Dulce matrimonio (2)

2119 Words
Fue una fiesta agradable, la tercera en la que Ivon participaba y no podía esperar para poner un pie en la pista. – ¿A quién conoces?, ¡el soldado de infantería del fondo!, ¡oh!, mira al que lleva el traje azul – habló mientras brincaba. Elena se recordó a sí misma un par de años atrás, parada de puntas mirando a los hombres de traje y corbata y pensando en todas las posibilidades, pero, aunque se moría por poner un pie en la pista de baile, solo consiguió ser invitada un par de veces y en todas ellas era porque ya no había más mujeres jóvenes que estuvieran solas. – El pelirrojo del fondo – dijo Ivon con un tono de voz agudo y desviando la mirada – ¿ya lo viste? Elena miró de reojo siendo muy cuidadosa, el chico pelirrojo tenía el rostro lleno de pecas y era un poco robusto, definitivamente era…, ¡demasiado lindo! – Pasaré frente a él, ¡deséame suerte! – ¡Suerte! La fiesta comenzaba, Elena miró a su alrededor y sus ojos se encontraron con los de un hombre de barba crecida y un bigote recortado, pero lo más impresionante de ese hombre eran sus ojos grises. Si existía un color de ojos más hermoso, Elena no lo conocía, caminó despacio, se paró a corta distancia y esperó a que todas las mujeres en el grupo fueran llamadas a la pista para lograr su cometido, bailar con el hombre apuesto de ojos claros. Sus manos sudaban cuando se ponía nerviosa y después de una pieza, el apuesto hombre se despidió y no lo vio más. Ivon estaba junto al piano riendo y hablando con el chico pelirrojo, y Elena volvió a su técnica de juego, ir a un sitio donde había pocas mujeres y esperar a ser la última para que la invitaran a bailar. O eso era lo que planeaba, porque antes de poder llegar escuchó una voz grave. – Disculpe, ¡me concedería esta pieza! Elena no podía decir que había notado a ese hombre de cabello oscuro, ojos color marrón y barba recortada, pero bastaba con una cosa para impresionarla. Ella no era la única mujer en esa esquina de la fiesta y él fue directamente a tomar su mano – claro. Fue una fiesta que no olvidaría, cuando la música comenzó, las risas se superpusieron y ella giró, fue como si el resto del mundo hubiera desaparecido y ella flotara sobre una nube acompañada de un hombre que la eligió para ser su compañera. Aquella noche bailó tanto que terminó con la frente cubierta de sudor y el pecho agitado, para entonces, su madre tenía el historial del hombre que bailó con ella. Cristián Johansen, de treinta y tres años, sobrino del conde de Varem y dueño de un viñedo. Dato importante: soltero. – El pobre perdió a su padre hace diez años y ha tenido que trabajar desde entonces, el conde tuvo un conflicto con la familia y no pudo apoyarlos, ha sido tan difícil, no ha tenido tiempo de buscar una esposa – explicó la tía Chloe. – Se veía como un hombre peculiar, Elena, ¿a ti qué te pareció? – preguntó su madre. Era la pregunta más importante, y si bien la apariencia de ese hombre no fue impactante desde el comienzo, hablar con él fue… – ¡agradable! Tanto su madre como su tía sonrieron. – ¡Qué suerte haber encontrado un hombre, agradable! – Muy cierto, no hay muchos hombres agradables hoy en día. Elena culpó a las copas que su madre y su tía consumieron esa noche y escondió el rostro para que no la vieran sonreír. Tres meses después el señor Johansen llegó a la mansión cargando un anillo con un pequeño diamante e hizo la pregunta – Elena Hamilton, ¿me concederías el honor de convertirte en mi esposa? – Si. Antes de pensar en la respuesta, ella ya la había dado. – Si. Si, si y mil veces sí. Su madre y sus hermanas bajaron a felicitarla y la abrazaron después de que ella diera la respuesta, Johansen se apartó para dejarlas tener su momento familiar y ella descubrió que después de reírse demasiado, la mandíbula dolía. Iba a casarse. – El lago se ve tan hermoso – dijo Ivon mirando por la ventana – Elena, ¿quieres ir de pesca? Ella se levantó y miró el carruaje que pasaba frente a la casa, de inmediato supo que había un hombre apuesto en ese carruaje y que se dirigía a la mansión Florencia, y la mejor forma de acercarse para que Ivon entrara en su campo de visión, era ir al lago de pesca – vamos. Si su hermana se casaba ella estaría muy feliz y si su hermana menor se casaba después de ella, su felicidad sería más que completa. Pero fue esa noche, justo después de caer al lago para recoger lo que creyó que era un caracol, que tuvo ese sueño y todo cambió. – Se sintió tan real – susurró. Su padre llegaría pronto junto con el señor Johansen y Elena ya no podría negar todo lo que soñó, o el hecho de que las invitaciones, las flores, la sortija y todo era tal y como apareció en su sueño, tan vivido, sus últimos dieciocho años se sentían distantes y todo lo que recordaba era ese sueño. Al mover sus dedos, podía dibujar el patrón de la ropa que tejió para los hijos que jamás tuvo, recordar el temor que se apoderaba de su cuerpo cada vez que descubría que no estaba embarazada y sentir la punzada en su pecho provocada por la visión de sus amigas y hermanas cargando a sus bebes, incluso podía escuchar las excusas que se contaba. ¡Los hijos se despiertan toda la noche gritando o llorando y no dejan que sus padres duerman!, ¡los berrinches son horribles!, ¡entrenarlos para ir al baño es muy desgastante!, ¡enseñarles modales!, ¡jugar con ellos!, ¡son todo un reto!, ¡una vez que una mujer tiene hijos ya no tiene tiempo para una vida propia! Todas esas frases vagaron por su mente, pero lo cierto fue, que nunca pudo experimentarlo, nunca pudo saber cómo era la maternidad, porque, si de verdad era una experiencia tan molesta, ¿por qué todos tenían hijos? Todas las fotografías familiares estaban llenas, sus hermanas, sus tías y sus amigas, todas tuvieron hijos y tenían rostros felices. Solo ella llegó al día de su muerte con los brazos y el corazón vacíos. – Llegarán pronto, déjame verte – le dijo Julieta y revisó su rostro, luego ensalivó sus dedos y le pellizcó las mejillas para darles un poco de color – permanecerás en silencio, yo hablaré. – Mamá, ¿conoces la villa de Varem? Julieta lo pensó un momento – no, pero tu padre tiene un libro de edificios y propiedades antiguas, dame un momento – caminó hacia el estudio y buscó entre los libros cubiertos de polvo que estaban en la parte de atrás – debe estar por aquí – sacó el libro y un huevo de salamandra cayó al suelo, luego puso el libro sobre la mesa y escuchó el portón abriéndose – llegó tu padre – salió dejando el libro atrás – le dije a Magnolia que buscara el aceite. El portón de la entrada producía un fuerte rechinido cada vez que era abierto y nadie lo había arreglado porque era una forma de saber que alguien había llegado. Elena caminó lentamente, abrió el libro y fue pasando las páginas hasta llegar a la villa de Varem, el gran edificio tenía cuatro pisos y varios árboles en los costados. Sus dedos se deslizaron por el lugar en el que vivió tantos años – aquí hay una fractura, este vidrio está roto, los barrotes están oxidados, las raíces del árbol abrieron la pared. Las imperfecciones de la villa no aparecían en el dibujo, el artista guardó una distancia conveniente y plasmó su mejor momento, esos detalles existían en su sueño y en todos los años que vivió en esa mansión hasta que llegó a conocerla como la palma de su mano. Desde lejos, las personas no podían ver el desgaste, el daño y la falta de mantenimiento provocada por la falta de interés de un hombre mayor que fumaba desde la salida del sol hasta el anochecer y que al morir dejó una villa arruinada y una gran cantidad de deudas a su sobrino Cristián Johansen. Una cucaracha caminó sobre el piso de madera, se paseó describiendo una curva en dirección a un agujero y encontró su destino bajo el zapato de Elena. Solían temerles a las cucarachas, quince años atrás cuando era una jovencita de dieciocho a punto de casarse, es decir, ese año. Elena vivía en ese momento previo al despertar cuando no se sabe dónde termina el sueño y comienza la realidad. – Cariño – la llamó su madre y vio la nostalgia escrita en su rostro – mi cielo, no adelantes conclusiones, ven – le dio un beso – todo se resolverá. En el salón esperaban su padre, su abuela, su tía y su prometido, él se levantó apenas la vio y se quitó el sombrero, al mirarlo Elena pensó en su cabello, porque en pocos años, se volvería canoso y la línea de nacimiento iría retrocediendo, especialmente del lado derecho hasta el punto en el que Cristián usaría siempre un sombrero para ocultar su calvicie, luego miró sus manos y recordó el bastón que sostenía a causa de una herida en la rodilla o la línea en su barbilla que se convertiría en una pronunciada arruga. Antes de ese día, Cristián era el hombre apuesto que por tres meses protagonizó sus sueños e ilusiones, pero después de quince años de mirarlo, lo encontró poco atractivo y demasiado viejo. – Lamento mucho el malentendido, créame señorita Hamilton, de haber sabido que estos rumores llegarían a sus oídos, me habría explicado hace mucho – dijo Cristián con un gesto nervioso – es cierto que existe una mujer llamada Amelia con una hija, ambas viven en una residencia de mi propiedad y reciben una cuota mensual para gastos, pero puedo jurarle que no hay relación entre nosotros. Los latidos del corazón de Elena se fueron regulando y no se sorprendió por sus palabras. – El esposo de Amelia solía ser mi socio de negocios, Oscar Duncan. Cuando las deudas llegaron y tuvieron que tomar medias austeras, Elena descubrió que había un gasto que no desaparecía, esa era la mesada que Cristián reservaba para su amante y tras descubrir la verdad, él le dio la misma excusa. – Antes de que él falleciera le prometí que me haría cargo de su familia, desde entonces asumí la responsabilidad por ambas y puedo jurarle – dio un paso y Elena retrocedió – Amelia. – Es como una hermana – pensó Elena. – Es como una hermana. Las mismas palabras, la misma excusa y la misma evidencia. – Traje conmigo la constancia de matrimonio de Amelia Lawrence con Oscar Duncan y el registro de nacimiento de su hija Erika Duncan, mis intenciones son honestas y no quiero que haya malos entendidos entre nosotros. En su sueño, Elena creyó en su inocencia y eliminó la carne de su dieta mientras esa mujer mantenía los lujos a los que estaba acostumbrada, hasta que un día, Amelia falleció y en los alaridos de su esposo supo que todo era falso. ¡Hermana! Después de verlo beber hasta perder la consciencia y despertar gritando el nombre de esa mujer, Elena dejó de creer que su relación fuera fraternal y luego, cuando Erika llegó, Cristián ya ni siquiera intentó mentirle, la presentó como su hija y la convirtió a ella en la madrastra malvada a la que padre e hija odiaban. – Lo vez cariño, ¡te dije que todo se arreglaría! Elena tomó la constancia de matrimonio entre sus dedos y recordó las palabras de su tía, lo cierto era, que no había una hilera de hombres esperando por ella y sí no se casaba pronto afectaría a sus hermanas y a sus primas, tampoco era hermosa ni llamativa, ni siquiera en sus sueños, después de desvelos, estrés, ansiedad e intentos fallidos de embarazo, en quince años, se vería de cuarenta. Si no se casaba con ese hombre, nunca se casaría. – Gracias por aclararlo. Cristián le sonrió. Elena llegó a una conclusión, el amor era una farsa y el matrimonio una mentira, su única ventaja era que, en esa ocasión, llegaría con los ojos muy abiertos y nadie más le rompería el corazón.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD