A las ocho y media decido tocar la puerta de mi vecino. Estoy haciendo malabares con las bolsas de regalo en una mano y la torta en la otra, además de que me pidió por mensaje que lleve algunas bebidas. Él abre la puerta y me ayuda rápidamente a agarrar las cosas. —No hacía falta que vinieras tan cargada, aceituna. Podías traer las cosas de a poco —opina. Entro y cierro la puerta cuando estoy liberada de peso. —Ya sé —digo—, pero quería traer todo de una. Lo ayudo a guardar las cosas en la heladera e intenta mirar la torta a través de la caja. Me río. —¿Es una selva negra? —cuestiona con sorpresa. Asiento con la cabeza— ¿Puedo comerla ya? —¡No! Es para cantarte el feliz cumpleaños. Bufa y se acerca a mí para depositar unos besos en mis labios. —¿Cómo te fue con tu hermano? —cu