CAPÍTULO 5

1027 Words
Me despierto con el recuerdo de haberme quedado en el departamento de Mía. Froto mis ojos para despertar del todo. Lo único que recuerdo es que anoche jugaba online y luego me quedé dormido en el departamento de… ¡j***r! Debí haberme ido a casa ayer, pero, sin esperarlo, me quedé jugando con ella. —¡Mía! —Bostezo—. ¡Mía! Al no recibir respuesta de su parte, me levanto del sofá para buscarla y despedirme antes de irme. La busco por todo el lugar y no la encuentro. Supongo que salió y no me despertó. Entro en la cocina para beber un poco de jugo. Cuando me acerco al refrigerador, noto que hay una nota para mí. Ordena todo antes de que te marches, deja la consola en la gaveta debajo del plasma y también deja la copia de la llave en su lugar. Arrugo mi rostro. A veces es dulce, otras veces es una loca y en la cama una fiera, pero la mayoría del tiempo es una completa amargada. No puedo negar que me gusta eso de ella, es más, deseo conocer más facetas de su vida. Bebo un poco de jugo y me preparo pan tostado con huevos estrellados para luego desayunar rápido. Satisfecho, me marcho, no sin antes dejar todo como ella lo pidió, excepto lo de dejar la llave en su lugar. Me la llevaré porque planeo regresar de nuevo. Cuando llego a mi casa, lo primero que noto es que no hay nadie. Es algo extraño, pero es mejor para mí, ya que así evitaré las preguntas de mi madre o, peor, las de Estefanía. Ya podrá imaginarla preguntándome por qué llego a estas horas o de dónde vengo. Ella es peor que mi madre. Si no le respondes, se convierte en tu sombra hasta que le digas todo lo que desea saber. Después de tomar una ducha caliente en mi habitación, me dejo caer sobre mi cómoda cama dispuesto a descansar todo el día hasta el anochecer. No hay nada que me lo impida. Anoche me desvelé demasiado. El cansancio puede más que la voluntad de tener mis ojos abiertos, de modo que los cierro y espero con anhelo disfrutar del placentero sueño. Pero ¿qué? ¿Monte Carlo? ¿Cómo demonios llegué aquí? Ni siquiera recuerdo haber tomado un vuelo o siquiera haberlo comprado. Es absurdo. Tenía muchos años que no venía a este lugar gracias al trabajo. —Gabriel, vamos a un lugar más privado. Me giro al reconocer esa voz. —¿Mía? —Bueno, si no quieres, no voy a obligarte. —No salgo de mi asombro al verme con ella de vacaciones—. Gabriel… Trago grueso cuando dice mi nombre de una forma tan sensual y vibrante que me hace desearla. —¿Estás segura de que eso es lo que quieres? —inquiero de manera seductora. No puedo resistirme ante sus encantos. —Muero por que me hagas tuya. La aprisiono contra mi pecho. Ella demuestra sin descaro alguno el deseo que siente. Verla lamerse sus labios me provoca tanta excitación que no puedo más y la tomo de la cintura para besarla con ferocidad. Un beso tan delicioso y anhelado que disfruto cada segundo mientras dura. Ella es una droga para mí que no quiero dejar de consumir en ningún instante. —Me vuelves loco, Mía. —Y tú a mí, Gabriel. Frunzo el ceño, pues su voz no es la misma. Al volver a decir mi nombre, su voz se distorsiona. Preocupado, me alejo de ella. Quizás está enferma. Mi reacción ya no es de preocupación, sino de terror al ver que su rostro se desfigura. —¡Gabriel! ¡Gabriel! —Pero ¿qué diablos pasa?—. ¡Maldita sea, Gabriel, despierta! Aterrorizado, despierto de inmediato. Lo primero que veo es el rostro de mi hermana menor, Estefanía. Su mirada molesta me hace entender que todo fue un simple sueño. Me levanto, froto mis ojos y suspiro con alivio, entretanto, bostezo con pereza. —Gracias a Dios fue un sueño. —Exhalo con alivio y miro con molestia a mi hermana por meterse en mi sueño—. Debería quitarte la copia de mi llave —espeto—. ¿Qué haces aquí? —Recuerda que me prometiste llevarme de compras en tu próximo día libre. —¿Qué? —suelto, confundido—. No recuerdo haberte prometido eso. —Cúmpleme tu promesa, Gabriel. Dijiste que me llevarías de compras en tu día libre, ahora cumple tu palabra. —Cruza los brazos sobre sus senos—. ¡Anda, levántate, perezoso! —¿Cuándo dije eso? Me acuesto de nuevo y oculto mi cabeza bajo la almohada. —¡Hace dos meses! —chilla y me quita las sábanas—. ¡Y si no te levantas, verás de lo que soy capaz! —Otro día, ¿sí? —Quiero volver a dormirme—. Te prometo que otro día te llevo. —¡No, claro que no! —Se lanza sobre mí y golpea mi pecho—. Porque tú nunca tienes tiempo libre. Si no me llevas, le diré a mamá. —¡Ash! Está bien —acepto de mala gana y me incorporo—. ¿Qué hora es? Ahora está sentada con los brazos sobre las piernas. —Las dos de la tarde. —Se vuelve a colocar de pie y arregla su vestimenta—. Tienes diez minutos para que te prepares. Sale de mi habitación y azota la puerta con fuerza. Supongo que está molesta por haber olvidado mi promesa con ella, pero es inevitable para mí. ¿Cómo voy a recordar algo que prometí hace dos meses? Reviso la hora en mi celular para asegurarme y, en efecto, ya son las dos de la tarde. j***r, dije que dormiría hasta mediodía y dormí mucho más gracias al desvelo por jugar hasta la madrugada. Cuando veo la señal en la pantalla, mi vista viaja a la parte superior de esta; tengo un nuevo mensaje. Dentro de tres días vendrás a mi oficina después del almuerzo. Te esperaré con muchas ansias.
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