Minerva estaba dibujando cuando oyó las llaves en la puerta. ¡Menos mal! Ya estaba empezando a preocuparse. Stefano tardaba más de lo habitual. Últimamente salía temprano y trabajaba en casa, y si iba a tardar, Bianca acostumbraba llamarla para que no pensara cosas raras, como esta le decía. Desde lo que había pasado con su suegra y la ex amante de su marido, estaba algo paranoica. Miró distraída hacia la puerta del salón para saludarle y no pudo dejar de lanzar un grito cuando le vio entrar. —¡Dios santo, Stefano! ¿Qué te pasó? Su mano izquierda chorreaba sangre y tenía toda la manga de la camisa empapada de la misma, la cara estaba llena de rasguños, y cojeaba visiblemente. —Me he caído de la moto. —Pero, ¿por qué no has ido al hospital a que te vean? —No es nada, puedo curarme