Antes de que saliera, tomé su mano – puedo esperar, no tiene que ser esta noche, si te preocupa algo podemos dejarlo para otra ocasión.
– Dijiste que debíamos apresurarlo – me interrumpió – me llamaste y dijiste que debía ser esa noche, ya te dije que puedo hacerlo.
– Pues tal vez yo diga que no – alcé la voz, porque no entendía su dolor y me sentía perdida.
Leo regresó sobre sus pasos – entonces, ¿qué quieres de mí?
Fue una pregunta tan injusta, que me partió el corazón. Lo que quise desde la primera vez que lo conocí, fue a él.
– Eso pensé – fue lo que dijo de pronto, sin darme contexto ni dejarme entender lo que estaba pasando por su cabeza.
– Quiero una propuesta para recordar – solté – no se si mi familia me dejará casarme después de todo este alboroto, ni siquiera sé si mi tío Iván realmente escuchó a mi padre o está por ahí inventando un homicidio para culparme, así que esta podría ser mi única propuesta de matrimonio en la vida y quiero que sea especial.
Él respiró profundamente – no será la única – dijo y mantuvo presionada mi mano – vamos.
Desee decirle algo más significativo, pero todas mis frases se quedaron en el aire.
los meseros trajeron una montaña de copas, mi mamá subió a una silla para servirlas, hizo un brindis y llegó la hora de los fuegos artificiales, yo me quedé en la parte del centro, Leo tomó mi mano y en cuanto terminó el brindis, se puso de rodillas.
Ese pequeño acto hizo que todos nos prestaran atención.
– Regina – comenzó diciendo mi nombre – ¿aceptarías casarte conmigo? – y sacó la caja con el anillo.
Escuché las expresiones a nuestro alrededor, habría deseado silencio, pero eso sería imposible, tomé su mano, sonreí y acepté. Leo me puso el anillo.
Fue difícil separar ese momento de todo lo que había pasado, o no sentir la distancia entre ambos como algo tangible. Sentí que me volvería loca intentando entender por lo que él estaba pasando y al mismo tiempo, debía mantener la sonrisa.
Iba a casarme.
A partir de ese día nos distanciamos, yo me concentré en planificar la boda, de repente le enviaba mensajes y él me respondía. Supe que algo cambió esa noche, pero no pude entender qué fue.
Un mes después estaba entregando las invitaciones.
*****
Casarse con Regina, decir “acepto” en el altar, formar parte de los preparativos, darle la noticia a su familia y asistir a las reuniones políticas, fueron detalles que escaparon al comienzo y que más tarde se volvieron una realidad.
– Señor Rivas, ya puede pasar, el director lo está esperando.
Leo se levantó y entró a una oficina muy amplia, había tres sillones en el otro extremo con una mesa y un librero, en las paredes había varios reconocimientos, todos relacionados con la empresa, ninguno con su familia.
– Siéntate – le indicó Lucas Duarte, padre de Regina.
Leo se acomodó y esperó el primer golpe.
– Ya que eres abogado esto no será muy difícil – dijo Lucas y extendió el contrato, Leo le dio la vuelta para leerlo.
La división de bienes era muy obvia, el dinero, la mansión, las acciones, todo pertenecía a Regina, Leo estaba de acuerdo y ni por un momento se habría atrevido a pensar en robarle. Su acuerdo de matrimonio no giraba en rededor del dinero. La segunda parte del contrato era más específica y hablaba sobre la divulgación y el material multimedia.
“En el tiempo que estuvieran casados”, Leo tenía prohibido grabar, fotografiar o distribuir contenido delicado que afectara negativamente la imagen de Regina. Como parte del contrato él debía entregar cuentas y contraseñas de sus diferentes perfiles para que el equipo de relaciones públicas tuviera acceso y en caso de ser necesario, pudieran restringir lo que él compartía, también les daba el permiso para publicar en su nombre.
La tercera parte hablaba sobre la separación y la pensión a la que Leo tendría acceso en caso de divorcio, siempre que cumpliera con todos los puntos enlistados en el contrato.
Era una forma de decirle “pórtate bien y podrás irte de aquí con una jugosa pensión”
– Elimine esta parte – la encerró en un círculo y le regresó el contrato.
Lucas giró el contrato para ver a qué parte se refería y frunció el ceño – la cantidad es adecuada, no la aumentaré.
– No quiero que la aumente, quiero que la elimine.
Lucas separó la hoja en la que se mencionaba el acuerdo de la pensión y la colocó sobre la trituradora – no podrá cambiarlo más adelante ni volver a negociar – le entregó el contrato de vuelta.
Leo intentó no molestarse, pero en esos días en particular, sus emociones eran más intensas y le era difícil controlarlas – hagamos esto, usted no volverá a mencionar esa cláusula – sacó un lapicero de su bolsillo para firmar – y yo no le diré a Regina que intentó hacer lo mismo que su padre, el hombre que pensionó al ex esposo de la señora Verónica – le devolvió el contrato firmado junto con sus perfiles y contraseñas – ¿es todo?
Lucas comparó la firma de Leo con la que tenía en la pantalla de su Tablet y asintió – por ahora.
Leo se puso de pie.
– Regina tiene un temperamento muy parecido al de su madre – dijo Lucas, antes de que Leo se fuera – pero en el fondo es muy sensible. Tenga cuidado de no lastimarla.
Más que un contrato lleno de restricciones, Leo sintió que esa era la frase que diría un padre.
La reunión con la madre de Regina llegó tres días después.
Gabriela eligió el restaurante Obsidiana y la habitación número veinticuatro, que le pertenecía a Regina, para esa reunión.
Cuando Leo llegó la comida ya estaba servida, era su primera vez en esa habitación y notó que había un acuario del lado derecho con peces de diferentes colores.
Gabriela sonrió – felicidades por la propuesta exitosa, me sorprendiste – le dijo, y por su tono, era de entender que no fue una sorpresa agradable.
– Gracias – dijo Leo, fingiendo que no notó su disgusto.
– Vayamos al punto – dijo Gabriela y abrió su bolso – lee con atención y firma, o no dejaré que te cases con mi hija.
Leo respiró profundamente y tomó el contrato, la primera parte coincidía con los interese del señor Duarte, nuevamente, aceptó la división de bienes, sin embargo, la parte final lo dejó sin palabras. En el tiempo que durara el matrimonio, Leo debía comprometerse a no tener hijos.
– Es por precaución – dijo Gabriela – mi hija es muy caprichosa, está molesta conmigo y con su padre por…, cuestiones personas que no necesitas saber. Este matrimonio es su forma de castigarnos por su supuesto abandono infantil, cuando la conozcas mejor entenderás a qué me refiero.
Leo se quedó sin palabras, “supuesto abandono infantil”, lo decía la mujer que, en seis años, nunca puso un pie en la escuela de su hija, ni siquiera se presentó a la graduación.
– En un par de meses entrará en razón y volverá a ser la Regina de la que estoy tan orgullosa – sonrió – lo ideal para todos, es que disfrutes de tu tiempo en el paraíso y te separes de ella a su debido tiempo, pacíficamente. Mi esposo ya debió negociar contigo la pensión después del divorcio, supongo que quedaste satisfecho o no habrías firmado, esta cláusula es para proteger a mi hija de futuras complicaciones, sería difícil volver a casarse si tiene que cargar con un hijo tuyo. Nadie quiere eso, ni tú, ¿cierto?
Más de una vez, Regina mencionó que era parecida a su madre y de inmediato agregaba algo como “antes de sus muchas cirugías”, después de esa reunión Leo quería plantarse delante de Regina y decirle que era mentira, ella y su madre no se parecían en lo más mínimo.
– Solo firma cariño, será lo mejor para todos – sonrió Gabriela.
Leo respiró profundamente para devolver sus emociones a su lugar y tomó el contrato para leerlo nuevamente, en esa segunda lectura mantuvo una actitud más fría. El contrato no tenía fechas, no se establecía un parámetro para la duración del matrimonio ya que Gabriela contaba con que Regina “entrara en razón”, y pidiera el divorcio por su cuenta, y las consecuencias por el incumplimiento del contrato era la cancelación de la pensión que supuestamente recibiría del señor Duarte.
– Hola – dijo Regina al comienzo de la semana – ¿recuerdas que discutimos sobre el acuerdo prenupcial?, bueno, olvide mencionar un detalle. Es algo sin importancia, mi mamá y mi papá prepararon un acuerdo, cada uno por separado. Es una mera formalidad, te prometo que no van a pedirte alguna locura, solo firma y terminamos con eso, ¿sí?, ¡por favor!
Regina se quejaba mucho de sus padres y de sus decisiones, pero era bastante obvio que los amaba.
Firmó tan agresivamente, que en el último trazo desgarró una parte de la hoja y dejó un pequeño agujero.
Gabriela lo encontró muy patético – excelente.
– Mencionó que Regina volverá a casarse. Usted, ¿ya eligió a su prometido?
– Por supuesto – respondió Gabriela – no lo tomes personal, el chico de los Evans es diferente a ti, está más al nivel de mi Regina.
Saliendo del restaurante envió un mensaje que decía: “firme el acuerdo prenupcial, ambos”
La respuesta llegó medio minuto después.
“Gracias, gracias, gracias. Perdón por no decirte antes, mis padres son muy cautelosos, pero son buenos padres”
Leo apenas y leyó el mensaje, deseó lanzar el celular contra el pavimento.
Unos minutos después le envió un mensaje a Javier para que fuera a verlo a su ubicación, en caso de que no pudiera conducir de vuelta a casa.
Javier llegó media hora después, Leo estaba en un bar con dos botellas vacías sobre la barra.
Su venganza se había convertido en algo más, porque si fallaba, si no lograba su cometido y Antonio volvía a salirse con la suya, la familia de Regina la orillaría a casarse con él.
Javier lo miró y se sentó a su lado – iba a preguntarte si estabas bien, pero creo que mi pregunta sobra, hermano.
Leo le contó lo que acababa de pasar, su reunión con la madre de Regina, la conversación que tuvo con su padre días atrás y las veces que Regina y Antonio habían coincidido. Todo desde la cita a ciegas hasta esa reunión en la fiesta de cumpleaños de la madre de Regina, de la que ella, no quiso hablarle.
Javier tomó la botella y pidió un vaso para acompañar a Leo – si le dices la verdad a Regina, ella jamás saldrá con él.
– No puedo.
Javier imaginó que así sería – entonces, solo queda una cosa, conquístala y evita el divorcio.
Leo miró de reojo a Javier y buscó en su bolsillo la caja que siempre traía consigo – ella no quiere nada de mí – dentro estaba el anillo con el que iba a proponerle matrimonio.