Lo último que veía antes de que saliese por la puerta era su sonrisa después de un "buenas noches".
La habitación se quedaba en silencio tras su marcha y yo me acostaba.
Nunca lo entendí. No llegué a saber qué quería, cómo se sentía. Era un misterio. Ese chico alto y moreno de ojos azules y verdes, era un enigma. Su corazón lo era.
No pensé que volviéramos a encontrarnos de nuevo, que nuestros cuerpos volvieran a chocar y nuestros labios a susurrar el nombre del otro.
Sus labios recorrían de mi cuerpo enviando escalofríos por mi columna y sus palabras se clavaban en mi corazón como si Cupido estuviese disparando pequeñas flechas.
Poco a poco, su sonrisa se volvió mía. Mi cuerpo se volvió suyo y nuestros corazones quedaron a la deriva.