Nunca olvidaré esa mañana. Daniel y yo nos encontrábamos en secundaria, juntos como siempre lo habíamos estado desde kínder. Nuestros padres se las apañaban sin trabajo para que aquello fuera posible, claro porque yo casi siempre era la que se lo rogaba a mi padre. Recuerdo aún que sonreíamos, el primer día de clases en la hipocresía de lo que era primero de secundaria, nosotros con unos hermosos e inocentes trece años. Mirándonos y comenzando a alardear sobre los muchos estudiantes que aún nos hablaban por nuestra economía. El maestro llegó a sentarnos cada a uno a nuestros asientos y fue entonces cuando esa perra llego a mi vida. —Chicos y chicas, tendremos dos nuevos alumnos que viajaron desde Francia, y se quedarán con nosotros a partir de ahora… Recuerdo que hasta me interesé e

