La música seguía sonando, mientras ellos bailaban besándose una y otra vez, perdida por completo la noción del tiempo y del espacio, hasta que una discreta tos a sus espaldas, les hizo separarse. En la puerta de la terraza había un chico joven, tremendamente azorado. —Disculpa, Stefano, pero el jefe me ha pedido que te busque para despedir a los invitados. La gente está empezando a marcharse. Stefano miró a Minerva y le dirigió una sonrisa cargada de promesas. —Ve con Bianca y espérame, no tardaré. Cuando Minerva se reunió con su cuñada, ésta le preguntó, burlona: —A juzgar por el tiempo que llevan ahí fuera, imagino que se te ha debido pasar el dolor de cabeza. —Sí, estoy bastante mejor. —¿Y el enojo? ¿Se te ha pasado? —También —rió. Desde donde se encontraban, podía contemplar