Mientras caminaba entre las tumbas, Neo no pudo evitar evocar sus recuerdos del pasado. Él era un cachorro, un pequeño demonio afelpado que mordía todo lo que estaba a su paso, incluido los zapatos de Lara. Sí ella lo descubría corría tras sus huellas por todo el apartamento, y cuando lo atrapaba, lo tomaba en brazos y lo llevaba hasta el zapato, lo señalaba y decía “No” con firmeza, pero Neo ladeaba la cabeza y se preguntaba, “¿Por qué? Huele mal, creí que era basura.” Lara se carcajeaba ante los gañidos y gestos de confusión de su cachorro, así que lo dejaba pasar. Dio un salto en el tiempo y recordó los baños en la tina, tan relajantes que se quedaba dormido mientras ella lo tallaba con diligencia, para luego secarlo y cepillarlo. Recordó también los trucos que ella le enseñó y los prem