Incompatibles

Ya estoy despierta cuando algo se estrella constantemente contra la puerta de cristal del pequeño balcón de mi habitación. Es pronto, tiene que serlo. ¿Por qué es así? Arrastro los pies y descorro la fina cortina. Su cara de engreído a las ocho de la mañana me da un tic nervioso. Es peor cuando abro la puerta y silva como si fuera un pájaro. Un pájaro insoportable. —Qué buen despertar tienes, vecina. —Vete a la porra, Nick. ¿Te despiertas a esta hora solo para fastidiarme? Se encoge de hombros y lanza al aire su pelota de tenis, la que casi todas las mañanas rebota contra la puerta y vuelve a sus manos. Nuestras habitaciones están tan cerca que a veces parece que convivo con este ser humano que me hace encontrar sentimientos tan contradictorios. —Puede —dice con altanería. Puede que parezca que no nos soportamos, Nick y yo hemos tenido una especie de rifirafe toda la vida y la gente lo sabe. Nos conocemos desde... desde que nacimos diría. Nuestros padres se conocieron en la universidad, se compraron una casa al lado de la otra y he crecido literalmente con Nick al lado. Hay gente que incluso cree que somos hermanos. Puede que lo parezcamos cuando discutimos, cuando nos insultamos, cuando no dejamos de fastidiarnos. Pero hay veces que somos todo lo contrario. Con un resoplido me intento peinar el revoltijo anidado que debo tener en la cabeza. Nick y yo nos hemos visto de tantas formas que ya nada da vergüenza entre nosotros, pero últimamente está siendo todo un poco diferente. —¿Qué tal estuvo anoche la fiesta? Me parece que te volviste pronto. Suelta una especie de carcajada y todos los músculos se le contraen. Me pregunto si no tiene frío estando descamisado en pleno octubre, pero no me voy a quejar porque Nick tiene un físico envidiable y por lo menos es una buena vista mañanera. —Estaba siendo un coñazo. Cuando llegué vi las luces de tu cuarto encendidas, estabas con Laura, ¿cotilleando sobre mi? Yo suelto una carcajada falsa. Se le da de maravilla creerse el mejor de todos, hasta un domingo a las ocho de la mañana. —Siempre es un placer verte por las mañanas, Nick —murmuro con sorna. Estoy dispuesta a entrar en mi cuarto de nuevo cuando siento como su tonta pelota de tenis me rebota en el culo. Al girarme él está ahí, sonriendo con arrogancia. El pelo semi rizado de un color castaño claro le cae por la frente sin ningún tipo de orden y los rayos matutinos del sol le golpean los músculos entrenados a base de jugar al fútbol. No me cuesta admitir que Nick es súper atractivo. —Para que te espabiles —dice y se ríe, antes de que cada uno volvamos a nuestra habitación—. Te espero abajo en veinte. Recojo un poco mi habitación y si Nick me diera más tiempo me daría una ducha revitalizante, pero como no es así tengo que valerme con agua fría por toda la cara. Me hago una coleta tan tirante que casi no me deja cerrar los ojos, mejor para no dormirme durante nuestra carrera. ¿En qué momento decidimos salir a correr tan pronto los domingos? ¿Qué clase de acuerdo es este? Al bajar a la cocina estoy sola para desayunar, nunca espero que mis padres o mis hermanas se despierten temprano un domingo. Desayuno y me lavo los dientes a toda prisa antes de salir. —Estaba a punto de llamarte. ¿Lista? —Lista. ¿Hasta el lago y volvemos? Sonriente, sonriente del tipo arrogante, me pasa por el lado y me tira de la coleta. —Ya veremos si volvemos. Vamos. Correr con Nick es una actividad que llevamos haciendo casi dos años, antes yo le seguía en bicicleta pero con el paso de los años, la adolescencia, mi físico y todo ese rollo de gustarle a los chicos y a mí misma... decidí empezar a correr para verme mejor. No me arrepiento aunque sí que lo hago de haber establecido que las ocho de la mañana era una buena hora para esto. Pasamos de correr por la zona residencial al inicio del bosque, es mucho mejor correr por la tierra aunque tengamos que saltar algunas ramas del camino y alguna que otra piedra. Para estar en pleno octubre aún no hace un frío insoportable, incluso el agua del lago está bien como para poder refrescarnos. —Se me hace cada vez más corto —admito mientras me mojo la nuca. Nick se moja todo el pelo, algunas gotas le caen por la cara y perfilan su mandíbula tan dura... Antes me regañaba por pensar así de él. ¡Es Nick! Nos hemos criado juntos, estaba mal sentir la atracción que siento. Ahora... —Te recuerdo que nos queda volver y no te voy a llevar en brazos—bromea y me salpica, el agua oscurece a gotas mis mayas azules a juego con la camiseta térmica. —¡Nick! Se ríe, su risa es como si llenara toda la explanada del lago. —Prefiero cuando gimes mi nombre, que me regañes ya queda muy de chiquilla. Abro la boca sorprendida. Tengo muy asumido lo que tenemos entre los dos, este secreto que nos traemos no está muy hablado pero está claro lo que es: solo sexo. —¿Ah si? Pensaba que esto de discutir entre los dos hacía las cosas más interesantes. Al mirarme soy consciente de lo que provoco y eso me encanta. Me encanta que Nick me toque. Me encanta como sus manos se hacen a mis caderas y me acercan a él, y me encanta como me besa y la fuerza y lo bruto que es todo esto entre los dos. Le revuelvo el pelo más de lo que lo tiene, mis dedos se hunden entre sus ondas húmedas y solo me dejo llevar. Nick besa de maravilla y debe de ser por todas las chicas a las que lleva besando desde que tiene catorce años. Pero quiero pensar que no me importa. Todo lo que sabe a mi me hace disfrutar. Nos separamos tan rápido cuando escuchamos un crujido que resulta ser un simple conejo... —Deberíamos volver —digo—, antes de que se piensen que nos estamos tirando piedras. —Sí... ¿Vas a poder correr o te he dejado sin aire? Entrecierro los ojos y toda la burla que desprende lo sigue durante la carrera. Nadie nunca se imaginaría lo que Nick y yo hacemos cuando estamos solos, la gente nos ve incompatibles, nos ve como los niños que éramos y que se atropellaban con los patinetes. Y nadie sabe de esto. Es nuestro secreto.