, no los demás. Sarah presionó la tabla con las manos porque Patricia tocó un punto importante. Su proyecto, del modo en que lo había imaginado con una tienda de cuatro pisos y espacios de relajación ya no era posible, no después de las demandas y de la pérdida completa del financiamiento. Redujo los costos todo lo que pudo y sintió que su proyecto había perdido la esencia, pero decidió continuar con lo poco que le quedaba. Y ese fue el resultado. Las ventas seguían bajas, su contrato con NaturaBelle tenía una cláusula en la que se comprometía a vender protectores solares y aún no cumplía la meta. Si seguía de esa forma, su tienda desaparecería. Emperatriz solo había acelerado el resultado. ***** Como era costumbre, Regina iba muy bien arreglada. Traía una blusa blanca de tela ligeramente transparente, la complementó con una blusa interna que llevaba el decorado de una flor en la espalda. El pantalón era café oscuro, combinaba con su bolso y con la cinta que usó para amarrarse el cabello. Leo miró su chaqueta – pensé que íbamos de compras. Regina asintió – sí, a eso vamos, ¿por qué? Leo respiró profundamente – sin problemas – dijo, y tomó las llaves para ir al coche. Regina se sentó a su lado. – De acuerdo – soltó Regina y acomodó su Tablet para repasar la lista – hay que cambiar toda la vajilla, platos, vasos, termos. El set para ensaladas nos lo regaló mi mamá, deberíamos tirarlo, podría tener un micrófono escondido. – No ponen esos dispositivos en artículos que se van a mojar – dijo Leo. – ¿Cómo sabes eso? – preguntó Regina y recordó a Cristián – de acuerdo, tapetes, cuadros. Hay que cambiarlos por algo que sea del gusto de los dos. La mesa de la sala también, ya estaba cuando me mudé y no me gustan las mesas de cristal, siento que voy a recargarme y el vidrio se romperá. De reojo Leo miró las manos de Regina, tenía las uñas largas y usaba una pintura especial de color melón con la que resaltaba un corazón en cada una de ellas. – Odio las cortinas. El dueño anterior tenía un gato, si observas las esquinas hay marcas de arañazos. Odio los gatos – agregó. Leo frunció el ceño – ¿desde cuándo? – Desde siempre. Llegaron al centro comercial y la empleada les mostró varias opciones. Regina fue mirando los movimientos de Leo, la forma en que miraba un vaso y lo dejaba sobre la mesa, o cómo alzaba la mirada para ver los platos en la parte alta. En momentos como esos Regina sabía que su amor por Leo no era un capricho y tampoco se estaba dejando manipular por un caza fortunas, ella estaba realmente enamorada. Después de dieciséis años enamorada, aún sentía su corazón latiendo muy de prisa solo con verlo. – Buenas tardes, ¿busca algo en especial? – preguntó una de las vendedoras, al notar que ellos llevaban un tiempo caminando por la tienda. Regina giró sobre sus talones para mirarla – mi esposo y yo queremos cambiar la vajilla por algo que sea más en el estilo de ambos. – Entiendo, ¿qué tipo de estilo buscan? Antes, Regina quiso parecer una mujer segura y una esposa territorial, pero al instante se quedó sin defensas. ¡Un estilo de ambos!, siendo personas tan diferentes. Debió pensarlo antes. Leo notó que ella se quedó callada y respondió – algo moderno, no demasiado clásico, pero sí contemporáneo. No me estoy explicando. La vendedora sonrió – lo entiendo perfectamente, por aquí. En la mansión del abuelo siempre había platos muy redondos con un diseño de flores. Supuestamente todos eran decorados a mano y tan valiosos, que Regina habría sido castigada por mirar uno de ellos. Ni hablar de romperlos. En la tienda vio una colección de platos ovalados de color turquesa con un patrón de líneas. Parecían platos de jade que se rompieron y más tarde alguien unió las piezas y las pegó con un material dorado. De acuerdo a la descripción eran platos prefabricados, sin relación alguna con el jade. Pero ver algo que se rompió y que siguió cumpliendo su propósito, fue muy especial. – Estos – dijo Leo. Regina volteó a verlo, eran los platos que ella estaba mirando. – Por supuesto. Disculpen – dijo la vendedora – tal vez me equivoque, ¡recién casados! – los miró fijamente. – Sí – respondió Regina después de mirar a Leo de reojo. La vendedora sonrió – tenemos una colaboración con una empresa de sublimación, por un precio de oferta les ofrecemos estos termos. Pueden decorarlos con fotografías de ambos. El termo tenía las fotografías de una pareja divirtiéndose en un parque de diversiones, en la última foto él le pedía matrimonio y había globos alrededor. De repente, Regina se preguntó cuántas fotografías tenía con Leo y la respuesta la golpeó. Dos. La sesión fotográfica el día de la boda y la cena en Obsidiana. No eran suficientes. – Sí les interesa, pueden subir su diseño a esta página y recoger aquí su termo personalizado – les dijo la vendedora y les entregó una tarjeta – la promoción es válida hasta agosto. – Gracias – dijo Regina. Leo tomó otra de las tarjetas – muchas gracias, la contactaremos. Fue el turno de los cuadros. Lo ideal era que todos combinaran. Regina miró cinco cuadros en fila, el primero con una manzana, el segundo tenía una pera, el tercero uvas, y no era necesario mencionar los siguientes. – No – dijeron ambos y voltearon a verse. Los siguientes cuadros eran una expresión de arte moderno y una demostración y la demostración de que, el excesivo uso del rosa, no es agradable a la vista. Su tercera opción fue una colección de diseños en blanco con líneas de quiebre. Regina dio la vuelta, su introspección en los platos era más que suficiente. Tenía que dejarle algo a su siguiente sesión de terapia. – Me gusta este – soltó Leo. Regina se detuvo y regresó sobre sus pasos para mirar el cuadro de una montaña. Era un paisaje muy monótono, sin grandes adicciones, solo una montaña, un bosque en la parte baja y un lago. El pensamiento de Regina fue – luce muy común – pero jamás lo diría, porque estaba intentando ser la esposa encantadora – también me gusta. Leo sonrió – no tienes que mentir, podemos buscar otro. – Lo digo de verdad – insistió Regina – es un lindo cuadro, es relajante. La mesa fue un reto, porque al llegar a la sección los dos se dieron cuenta de que olvidaron medir el tamaño de la sala y terminaron con una mesa tan grande, que no quedaba espacio para las piernas. – Habrá que mover los sillones – dijo Regina. – O regresar la mesa – sugirió Leo. Les tomó dos horas encontrar una mesa que no fuera de cristal, que tuviera las esquinas redondeadas y que tuviera decorados de madera para que no pareciera una verruga dentro de la sala. – Moveremos los sillones – dijo Leo. Regina se apartó – hay espacio de este lado. Las cortinas tardarán una semana, podemos mover esto y orientar el sillón hacia allá. – Cuando hablas en plural, te refieres a que yo lo haré, ¿cierto? – Obvio. Leo asintió y se quitó la chaqueta. Generalmente iban a lugares con aire acondicionado y él se enfermaba fácilmente de la garganta, por eso siempre traía algo para cubrirse. Regina pegó la espalda a la pared mientras Leo movía la mesa, los sillones y las cortinas. Se sintió muy cómoda con esa pequeña acción, aunque jamás vio a su padre mover un solo mueble porque su mamá se lo pidiera, imaginó que muchas parejas lo hacían. Elegir platos, aburrirse mirando cuadros y equivocarse en algo tan simple, como las medidas de una mesa. Amó el resultado. Incluso si el sillón quedaba un poco perdido o se volvía independiente del resto de la sala. Leo se limpió el sudor de la frente y se sentó – ¿qué tal quedó? Regina se sentó a su lado – compramos una mesa, ¿cierto? – Sí. – Y la mesa quedó por allá – señaló Regina. Leo bajó la cabeza – solo di que no te gusta – intentó levantarse, pero Regina tomó su mano. – Me gusta, le queda bien y podríamos poner un cuadro en esa pared, u otra televisión y crear una segunda sala. Hay muchas posibilidades para dos novatos en diseño de interiores. Leo sonrió y volvió a sentarse. De la nada, en un momento sacado fuera de contexto y sin que él lo esperara, Regina preguntó: – ¿Puedo abrazarte?
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