Răzvan —Por favor, no digas eso. Tienes que creerme cuando te digo que tú no hiciste nada malo. La culpa fue mía. Sí en ese momento hubiera sido más fuerte, todo sería diferente. —¿Cómo morí? —niego con la cabeza y cierro los ojos —¿No vas a decírmelo? —No tengo fuerzas para hacerlo ahora. Ambos guardamos silencio. Y cuando se hace demasiado tarde y el cansancio por el viaje parece traspasar sus límites, le ofrezco llevarla a su habitación. Pero antes de irme, me toma de la manga de la sudadera y me obliga a quedarme a su lado. —Quédate conmigo —me pide—, como el ave negra. Acepto sin poner peros, porque al final, a mí también me sentaría bien acunarla en mis brazos y saber que la tengo cerca. Y por primera vez en años, puedo descansar de manera profunda, sin pesadillas, sin dolor.