La verdadera razón

1501 Words
Un cosquilleo en mi nariz hace que me la rasque sin despegar mis ojos. El cosquilleo vuelve nuevamente y escucho unas risitas que me recuerdan que no estoy sola, ni que tampoco estoy en la mejor de las condiciones. Me incorporo rápidamente y me sostengo de lo primero que encuentro, o sea mi amiga, al sentir que la tierra gira a mi alrededor. Delia chilla cuando le piso un pie y me suelta, provocando que me caiga de cola al piso. Me quedo allí sentada, mirando a algún punto fijo del suelo. Las imágenes de la noche anterior se comienzan a agolpar en mi cabeza. Tomando, bailando, coqueteando con hombres, volviendo a bailar. Y una apuesta. ¡Carajo! Acepté esa maldita apuesta. Cierro mis ojos para rezar interiormente a que Delia no se acuerde de aquel trato. —Vamos, ojitos de caca, tenemos que limpiar —dice ella, tomando mis manos para ayudar a que me ponga de pie. Sí, me dice ojitos de caca porque son color miel, pero a ella le gusta hacer todo un poco más asqueroso. Hago un quejido con una mueca de dolor y masajeo mi cabeza. Me dirijo con lentitud a la cocina mientras busco alguna aspirina y algo de agua para tomar. Cuando veo el lío que hay en la cocina, me quejo aún más y la observo mientras comienza a juntar vasitos de plástico vacíos. —¿Por qué tengo que limpiar? Vos fuiste la de la idea de la fiesta —comento cruzándome de brazos. —Pero vos no te quejaste y, además, la pasaste bien —responde sin mirarme. Suspiro, coloco mis codos en la mesada y apoyo mi cabeza sobre mis manos. —¿No tenés resaca? —cuestiono intentando suprimir un bostezo que me sale por las fosas nasales. Ella se ríe y niega con la cabeza. —No, porque vos tomaste más que yo. Y te va a explotar el cerebro si seguís largando bostezos por la nariz. —Detiene su limpieza para mirarme con las cejas arqueadas y sus brazos sobre su cintura—. ¿No pensás moverte? —No, mamá. Me desperté hace cinco minutos, apenas sé dónde estoy, no voy a limpiar... —Bueno, entonces andá a preparar las valijas —dice, volviendo a su tarea. El agua que estaba tomando se me sale por la nariz y estalla en carcajadas—. ¿Pensaste que no iba a acordarme? Dale, mañana te espera un viaje largo hasta el campo. —¡Estábamos borrachas! No cuenta esa apuesta. Además, tengo que hacer cosas en casa para adelantar trabajo, no puedo irme de vacaciones —replico intentando no tartamudear. —Agus, sé que mentís, y de última podés llevarte las cosas del trabajo al campo. Creo que ahí vas a tener mucho tiempo libre. ¿Hace cuánto que no vas? Tu familia viene una vez por año a visitarte, ¿no los extrañás? Estoy segura de que ellos sí, y les vas a dar una gran sorpresa. Te estoy haciendo un favor obligándote a ir a tu pueblo, lo necesitás. Pasá las fiestas navideñas allá. No respondo nada, simplemente miro hacia abajo y comienzo a ayudarla con la limpieza. Prefiero eso antes que encerrarme en la habitación y preparar las maletas, ¡no quiero volver a la ciudad en la que viví mi infancia! Es un lugar al que prometí no volver jamás a no ser que sea estrictamente necesario y, obviamente, una apuesta hecha en una borrachera no es una urgencia. —No puedo volver ahí, hay cosas de mi pasado que no quiero revivir —digo, pasándole un trapo a la mesa. Delia chasquea la lengua. —¿Qué es lo que tanto te preocupa de ese lugar? ¿Que no haya wifi? —interroga entre risas. Suspira y vuelve a mirarme—. Agustina, ¿acaso te hicieron algo malo las personas de ahí? Quizás tuviste alguna experiencia desagradable que no me contaste por vergüenza, pero dejame decirte que yo estoy para lo que necesites... —Te voy a contar la verdadera razón. Fiesta de egresados, diciembre del dos mil ocho —cuento mirando hacia la nada. En mi mente solo están las imágenes de aquel día—. Me acerqué al chico del que estuve enamorada durante toda la secundaria con el único fin de confesarle mis sentimientos. Él me miró, con esos ojos azules tan hermosos, y sonrió. Parecía una sonrisa verdadera y eso me inspiró confianza. Le dije a través de la música fuerte que estaba enamorada de él, pero no me entendió y tuve que repetirlo. Y... ¡lo vomité! —Mis ojos se llenan de lágrimas a causa de la vergüenza. Mi amiga aprieta los labios y su pecho se acelera, como si se estuviera riendo por dentro. —¡Me estás jodiendo! —exclama con expresión sorprendida—. No es cierto, lo estás diciendo para que no tengas que ir. —¡Es verdad! Y no puedo volver a cruzarlo. Desde ese día que no lo vi nunca más y no pienso arriesgarme. —Ay, Agus, hay más probabilidades de que no lo veas de que sí. —Se apoya en el palo de la escoba y sonríe—. Capaz el tipo no vive más ahí, o no te recuerda, o no te lo cruzás. ¡Incluso pudo haber muerto! —¡Delia! No digas esas cosas... ¿Cómo va a morir si es joven? Tiene nuestra edad. —Bueno, vive en el campo. Hay enfermedades, un caballo pudo haberle pegado en la cabeza, se electrocutó con un cable pelado, le cayó un rayo, se resbaló con caca fresca y perdió la memoria... —Enumera con los dedos y me río ante sus ocurrencias. —Sos terrible —comento, negando con la cabeza—. Vos pensás que es un campo, pero en realidad es un pueblito. Hay escuelas, salitas de urgencias, plazas, no es puro caballo, vacas y olor a caca. Mi familia está a unos pocos kilómetros del centro. —Está bien, como digas. ¿Entonces vas a ir? ¡Tenés que superar tu miedo! —dice con tono suplicante. Frunzo el ceño y la miro con profundidad. —¿Por qué tenés tantas ganas de que desaparezca? —le pregunto con interés. Se encoge de hombros y hace un gesto con la mano para restar importancia—. ¿Qué me estás ocultando? ¡Si no me decís, le digo a todos que sos rubia teñida! —¡No serías capaz! —responde seriamente—. Serías la peor mejor amiga del mundo. —¡Entonces decíme porqué querés que me vaya! —Ufa —protesta cruzándose de brazos. Sus mejillas se ponen rojas y muerde el interior de su mejilla antes de proseguir—. La verdad es que... quiero estar a solas con Lucas. —¿Con Lucas? ¿El grandote que te siguió durante toda la universidad y dijiste que jamás le darías bola? —cuestiono con diversión. Asiente con la cabeza—. Genial. Sabía que tarde o temprano ibas a caer en sus ojos color caca. —Nos reímos y le guiño un ojo—. Voy a cumplir la apuesta solo por vos, pero por favor, cuídense. —Tranquila, no pasa nada. Vos disfrutá de tu descanso y sé feliz. Si volvés a ver a ese chico y te dice algo, hacé de cuenta que no lo conocés. Tan difícil no es —contesta sonriendo. Hago una mueca de desaprobación y suspiro. —Voy a hacer las maletas —comento. Desaparezco de su vista en un instante y subo las escaleras hasta mi habitación. Tengo ganas de ver a mi familia, de reencontrarme con viejas amistades y de respirar ese aire no tan contaminado, pero muero de miedo. No quiero verlo a Rodrigo. ¡Le dije que estaba enamorada de él, no me escuchó y lo vomité! Nunca voy a olvidarme de la mirada repugnante que me dedicó. Suspiro y me miro al espejo. Estoy hecha un desastre. Tengo mi cabello n***o más enredado de lo normal, ojeras bajo mis ojos, e incluso una marca de saliva seca desde mi boca hacia mi mejilla. ¡Qué asco! Me doy una ducha rápida antes de ponerme a ordenar mis cosas. ¿Qué puedo decir? Me encanta mi cuerpo, así con mis caderas anchas, mis pechos del tamaño perfecto para llevar un buen escote y panza chata gracias a la buena genética que mis padres me transfirieron. Incluso estoy irreconocible, a los dieciocho años era apenas la mitad de lo que soy ahora y es imposible que Rodrigo me recuerde. No puedo estar asustada. Ya vestida con un enterizo floreado, empiezo a hacer las valijas. ¿Qué no me puede faltar? ¡Jeans, por supuesto! Largos, cortos, polleras, jardineros. Son ideales para estar cómoda y nunca fallan. Así mismo vestidos de noche, varias camisas, algún pijama viejo, ropa interior y productos de higiene personal. Siempre puedo comprar lo que necesite allá, así que no me preocupa mucho. ¿Debería avisarle a mi familia que voy? Decido que no, siempre es bueno caer de sorpresa, siempre y cuando no les dé un infarto. ¡Creo que voy a ser yo la que se va a morir de un ataque cuando llegue! Guardo mi notebook, los auriculares y el micrófono. Son cosas necesarias para mi trabajo como locutora. Espero tener buena conexión a internet, aunque lo dudo. Ya con todo listo, solo me queda esperar y seguir implorando a mi destino que me ayude a evitar a aquel hombre que, aunque me cueste admitir, muy en el fondo quiero volver a ver.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD