CAPÍTULO CUATRO Durante los siguientes dos días no dejo de pensar en que casi me pierdo en el bosque, en la extraña forma de actuar de todo el mundo y en lo que sea que se esconde detrás de la arboleda. Durante el resto del tiempo, sin embargo, me distraigo ayudando a la abuela y a Willa a preparar las habichuelas. Al terminar, tres docenas de tarros llenos descansan sobre la encimera y esperan a que Billy y yo los llevemos a la bodega, donde se quedarán junto a la mermelada de fresa que enlatamos a principios de este verano y el puñado de tarros de tomates y remolachas que quedaron del año pasado. —Bueno, por fin terminamos —exclama Willa. Se acerca a la salida de ventilación de la nevera para que el aire frío le suba la blusa. —Deidra Ann, ¿te importaría servirnos a tu abuela y a mí va