UNO

2342 Words
Mark Ivanov En la actualidad La ciudad de San Petersburgo se encuentra a mis pies. El último piso del rascacielo Lakhta me da unas impresionantes vistas. Ser presidente de una de las mayores compañías de Rusia te da ciertos privilegios, por eso me encuentro en el rascacielos más grande de Europa. 462 metros de altura que da vértigo a muchos. Llevo aquí desde las seis de la mañana y solo son las diez. Papá no tardará en venir y darme órdenes, creyendo que aún sigue al mando de la empresa cuando no es así. Me giro y me siento en la silla del escritorio para levantar el teléfono y pedirle a mi secretaria otro café, o quizás debería empezar ya con el vodka. Paso mi mirada por mi gran despacho en el que he hecho un gran cambio. Mi padre lo tenía a su estilo rústico y yo... Yo he quitado ese horrible sofá antiguo de cuero y he puesto algo más moderno y cómodo. Los cuadros, también los he cambiado, todo es negro. Supongo que como mi alma, según me han dicho. Pero el negro es seriedad y elegancia. Me subo las mangas de la camisa blanca y apoyo los codos en la mesa para después masajear mis sienes con los dedos. Sabía que esto era duro pero no me imaginé hasta que punto. Sé que mi padre nunca estuvo en casa para nosotros, pero eso nos hizo tener una mejor vida. Ahora, el que está encerrado en una oficina soy yo, solo que no tengo a nadie esperándome en casa. Me echo hacia atrás en el asiento cuando llaman a la puerta e Inna aparece con mi café. — Gracias, Inna. — Señor Ivanov —con un asentimiento de cabeza deja el café en mi mesa y sale del despacho con la misma delicadeza con la que ha entrado. Sí, me fijo en sus largas piernas cada vez que entra y sale de la oficina. Fijo mi vista de nuevo en mi portátil y me pongo a revisar todos los apuntes para la reunión de dentro de unas horas. Estamos a punto de cerrar un trato con la UEFA un año más. Bebo del café y miro sin mucho ánimo a la pantalla. Hoy hace un año desde que se fue y no sé nada de ella. La he buscado por todos lados, parece que se la ha tragado la tierra. Se está escondiendo bien, no quiere ser encontrada y me lo está poniendo difícil, pero sé, que la encontraré. Abro el cajón de mi derecha y cojo el anillo entre mis dedos, ese que ella no fue capaz de ponerme porque de sus labios salió un "no". No lo entiendo, después de un año, sigo sin entender por qué me dejó, por qué se fue y más, de esa manera. Dejándome en el altar viendo cómo se iba. — Señor Ivanov, Nikolay está aquí —escucho la voz de Inna y guardo el anillo de nuevo. Ni siquiera me da tiempo a decirle que lo deje entrar cuando mi amigo está cruzando las puertas vestido con un traje azul y una corbata rosa que odio. Su pelo moreno va peinado hacia atrás con gomina y sus ojos negros se posan sobre los míos con diversión porque le encanta entrar sin permiso. Mi amigo es alto y sus dientes brillan más que el futuro de muchos, por eso tiene a todas las chicas detrás intentando cazarlo. Ninguna lo ha conseguido aún. — ¿Preparado para conseguir de nuevo el contrato millonario con la UEFA? — Si te quitas esa corbata creo que estaré listo —cierro el portátil— ¿Qué tal anoche? — Bien, deberías haberte quedado, se unieron a nosotros unas chicas despampanantes —No hablo y él bufa, sentándose en la silla que está frente a mí escritorio— Oh vamos, ha pasado un año, olvidala. — ¿A quién tiene que olvidar? —Mi hermano pequeño, Viktor, entra en mi despacho y se sienta en la silla al lado de Nikolay. Su pelo rubio casi ha desaparecido porque decidió raparse hace un par de días. Es cinco años más pequeño que yo y aún lo tengo que sacar de muchos líos porque se cree que pelearse en un bar como si fuera un ring de boxeo es una buena idea. Por eso tiene puntos en su ceja. Mamá siempre me ha dicho que cuidara de él, pero es un culo inquieto y no he terminado de arreglar un lío en el que se ha metido cuando ya está metiéndose en otro. — A la innombrable —Mi amigo se encoge de hombros. — Oh, venga, déjala tranquila. Ya ha demostrado que no quiere que la encuentres y dudo que lo hagas. Ya habrá hecho su vida. Gruño y me levanto de la silla. Puede que esas dos personas que están ahí sentadas hayan aguantado mi mal humor desde que se fue, pero lo que están diciendo no hace que mi humor mejore. — Tengo derecho a una explicación —miro de nuevo por el gran ventanal. — Déjalo ir, es lo mejor que puedes hacer —me aconseja mi hermano por décima vez en lo que va de año. Claro que no. Tengo que encontrarla y voy a hacerlo, o bueno, yo no, los investigadores que he contratado. — Señor Ivanov, Andrey está aquí. Me pongo nervioso y le digo que lo deje pasar. Mi hermano y mi amigo se giran para ver a uno de los detectives que he contratado entrar por la puerta. — Señor —me saluda—, la he encontrado. Un alivio recorre todo mi cuerpo y me siento en la silla de nuevo. — ¿Dónde? — España. Paso la lengua por mi colmillo y asiento lentamente. Levanto el teléfono y llamo a Inna. — ¿Señor? — Quiero el jet listo para dentro de unas horas, tengo que volar a España. — ¡¿Qué?! —Gritan mi amigo y mi hermano. Andrey se acerca por mi izquierda y me da la carpeta. — Todo está puesto ahí. — ¿Se ha cambiado el nombre? —Pregunto con curiosidad. — No, solo es escurridiza. Siempre lo ha sido. Esa pequeña chica Italiana de la que había estado enamorado siempre parecía escurrirse entre mis dedos. Llegué a pensar que jamás la tendría completa y no me equivoqué. — ¿Algo que destacar? ¿Familia? — Nada de familia, tampoco amigos. Vive en el hotel que limpia. Abro mis ojos con sorpresa y miro a mi amigo, que está escuchando todo con pesar porque no quiere que vuelva a ver a mi ex prometida. Pero yo no puedo olvidarla, no puedo olvidar su pelo castaño ondulado y sus bonitos ojos marrones. Tampoco puedo olvidar cómo se entregó a mí antes de la boda, en su bonita lencería blanca. Y después me dejó. Me dio el ramo, levantó su vestido y caminó por la alfombra roja hasta llegar a la puerta con todo el mundo mirándola con la boca abierta. Mi familia se ofendió, por supuesto. No querían que me casara con ella, lo veían una locura. No venía de una familia con poder como nosotros y pensaban que lo único que le interesaba era el dinero. Yo sabía que eso no era así, a pesar de que se llevó unos miles de euros para empezar de nuevo, claro. No corrí tras de ella, simplemente me quedé allí, con el ramo que aún guardo en casa pensando que la encontraría. Y lo he hecho. — Gracias, Andrey. Leeré el informe. Inna te dará lo que te corresponde. — Gracias, señor Ivanov. Sale del despacho, cierra la puerta y miro a esos dos chicos que están frente a mí. — No puedes irte, tenemos la reunión con la UEFA —Nikolay se levanta de la silla. — Y sé que te encargarás de ello —cojo mi maletín y meto la carpeta, el móvil y varios documentos más— Me voy de vacaciones. — ¡¿Qué?! No puedes hacer eso —dice esta vez mi hermano— Papá va a matarte. — Lo estaré esperando. Os dejo al mando, tengo asuntos que arreglar —me pongo la chaqueta. — Mark, tío, no puedes irte y menos ahora. La sede de Venezuela está a punto de cerrar, también la de India. Tenemos la UEFA y también... —Nikolay me sigue pero no lo escucho. — Inna, te dejo al mando con estos dos —los señalo—. Mantenme informado de todo por favor y aplaza lo que puedas. — ¿Hasta cuándo quiere que aplace? —Sus ojos azules me miran un poco confusa porque yo jamás aplazo nada. — Dos semanas. — ¡Dos semanas! —Exclama mi hermano— Es una locura, papá me cortará los huevos por dejarte ir. — No se lo digas —entro en el ascensor y los miro—. No hundáis la empresa —las puertas se cierran y miro la hora en mi reloj. Puedo decir que me desespera totalmente bajar en el ascensor, sobre todo porque la mayoría de las personas que esperan en otras plantas, no entran cuando estoy yo. Cuando llego a la parte baja, salgo del edificio y Dimitri me abre la puerta del coche. Saco mi móvil del bolsillo y le envío un mensaje al piloto para comunicarle nuestro destino. — ¿A dónde, señor? — A casa y después al aeródromo. — ¿Se va? — A España, Dimitri. — ¿La ha encontrado? — Sí, la he encontrado. “Ella luce como un muñeco de peluche por la cantidad de ropa que lleva puesta. — No hace tanto frío, nena. — Mark, me voy a congelar probablemente. No estoy acostumbrada a este frío. — Solo te montarás en el coche y luego entraremos al restaurante. ¿Qué hay del vestido de satén que te regalé? — ¿El negro? ¿Quieres que me congele? — Para eso tienes el abrigo de pelo, para que no suceda. Niega con la cabeza y sonrío de lado. Estamos esperando a Dimitri y cuando el claxon suena, abro la puerta y la dejo pasar. Ella dice malas palabras en italiano mientras baja las escaleras del porche y yo cierro la puerta con llave. — Hola, Dimitri —lo saluda—. No tendrías por qué haberte bajado con el frío que hace, puedo abrir la puerta. — Es mi trabajo, señora. Bajo las escaleras del porche y le sonrío a mí chófer. — Buenas noches, señor —me saluda. — Dimitri —con un asentimiento de cabeza, entro en el coche y me siento al lado de mi prometida. A ella no le gusta Rusia y lo entiendo, a mí tampoco después de vivir el mejor verano de mi vida en Italia. Cuando Dimitri se pone en camino al restaurante, cojo la mano de Chiara y le quito el guante que lleva. No tardo en tener sus nudillos en mis labios y los beso. — Vas preciosa —susurro. — ¿A pesar de que no me he puesto el vestido de satén? — A pesar de eso. Esta noche tendré más trabajo para desnudarte pero no me importa. Ella golpea mi pierna y sonrío. Sigue incomodándole que alguien escuche nuestras conversaciones. Puedo conducir perfectamente. Mis coches están guardados en el enorme garaje que venía con la casa, pero es más cómodo que te lleven, sobre todo si no hay aparcacoches donde vamos. — No me gusta el frío —apoya su cabeza en mi hombro. — Lo sé, pronto llegarán buenas temperaturas —le miento— Aún queda un largo invierno. — Dimitri, ¿puedes poner alguna canción que recuerde al verano? — ¿Cómo cuál, señora? — Chiara, por favor, me haces sentir vieja —pide y sonrío— Pues, no lo sé. Alguna que recuerde a la playa —beso su frente y una canción empieza a sonar.” Abro la puerta de casa, una casa distinta de la que compré con ella. Una más grande. Hay una habitación que aún tiene sus cosas porque no he sido capaz de tirarlas. Ella tampoco se llevó nada, solo dinero. El ramo aún está guardado. Todo de ella está guardado. No tardo en hacer una maleta y volver al coche. El teléfono no ha dejado de sonarme y no lo cojo porque es mi padre y no tengo ganas de sus sermones. Puede que haya cogido las riendas de su empresa, pero eso no le da derecho a meterse en mi vida. Me he llevado preparando para llevar la empresa de mi padre durante años y, ahora que la tengo, no me deja hacer las cosas por mi cuenta, siempre está ahí metiendo sus narices en todo. Intentó acabar con mi relación, por supuesto, y pensé que Chiara se iría de mi lado por culpa de mi familia, pero se quedó. Intentó adaptarse a Rusia y sus costumbres y yo me acostumbré a la chica cálida que había conocido un verano en una noche de fiesta. Ella era risueña, fuerte, decidida y decía muchas palabrotas. También era ardiente e insaciable, una droga. No pude separarme de ella en todo lo que duró mi estancia ese verano en Italia. Era como si el destino quisiese que la encontrara bailando una canción horrible en español. Me fijé en ella, por supuesto, y ella se fijó en la forma en la que yo bebía. Mucho y deprisa. Me había dicho que quería tener una resistencia como la mía y bebimos. Me bajo del coche y no tardo en entrar en el jet saludando a la azafata y al piloto. Me quito la chaqueta y me siento esperando que el vuelo se me pase rápido. — ¿Vodka, Señor Ivanov? Asiento y no tardo en tener el vaso en mis labios dejando que el fuerte líquido pase por mi garganta. Me quedan muchas horas de vuelo para pensar en cómo voy a sorprenderla.
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