A la mañana siguiente…
Llegue a la oficina, sonriente, como cada día que despertaba feliz, al lado de mi mujer, con esa sonrisa bella que, junto a la de mi hijo, me llenaba el día.
Como siempre, llegué temprano, y sentí un portazo detrás de mí, que según mis oídos, venía de la oficina de mi suegro. Hacia allí me dirigí y lo escuché hablando solo, pero por los golpes que estaba dando a las paredes, no pude entender más que un “Carmen”…
Así que eso era… ¡¡así que si estaba experimentando amor por aquella mujer!! No sé por qué, pero mi corazón me dijo que debía entrometerme, así que sin más, sin pedir permiso, abrí la puerta y me recargué sobre ella, sin decirle nada. Estaba tan concentrado en las cosas que decía que no se dio cuenta que yo estaba allí, pasmado y sin entender nada. Para es
