En ese momento suena mi teléfono sacándome de mis pensamientos.
—Como siempre la tecnología interrumpe la belleza de la naturaleza —bufa el malhumorado.
—La amargura también hace que la naturaleza no se disfrute —digo y me doy media vuelta para alejarme y contestar la llamada.
—Hola Derek.
—Hola Lale, ¿estabas dormida?
—No, salí a caminar un poco ¿todo bien?
—No lo sé, estoy pensando muy seriamente en divorciarme de Nastasha.
—Derek, tienes que estar bromeando, te acabas de casar.
—Pero creo que cometí un error Lale, aunque deberíamos estar disfrutando nuestra luna de miel, discutimos por cualquier cosa.
—No sé qué decirte Derek, se veían muy enamorados.
—Dime que cometí un error y que debería volver a casa o irme a Escocia contigo.
—Yo no puedo hacer eso, jamás te aconsejaría darte por vencido, además un matrimonio no es un juego.
—Lo sé, pero, te extraño Lale, creo que estos días me han servido para darme cuenta que siento algo por…
—¿Estás borracho? —lo interrumpo.
—Un poco.
—Derek, no digas algo de lo que después te puedas arrepentir, es mejor que no me llames más, disfruta tu luna de miel y recupera eso que te hizo enamorarte de Nastasha.
—Está enojada, dice que solo hablo de ti, que ya está cansada de mi actitud.
—Derek, lo siento, pero no voy a contestar más tus llamadas, creo que si me sigues llamando las cosas van a empeorar entre ustedes.
—Pero Lale, ¿acaso no te das cuenta?
—No quiero darme cuenta de nada Derek, lo único que sé, es que te casaste hace unos días y lo hiciste porque decías estar muy enamorado, así que por tú bien y el de Nastasha, es mejor que no me llames, sobre todo si a ella le molesta que lo hagas.
Cuelgo sintiendo una opresión en el pecho, me duele mucho perder mi amistad con Derek, pero está su matrimonio de por medio.
Regreso al área de la playa en la que estaba y ahí sigue el malhumorado.
—Pensé que ya no volverías —dice al verme de nuevo.
—Yo llegué aquí primero, si tanto te molesta mi presencia, puedes irte a tu área privada.
Mueve la cabeza a los lados, negando.
—Mal de amores, por eso estás de mal humor y con esa cara de frustración.
—No, no estoy de mal humor y mucho menos frustrada —digo enojada—. Pero estoy completamente confundida.
—Es lo mismo, tu confusión tiene que ver con el amor —asegura.
—No, o no lo sé, mi mejor amigo se acaba de casar y me llamó para decirme que… —me quedo callada, ya que no tengo idea porque se lo estoy contando.
—Entre un hombre y una mujer, es muy difícil que pueda existir solo una amistad.
—Aunque no lo creas, nunca hubo nada entre nosotros, solo que ahora que se casó, las cosas han cambiado un poco.
—¿Cuándo se casó? —me interroga.
—Hace unos días.
—¿¡Está de luna de miel y te está llamando!? —pregunta alzando la voz.
Asiento un poco avergonzada.
—Definitivamente se casó por idiota y te ama, ahora se acaba de dar cuenta del error que cometió, quiere solucionarlo dejando a su mujer y regresando con su “mejor amiga” —dice haciendo énfasis en las últimas palabras—. La cuestión sería saber ¿si tú eres capaz de romper su matrimonio?
Me quedo pensando, realmente no tengo idea si de verdad haría algo así, ni siquiera sé si de verdad siento algo por él, más allá de la amistad.
—Yo no… —no me deja terminar la frase.
—Lo pensaste —resopla—. Estoy seguro que sientes algo por él.
—No, no lo creo, realmente estaba feliz de que se casara, aunque no me imaginé que se arrepentiría de hacerlo.
—Es lógico, ahora que está casado se dio cuenta que todo cambiaría, que su mejor amiga ya no estaría ahí las 24 horas del día para él.
—Pero no entiendes, yo lo quiero como un hermano.
—Si, cómo no —se burla.
—¿¡Quién te crees que eres para analizarme, mi psicólogo!? —exclamo furiosa.
—Tú me contaste, yo no te pregunté nada —se justifica.
—No sé porque te lo conté —contesto arrepentida.
—Porque estás sola, en un país que no es el tuyo y necesitabas desahogarte.
—¿Y tú eres experto en dar consejos amorosos? —pregunto burlona.
—No tengo ni idea de lo que es el amor, así que no, no soy experto y nunca llegaré a serlo, pero estoy seguro que llegaste hasta aquí, huyendo del dolor de la boda de tu amigo.
—No, no es verdad, solo quería conocer Escocia, tomarme unos meses de descanso y disfrutar de los hermosos paisajes.
—Claro y de paso olvidarte de él.
—Si, lo que digas —bufo.
—¿De dónde eres? —me pregunta.
—Soy de Boston —respondo.
—Estás muy lejos de tu hogar.
—Lo sé, pero necesitaba un tiempo para mí —digo suspirando.
—La distancia no te curará las penas de amor —insiste.
—No es eso, pero claro, tú no lo entenderías, ni aunque te lo explicara con manzanas.
—¿Qué tienen que ver las manzanas? —cuestiona.
—Nada —bufo molesta. Aunque sé que estoy siendo injusta, sabe español, pero obviamente no va a entender si le hago ese tipo de comentarios sarcásticos.
Empiezo a tomar algunas fotos y él no me quita la vista de encima.
—No deberías subirte a esas rocas, parece que son sólidas, pero no lo son, la humedad hace que se pongan quebradizas.
Ignoro su comentario y me subo a la roca cerca del agua, estoy tomando algunas fotos cuando de pronto, la roca se mueve con una ola y caigo al agua de sentón.
—Te lo dije —afirma el malhumorado—. Pero eres una mujer muy desobediente y terca.
—¿Podrías ayudarme a ponerme de pie? —le pregunto molesta—. Ya después me regañas.
—¿Por qué tengo que ayudarte? —réplica—. Te lo advertí y no me escuchaste —dice y parece divertido con la escena.
Intento levantarme ya que el agua está demasiado fría, pero vuelvo a caerme, además estoy intentando que mi cámara no se moje porque no podría recuperar todas las fotografías que tengo.
Mueve la cabeza negando y se acerca, me toma de la cintura y me pone de pie como si no pesara nada.
—Ahora solo falta que quieras demandar a los dueños del castillo por tu torpeza.
—A quién voy a demandar, es a ti, me diste mala suerte.
—Bueno, te haré una contrademanda porqué te rescaté y mojaste mi ropa.
Me quedo viéndolo y es cierto, su camisa se ve algo mojada.
Hago una pataleta mental y empiezo a caminar muy enojada.
—Sí, ahora aléjate haciendo un berrinche y sin agradecer mi ayuda.
Me regreso y me pongo frente a él.
—¡Eres un amargado!—grito furiosa.
—Lo soy.
—¡Eres un patán!
—Si, también.
—¡Eres un malhumorado!
—Algunas veces.
—¡Eres un …!
Me toma de la cintura y me acerca a él.
—¿Qué turista? ¿Qué más soy? —me pregunta tan cerca, que puedo sentir su aliento. Mi corazón late demasiado fuerte, estoy segura que puede sentirlo y escucharlo, porque los dos nos quedamos en silencio—. ¿Te quedaste sin palabras por primera vez? —interroga con su voz más ronca, lo que me produce un hormigueo por la espina dorsal. Ahora no sé si estoy temblando por lo cerca que lo tengo o por lo mojada que está mi ropa.
En ese momento, el frío empieza a pasarme factura y me cubro la cara para estornudar.
—Ve a cambiarte, te vas a enfermar —ordena soltándome.
—Tan bien que había empezado mis vacaciones —digo con voz quebrada, siento que estoy a punto de llorar.
—Apenas llegaste, no puedes saber lo que pase más adelante.
—No estoy segura de querer saberlo.
—Eres demasiado terca para darte por vencida por un baño en el mar.
—¡Un mar congelado! —grito.
—No seas exagerada y ve a cambiarte, te enfermarás con la ropa mojada.
En esto momento me gustaría volver a ser una niña para poder hacer una pataleta, me siento furiosa con el malhumorado y conmigo por idiota.
—Si tan solo estuviera en mi apartamento, con mi tina y agua caliente —digo suspirando y empiezo a caminar volviendo a los apartamentos.
Llego al apartamento después de unos minutos y estoy temblando. Pongo mi cámara en el escritorio, asegurándome que no este mojada; estoy a punto de quitarme la ropa cuando escucho que tocan la puerta.
Abro y dos chicos traen una tina, es de esas antiguas que salen en las películas, es de color cobrizo.
—Señorita, nos pidieron que le trajéramos esto —dice uno de los chicos. Antes de que pueda reaccionar entran y la instalan en el baño, ocupando todo el espacio de la ducha y parte de afuera. Ellos mismos se encargan de llenarla y a los pocos minutos tengo una tina con agua humeante en el baño.
—Disculpe —le digo al chico antes de que se vaya—. ¿Por qué la trajeron?
—En algunas ocasiones, permiten que los turistas las utilicen, hay varias en el castillo.
—Ah, que bien, creo que hoy me tocó suerte después de todo, mi día se compuso.
El chico me mira confundido.
—¿Necesita algo más señorita?—pregunta.
—No, gracias.
—Con permiso —se despide amable y se va.
Cierro la puerta para irme directamente al baño. Me quito la ropa y me sumerjo en la tina, el agua está increíble, es una tina bastante grande por lo que puedo extender mis pies.
Por suerte el frío que sentía en los huesos se me pasa rápidamente y empiezo a sentirme mucho mejor.
Salgo de la tina cuando el agua está tibia y mis manos arrugadas, me pongo una pijama de pantalón y manga larga. Voy a la cocina, me preparo un chocolate caliente y me tomo dos analgésicos.
Me voy a la cama y se me viene a la mente el malhumorado. Tenerlo tan cerca me hacía sentir algo extraño, estoy segura que debe ser por lo mal que me cae. ¿Será familiar de Ciara? ¿O tendrá algo que ver con el castillo? ¿Sería él quién me envió la tina? Aunque me parece algo imposible, es demasiado gruñón para tener un buen gesto conmigo, ni siquiera me quería ayudar a salir del agua. Obviamente le caigo demasiado mal, para tener un buen gesto conmigo, eso sería imposible.
Después de dar varias vueltas en la cama, logro quedarme dormida muy tarde.