El ritmo lento de la melodía se funde con el murmullo de nuestro alrededor, envolviendo la pista de baile en una atmósfera casi irreal. Siento las manos de King sobre mi cintura, cálidas y firmes, como si fueran la única ancla en este torbellino de emociones. A nuestro alrededor, la familia y los amigos disfrutan del momento, algunos charlan, otros nos observan con una sonrisa cómplice, y unos cuantos incluso se balancean al compás de la música. Pero para mí, solo existe él. —Lo siento, cariño —murmura King con una sonrisa apenada, mientras tropieza levemente con mi pie—. No soy bueno para estos ritmos. Sonrío y niego con la cabeza. Su torpeza es adorable, y aunque su cuerpo parece más hecho para la acción que para la delicadeza del baile, hay algo en su manera de sostenerme que hace que