PREFACIO
Prefacio
POV ANDREA
«Van a alcanzarme».
Lo sé. Lo siento en mi cuerpo, en todo mi ser y sobre todo, en la herida que me arde con cada zancada que doy tratando de alejarme un poco.
Siento el peligro acercarse como un lobo hambriento, como si la tierra temblara bajo mis pies solo para advertirme que ya no hay escapatoria.
Corro lo más rápido que puedo a pesar del dolor, sin importarme los obstáculos, porque es mi vida la que está en riesgo y no he llegado hasta aquí para perderla.
Los árboles se difuminan a los costados mientras avanzo a todo lo que dan mis piernas, los veo pasar ante mis ojos como manchas oscuras que apenas logro distinguir bajo la lluvia que cae sin tregua.
Mi pie se enreda con una rama por enésima vez, me tropiezo, pero no caigo. Sigo.
Tengo que seguir. Es la única opción que tengo para sobrevivir.
La respiración me quema los pulmones. El aire es frío y húmedo, cargado de ese olor a tierra mojada que normalmente me habría parecido nostálgico… si no fuera porque esta vez huele a muerte.
Mis zapatillas están empapadas. El aire es frío y húmedo, cargado de ese olor a tierra mojada que normalmente me habría parecido nostálgico, me habría encantado, si no fuera porque esta vez huele a muerte.
Mi propia muerte.
El barro se mete entre mis dedos. Cada paso es una lucha constante entre mi cuerpo, que quiere rendirse y mi mente, que me grita que no puedo. El costado derecho me duele, es una punzada constante y aguda, pero no tengo tiempo para pensar en eso. No ahora.
Oigo una rama partirse y me detengo en seco, para esconderme detrás de un árbol caído.
—Me consiguieron—, murmuro, casi sin voz. No sé si lo digo en alto o solo en mi cabeza.
La idea pasa rápido por mi cabeza como una bala imaginaria. No sé cómo, no sé cuándo, pero lo hicieron. Me encontraron.
Pensé que tenía la ventaja suficiente. Pensé que no lo habrían notado, pero lo hicieron más rápido de lo que pensé.
«Y si me alcanzan…».
No, no puedo pensar en eso. No puedo dejar que el miedo me gane, No más.
Estoy cansada, ¡Maldición!
Cansada de todo. Cansada de dejar que él miedo guíe mi vida.
Pero… ¿Qué más puedo hacer?
¿Dejar que me atrapen? Eso nunca será una opción. No puedo volver a caer en sus manos, no cuando sé lo que serían capaces de hacer conmigo.
Me quedo un par de segundos más en mi posición con los dientes apretados. Oigo todo el ruido a mi alrededor y no escucho más que la naturaleza misma.
Me obligo a correr más rápido. Las piernas me tiemblan, pero no se detienen. No todavía, no tienen permiso de hacerlo. No mientras me quede una pizca de fuerza. No mientras todavía haya una posibilidad, por mínima que sea, de salir de esta.
La lluvia se siente como agujas heladas clavándose en mi piel. Cada gota que me golpea la cara me recuerda que estoy viva y que eso, en este momento, es un milagro.
El bosque está en calma, pero no puedo confiarme. Es ese tipo de calma falsa que solo existe antes del desastre.
Sigo avanzando…Puedo oír mis pasos chapoteando en el lodo, las ramas crujir bajo mis pies, mi respiración agitada y, a lo lejos, las suyas.
Cosa que me dice que no tengo tanta distancia entre ellos y yo, como creía.
El corazón me martillea en el pecho. Late tan fuerte que tengo miedo de que puedan oírlo, pero es imposible hacer que se calme.
No me quito la mano del costado. No puedo, sé que la herida está abierta, sé que sangro, sé que no estoy bien, pero detenerme a comprobarlo sería firmar mi sentencia.
Todo me pesa. Los recuerdos, el dolor, la culpa.
Mis dedos aprietan el mango frío de la navaja que le robé a uno de ellos. No pesa nada. No debería significar nada. Pero en este momento es lo único que me hace sentir que tengo una mínima oportunidad, es la única cosa a la que me aferro con tantas ganas, sintiendo que es lo que me permitirá salir con vida de esto.
No es por cobardía que corro. No es porque no sepa pelear.
Es porque sé exactamente a qué me enfrento y sé que, si me atrapan, no habrá una segunda vez para escapar.
Y esta vez no tengo a nadie que venga a salvarme… aunque no es que tuviera a alguien antes.
Estoy sola. Como siempre lo he estado en realidad.
Ya no temo morir. No de la forma rápida, limpia y silenciosa que a veces imagino en mis noches más oscuras. Temo lo otro. Lo que puedan llegar a hacer conmigo. Eso es lo que me persigue cada noche, en mis pesadillas.
Temo la oscuridad en sus ojos. La sonrisa que no muestra compasión. Las manos que no tiemblan al infligir dolor.
Temo que me atrapen con vida.
He sobrevivido a tanto. Que pareciese que he vivido mil vidas y en todas ellas, he corrido con la mala suerte de vivir en desgracia.
A veces me pregunto cómo lo he hecho. A veces, también, desearía no haberlo hecho.
Pero ahora… ahora no puedo darme el lujo de quebrarme.
Ahora no hay nadie. Ahora no me queda más que yo y soy quien debe salvarse, como lo he hecho todo este tiempo.
Un disparo corta el aire.
La bala pasa tan cerca que escucho el silbido en mi oído. Me agacho por reflejo y caigo sobre la tierra mojada. El barro me salpica el rostro, la humedad se cuela en mi ropa y el corazón casi se me sale por la boca.
No me detengo a gritar. No hay tiempo.
Oigo otro disparo, esta vez más cerca.
Las sombras entre los árboles se mueven. Tres figuras. Una linterna que brilla como un faro maldito.
No los veo bien, pero sé que están cada vez más cerca.
Me obligo a levantarme. Las piernas me fallan un segundo y grito sin voz mientras me incorporo y vuelvo a correr.
El bosque se vuelve un laberinto. Todo se parece. Todo me confunde. Los árboles son más densos, las ramas me arañan la cara y los brazos y yo sigo sin saber a dónde ir.
El dolor se apodera de mi costado cuando me golpeo con una rama. Me doblo un segundo, pero no me permito caer.
«No ahora. No todavía. Tienes que salir con vida» Me repito hasta el cansancio.
Uno de ellos grita algo, una orden en un idioma que no distingo, y eso me eriza la piel más que las balas.
Porque recuerdo todo lo que me hicieron, lo que me decían y como se frustraban cuando no les entendía.
Cómo sanaban mis heridas, para luego volver a abrirlas.
Después de soportar al menos tres veces ese proceso, supe que no aguantaría una más.
No puedo permitir que me alcancen.
Prefiero morir aquí, sola, en este bosque que entregarme de nuevo.
Intento correr más rápido, pero mis piernas ya no responden.
Entonces es cuando las siento flaquear y caigo.
Esta vez, no me levanto de inmediato. Las manos se me hunden en el barro. La navaja se me resbala de los dedos. Intento recuperarla, pero la vista se me nubla, el mundo gira y solo puedo escuchar el rugido de mi propia sangre latiendo en los oídos.
Ya no sé si es el frío o el miedo.
Los pasos se acercan. Los oigo con claridad.
Intento arrastrarme, aunque sea unos metros más, aunque solo gane segundos. No sé por qué. Tal vez aún no he perdido del todo la esperanza. O tal vez es solo el instinto de supervivencia actuando por mí.
Entonces, veo una figura que aparece entre los árboles. Sola. Silenciosa.
La linterna no la alumbra. No corre. No dispara.
Solo me observa fijamente mientras camina hacia mí.
Trato de distinguir quien es, pero la oscuridad no me deja, pero no necesito hacerlo, porque sé, en lo más profundo, que esa presencia no es como las otras.
También sé, que hay algo peor que morir. Y está justo frente a mí.
Levanto la cabeza con dificultad, con la boca llena de barro y el corazón en un puño.
—¿Tú…? —susurro.
Pero no llego a terminar la frase., no puedo, porque veo la luz que sale del cañón del arma antes de escucharlo, y mucho antes de sentirlo.
Un disparo.
Y de pronto… Todo se vuelve n***o.