Vania Isabel Al caer la noche pretendemos cenar en la pequeña mesa de la cabaña. La cena es un filete de pescado en una hoja de plátano con un par verduras locales y aderezo de mango. El tenedor en mi mano tiembla descontroladamente. Afuera está oscuro y lo único que escucho son las olas que golpean la costa. El plan es conciso, tres pasos que debo seguir al pie de la letra y estaremos bien. —Todo estará bien, confía en mí —me pide en voz baja. Tan baja que solo es audible para mis oídos de lobo. —Confío en ti —respondo de la misma manera—, pero no sabemos cuántos vendrán. Es algo obvio que no querrá venir sola a por nosotros, no cuando sabe que no soy una simple humana. —¿Crees que no podré con ellos? —no quiero responder. La discusión que tuvimos en donde le pedía quedarme a su lado