Edith llegó a la mansión que el conde Lanlan tenía en la capital y se quitó la túnica, el abrigo y una peluca rizada que se ponía cuando caminaba por el mercado, cualquier medida de seguridad era bien recibida y no podía usar lentes de sol y ser irreconocible. – Señorita, ese lugar... – ¿Viste a las personas que salían? Su doncella asintió. – Estoy formando amistades que serán de vital importancia para la familia, y para que funcione tú tienes que quedarte callada. En el salón su madre bordaba – supe que saliste, ¿te divertiste? – Eso depende, mamá, ¿pediste un préstamo a nombre de mi padre? Su madre la miró sin comprender – ¿de qué estás hablando?, sí tu padre pidió un préstamo... – Papá está de viaje – la interrumpió – y el préstamo se solicitó aquí en la capital. La Condesa C

