El clima era caluroso y el sol muy brillante, Barto caminó hacia él con una sombrilla en las manos – todo listo, alteza.
Algo tan simple como ir a visitar a su hermano se convertía en una misión de máxima seguridad.
– Seguro.
Con un ramo de flores y la mirada perdida llegó al cementerio y caminó hacia la tumba del príncipe Eduardo Texiran, era una costumbre de cada año y se suponía que era un alivio o una felicidad para la familia visitar el sitio de descanso de un familiar, pero con el tiempo se convirtió en una imposición, esa tumba, la lápida, la tierra, las flores.
Su hermano no estaba ahí y no lo escucharía recriminarle por tener una hija y enviarla lejos, si tan solo Sirey se hubiera criado en el castillo como su sobrina, tal vez él no se habría enamorado.
Al llegar a la tumba,
