Para la mañana siguiente mi teléfono había sonado una infinidad de veces, un número desconocido aparecía entre la extensa lista de llamadas perdidas de mi padre. Ignoro todo, enfocando mi atención en la reunión virtual para puntualizar los detalles de los diseños.
Muchas veces podía llevar estas videollamadas desde la universidad, encerrándome en alguno de los cubículos privados de la biblioteca para hablar con tranquilidad. Y avanzaba con los balances desde mi habitación por la noche, cuando no tenía a mi madre husmeando entre mis cosas.
La imprudente, caprichosa, voluble e incapaz pelirroja, como he sido considerada por mis padres y tal vez para el resto del mundo, hoy se demuestra así misma ser mucho más que una cara bonita.
Nuestro primer lanzamiento público estaba por suceder y todo estaba siendo controlado a detalle. Por mi lado, me aseguré de coordinar la publicidad, las compras y los contratos para no fallar en ninguno. Lía se encargaba de promocionar los productos en sus redes y de enviar las invitaciones; y Valentina, estaba en su máxima presión como jefa, corrigiendo los detalles de sus diseños confeccionados como prueba, aprobando la calidad y textura suave de la tela misma.
Teníamos el estudio hecho un desastre, con papeles pegados por todos lados para llevar el orden de nuestro seguimiento y con los muestrarios de diseños y colores de las telas por doquier. No teníamos problema con el desorden si no había nadie a quien pudiera molestar.
La casa era nuestra, como de costumbre.
Los padres de Valentina se habían separado cuando ella cumplió cinco años y desde ese entonces, vive en aquella grande, elegante y lujosa mansión prácticamente sola. Entendía el trabajo de su madre, administrar una empresa no es fácil y ahora lo sabemos perfectamente.
Por otro lado, su padre, se volvió a casar y vive con su familia en Londres, precisamente donde ella pasaba sus vacaciones y está enfocado nuestro negocio. Gracias al apoyo de su madrastra, Margot, conseguimos algunos clientes, proveedores y socios, con los cuales venimos trabajando de maravilla.
Toda su familia apoya y alienta cada uno de sus esfuerzos, esa motivación y confianza que a otros nos falta.
— Margot me envió este contacto –me entrega una pequeña tarjeta de presentación- llámalo y separa una cita para la próxima semana. Es el mejor proveedor de telas
— Jamie llamó, necesita los diseños con urgencia para la elaboración de la publicidad –interviene Lía.
— Se los estoy enviando –le lanzo un guiño y doy click en el botón enviar, girándome hacia Vale- dame un minuto y llamo al contacto de Margot.
Tomo mi celular y veo otra llamada perdida de mi padre, la cual ignoro y continúo con el proveedor.
— Alex –la castaña deja en una esquina del escritorio una gran carpeta- necesito entregar esto a Miller a más tardar en veinte minutos.
— Ya ¿y…? Lía está desocupada
— No puedo –tajante, aparece-, exponerme en un hotel afecta mi imagen –enarco una ceja por su ridiculez y ella persiste en su punto con cinismo-. Soy una chica pública Alex, no puedo entrar y salir como si fuese mi casa.
— Y tú lo explicas mejor, no queremos que arruine las cosas ¿verdad?
— Lo prometiste chiquita -
— No prometí nada –aclaro-, aceptar una invitación es muy diferente a insinuarme descaradamente como ustedes están planeando.
— La idea es mantener el contacto y propiciar la invitación –agrega Lía y solo les tuerzo los ojos para salir de inmediato.
— Me voy –guardo la carpeta en mi bolso y camino hacia la salida levantándoles el dedo medio- a ofrecerme como carne fresca.
— Bien que quieres probar esos labios sexys –bufa la rubia.
Manejo hasta la puerta del hotel, entrego mis llaves al valet mientras me centro en seguir los pasos de la amable joven guiándome al área donde se encuentra el señor Miller. La elegante sala se ve tan diferente sin luces fucsias y blancas revoloteando, sin la oscuridad de la noche, sin tantas personas amontonadas y sin tragos ofreciéndose por montón.
Solo aquel sonido de las campanadas del viejo reloj colgando en la pared, anunciando las doce, me remonta a esa noche.
FLASHBACK
Diciembre – hace dos años
Llegamos al área privada del hotel cinco estrellas, en el centro de la ciudad. El antiguo reloj marcando la media noche me llama la atención por su estilo barroco iluminado por las luces de colores, acorde a la fiesta.
Todos están encantados, luciendo sus disfraces como si se tratase de una competencia por quien luce el más diminuto. Conejitas, brujas, diablas, reinas, policías, enfermeras… príncipes, piratas, superhéroes… incluso algunos están prácticamente en ropa interior, siendo el antifaz más grande que ésta.
Recorro el lugar con la mirada encontrándome con todas las fantasías sexuales de los hombres ofreciéndose sin pudor.
Un camarero pasa por nuestro lado con una bandeja de copas de champagne, nos ofrece y aceptamos, para soltar los nervios ante la incomodidad de las miradas sobre nosotras.
“Carne fresca”
Lía permanece a mi lado, exhibiendo ese traje que ha cautivado a más de uno.
Las invitaciones no se hacen esperar y ella aprovecha para bailar, con uno vestido en pantalones y sin camiseta. No sé cuál es su disfraz pero esos músculos han sido demasiado convincentes para ella y no la juzgo.
Vale y Eduardo, entre sus tantas muestras de amor me ayudan a buscar a quien necesito en mi vida.
— ¿Chicas y si nos vamos? –Lía nos pregunta
— ¿Y tú? ¿No estabas disfrutando con tu mister músculo? ¿Por qué te quieres ir? –no comprendo
La mirada dubitativa de la rubia se cruza con Vale y yo en el centro, adivino de inmediato el motivo de sus vanos intentos por mentirme.
— ¿Lo viste? –la fuerte música camufla mi decepción, el desconsuelo y todo aquello que pueda estar sintiendo por él, de solo imaginarlo con alguien más-. ¿Dónde? Llévame, por favor.
La sonrisa se esfumó por completo de mi rostro, mirando severamente a la rubia sin darle opción a replicar o engañarme. No tengo el humor para soportar ni el piquete de un mosquito.
Con un gesto detengo el paso de Valentina, ella asiente y se queda en su sitio, sin moverse. Se ha puesto en mis zapatos, comprendiendo que de estar a mi lado, la fuerte Alexandra se echaría a llorar por tal humillante escena, una puñalada directa al corazón.
— Ahí –la rubia me señala la barra al fondo del jardín, a un lado de la piscina.
Busco entre tantos rostros enmascarados y efectivamente, me encuentro con el suyo. Tan guapo y seductor como de costumbre.
Trago fuerte, sonrío y vuelvo a tragar. Repitiendo ese proceso varias veces, para creer lo que mis ojos me mostraban. Para asimilar la fuerte escena desarrollándose entre él y la diablilla traviesa entre sus piernas.
En este momento, todo perdía el cauce indicado de lo que debía ser mi vida. Maldita nostalgia embargándome, mordiendo mi corazón, mostrando la equivocación más grande al suponer ser correspondida.
Fue bonito imaginarme a su lado, caminando de la mano, emocionándome con su abrazo o una simple caricia. Siempre fui yo la ilusionada, la que albergó sentimientos por él, la que se creyó el cuento con final feliz.
El papelón de mi vida.
— ¿Estás bien? –enarca una ceja y me lanza una de sus frías miradas.
— Eres la peor amiga y eso me encanta de ti –suelto un bufido y la miro con una mueca irónica.
— Regresemos con Vale –toma mi mano y me permite mirarlo por última vez.
Ahora entiendo su indiferencia. Ese beso debió dármelo solo porque le rogué como niña tonta. Sí, eso fui, una niña caprichosa, empalagosa y estúpida; incapaz de percatarse de los pequeños detalles a su alrededor, como sus intentos de huir de mi vida como un gato asustado.
Tomo una copa de champaña y bebo lentamente, saboreando el burbujeante sabor dulzón en la amargura del desamor.
*
— Señorita Blanc, no esperaba encontrarnos tan pronto –su mano estrecha la mía acariciándola suavemente con su pulgar.
Sus intenciones son muy obvias y se lo permito. Nunca me ha sido indiferente, ni a mí ni a ninguna mujer.
— Señor Miller, los documentos restantes –estiro la carpeta para entregársela, disimulando no sentirme afectada por su toque.
— Me complace la puntualidad para cumplir nuestros acuerdos. Ahora estoy seguro, que puedo confiar en su palabra –su sonrisa se estira y sinceramente, me fascina, es atractivo.
— Siempre cumplo mis promesas, todas y cada una –enarco una ceja y le sonrío con coquetería.
— Alexandra –susurra- ¿Puedo tutearte? –asiento- aceptarías mi invitación a tomar algo
— ¿Ahora? –su ronca risa resuena y me arrepiento por mi pregunta tan tonta-. Bien, creo tener un poco de tiempo
— Perfecto, tengo una mesa reservada para nosotros -
— Señor Miller, usted planea todo con anticipación y mucha seguridad de no ser rechazado
— No me malinterpretes Alexandra –estira su mano, indicándome el camino a seguir mientras me explica-, en la vida y en los negocios nada es seguro. Debes estar preparado para ambas respuestas, sobre todo si se trata de una hermosa mujer, tan inteligente y capaz –
¡Oh por Dios! Este hombre sabe conquistar, alagando mi capacidad y eso para mí, vale mucho.
— Por favor –jala la silla y me siento, nerviosa, nadie me ha tratado así en toda mi vida-. Nick. Llámame por mi nombre de ahora en adelante –susurra en mi oído y estoy a punto de derretirme.
Ambos pedimos un aperitivo con unos jugos, algo ligero para acompañar nuestra agradable conversación. El tiempo a su lado es agradable, imperceptible y veloz.
Lejos de mostrarse soberbio, arrogante y presuntuoso como podría ser juzgado por su apariencia, me ha dado la seguridad y confianza para mostrarme tal cual soy. Me enseña, me corrige y me plantea ideas dignas de admirar, invitándome a compartir mucho más cuando desee.
— Solo una llamada Alexandra –aclara, tomando mi mano en la puerta de mi auto- y yo haré el resto –me lanza un guiño llevándose mi mano a sus labios.
Trago fuerte, soltando el fiero agarre de mis dientes en mi labio inferior. Y vuelvo a morderlo cuando su cuerpo se va acercando, acorralándome entre mi auto. Retrocedo torpemente hasta chocar con la portezuela que él abre para mí y solo le sonrío como estúpida.
Como se nota que es mi primera cita, aunque no precisamente se le puede llamar así.
— Lo siento, no quise asustarte –esos zafiros azules me engullen por completo, llevándose mi alma, mis palabras y mi voz.
Solo centímetros de separación y no puedo negar que me encantaría sentir sus labios. Solo para comprobar si saben tan bien como se ven o si me harán sentir como los de Sebastián.
Mi mano sube inconscientemente, tal como transcurren mis pensamientos, acariciando la suavidad de su impecable camisa embelesada en su boca. Él lo nota y acorta la distancia sujetando mi cintura.
Mi mano sube por sus hombros inclinando mi rostro para tan esperado beso. Estoy temblando, hasta mi cerebro lo hace al sentir su nariz rosar con la mía, al inhalar su embriagador aroma con rapidez. Estoy agitada, nerviosa y tontamente inexperta.
— ¡Alexandra! –ese tono severo me hace saltar, alejando mi rostro de Nick para mirar al tipo parado a un metro de nosotros.
Mi corazón late a mil, confundido, emocionado y adolorido.
— Sebastián –susurro y Nick se aparta, enfocando su atención en el impertinente castaño, que ha logrado cristalizar mis ojos.
Parpadeo un par de veces, pellizcando suavemente mi mano para comprobar que no es solo una alucinación o me he desmayado por el beso de Nick.
No lo es.
Es verdad, es la cruda realidad.
— ¿Qué pretendes hacer? –nos mira a los dos, con esa indiferencia y severidad tan propia, eleva el mentón y sus manos en los bolsillos de su pantalón se mantienen con tranquilidad.
Siempre ha sido un hombre imponente y tranquilo, uno al que no he visto desde hace años. Al que no le ha importado mi vida, mi salud ni nada relacionado a mí. Y ahora, lo encuentro como siempre. En momentos tan inoportunos.
— ¿Hacer? –repito como idiota, apenada ante tal bajón de autoestima al verlo.
A paso lento se va acercando, logrando que mi cuerpo reaccione a su presencia como siempre lo hizo, a que mi corazón vuelva a latir con ímpetu y desesperación por él, a que mis labios suspiren por él y mis ojos solo muestren su reflejo con adoración.
Sebastián Roux, es irremplazable e inolvidable en el estúpido mundo de Alexandra Blanc. A pesar de todo, lo es.
— Sebastián Roux –se presenta ante el rubio, estirando su mano para saludarlo.
— Nick Miller –estrecha su mano.
— Si nos disculpas, debo llevarme a mi prometida –estira su mano esperando que la mía lo tome como siempre lo hice.
— ¿Prometida? ¿Yo? –repito, con los ojos abiertos de la sorpresa.
Y como tonta, estiro mi mano sobre la suya. Aceptando todo de él, recobrando las ilusiones y esperanzas de toda una vida por él, perdonando y olvidando el pasado y aquel pésimo resultado de mi absurdo plan. Tal como la sonrisa en mi rostro lo confirma.