—¿Puedes decirme cómo te sientes? —le preguntó el doctor y ella curvó sus labios con una sonrisa.
—Tengo hambre —ambos sonreímos ampliamente—. Quiero comida.
—Tener apetito es buena señal —miramos al doctor—. Veré si le pueden traer algo de comer, con permiso.
El doctor nos dejó a solas y me senté al lado de ella, miré nuestras manos entrelazadas para después mirarla a ella, quien aún tenía una tierna sonrisa en sus labios.
—¿Por qué sonríes? —cuestioné, y ella dudó en responder.
—No es nada —dijo algo incómoda.
—No pensé que te diría esto —suspiré—, pero me alegra de que estés bien, Emma.
—Lo sé —dijo y quitó nuestras manos entrelazadas, dejando de sonreír.
Las sentí distante de nuevo, no me gustaba la sensación que tenía cuando me alejaba y ponía ese muro entre nosotros. Maldita
