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La maldición de la hora azul

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La hora azul, como su nombre lo indica es ese momento justo después de la hora dorada. Cuando el cielo ha perdido prácticamente esos tonos naranjas y amarillos y empieza a predominar el azul intenso. Justo cuando la maldición comienza.

Valentín Cabrera, un exitoso hombre de negocios que lo tiene todo: dinero, amigos y una linda familia: la vida perfecta. Sin embargo, tras la muerte de su madre y la traición de su padre a un pacto hecho, hace muchos años. Cae sobre él una terrible maldición.

Una maldición que solo el amor puede romper, pero ¿Quién se enamoraría de un hombre maldito?

Ana María Hockmeyer, es una hermosa joven que lo tiene todo: dinero, amigos y una linda familia, pero tras la muerte de sus padres queda a merced de su malvado tío, quien por ambición la vende a un hombre años mayor que ella.

En su desespero Ana María huye de la finca con su fiel doncella, la joven se interna en las montañas donde es atacada por un animal salvaje y salvada por Valentín, quien la lleva a su Finca. Con el temor de que su secreto sea descubierto.

¿Podrá Valentín encontrar el amor? ¿Será Ana María la mujer que rompa la maldición?

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PREFACIO
Todos los derechos reservados obra registrada 15/09/2021  Safe Creative Registro: 2109169266734 AÑO 1,850 —Por favor Martín piensa las cosas un poco más, no hagas algo de lo que puedas arrepentirte algún día. Por todo lo sagrado piensa en nuestro hijo —el hombre rio de manera desquiciada como si estuviera loco. Aferró sus dedos sobre el cabo del machete bien empalmado.   —¿Nuestro hijo? ¿No los ves mujer?, está muriendo de hambre y yo no puedo soportarlo más ¿Cuántos niños tienes que enterrar para darte cuenta de nuestra desgracia Agustina? Ser pobres nos ha condenado a esta vida miserable, no consigo un trabajo estable, me botan sin pagarme, no soporto más ese desprecio de esos forasteros, invadieron nuestras tierras y nos tratan peor que perros.   » Ellos no son más gente que nosotros, mujer. No quiero y no estoy dispuesto a perder al único hijo que me queda mujer, no puedo Agustina, ¡No puedo! —gritó el hombre con desesperación.    La mujer dejó correr su llanto, pérdida en su miseria. No podía retener a su marido, el corazón le dolía ante la posibilidad de perderlo, no podía soportarlo “¿Qué haría ella con un niño pequeño y sin oportunidad de trabajo?” se preguntó mientras su marido la miraba con dolor.   —No llores mujer, lo he decidido esta noche me convertiré en un hombre rico y todos aquellos que nos han despreciado y negado su ayuda lo lamentaran. Venderé mi alma si es necesario, pero me niego a seguir siendo pobre —con aquellas palabras dejó su destartalada choza, a su mujer llorosa y a su único hijo dormido sobre el petate de paja que ocupaban como cama.   —¿Qué debo hacer señor? —Agustina se preguntó. Se limpió sus lágrimas con su delantal viejo y rasgado. Miró a su pequeño dormir y el corazón se le estrujó dentro del pecho. Pues el niño se había dormido sin probar bocado, porque no había comida y mucho menos dinero para comprar alimentos.   Sollozo de nuevo tratando de no despertar a su hijo. Si Martín conseguía vencer, nunca más volverían a pasar necesidades, nunca más su pequeño se iría a la cama sin cenar, pero si Martín fallaba… no quería pensar en eso.   **** Martín Cabrera caminó desde su vieja choza, se paró en el mirador desde donde observó la finca. Esta podría ser la última vez que sus ojos vieran la tierra que lo vio nacer: a él, a sus padres y a sus abuelos, la tierra que quería para hijo.   Se limpió las lágrimas que corrían caprichosamente por sus mejillas para girar hacia el cementerio del Rosario, donde esperaba conseguir el pacto, ya no le importaba vender su alma si a cambio su familia tendría un techo sobre su cabeza y comida en su estómago.   “No puedes morir Martín, no puedes fallarle a tu mujer y a tu hijo. Debes vencer y volver a tu choza siendo un hombre rico” se repetía mientras descendía desde el mirador para atravesar el retiro, sus pasos se hicieron lentos y pesados a medida que avanzaba. Quince minutos más tarde dejó la entrada de la finca de San Jerónimo, se adentra por las manzanas de alemán, a escasos diez minutos del cementerio general de la finca Las Mercedes, que colindaba con la finca de Rosario Grande y San José.     Martín sintió su cuerpo pesado con cada paso. La oscuridad solamente era irrumpida por la luz de la hermosa luna que alumbraba su camino, el filo de su machete bien empalmado brillo, su mano se aferró al cabo, este pequeño instrumento era toda su arma contra lo que fuera a enfrentar.   Martín Cabrera trago saliva apenas puso un pie en el cementerio. Sus ojos vieron más allá por donde la capilla, no sabía qué era lo que esperaba ver. Se persignó por última vez, pues después de lo que hoy haría ya no sería bien visto por la iglesia o por el ser Supremo. Pero ya no podía soportar la vida que llevaba.   Se internó en las profundidades del campo santo, donde la maleza anidaba serpientes y quién sabe qué otras cosas más. Y en un acto de valentía gritó.   —¡Estoy aquí para enfrentarte y si te venzo deberás convertirme en un hombre rico! —gritó a la nada. El viento sopló meciendo los árboles con fuerza y la maleza de un lado a otro. Un escalofrío recorrió la columna vertebral Martín, su cuerpo se pesó y una niebla cubrió la luna llena, volviéndose todo oscuridad.   —¡Quiero hacer un pacto contigo! ¡Te ofrezco mi alma, pero conviérteme en un hombre rico! —desesperado volvió a gritar, el viento meció de nuevo los árboles, el frío calaba sus huesos y le erizó la piel.   Pero no había ninguna otra respuesta. Estaba desesperado quizá su compadre Juan le hubiera metido sobre el pacto y las almas “¿Era esta una señal de que estaba cometiendo un error?” se preguntó mientras sus ojos se acostumbraron a la oscuridad. La luna no volvió a brillar y en la distancia en dirección de la finca las Marías, el cielo se tornó anaranjado como si fuego corriera en su dirección.   Martín se cubrió el rostro para evitar ser alcanzado por esa bola de fuego que venía en su dirección. Su corazón martillaba fuerte y desesperado. Con el miedo de no volver a casa, Agustina y Valentín esperaban por él.   El gruñido feroz le hizo abrir los ojos, la oscuridad reinaba de nuevo en el lugar, los rayos de la luna trataban de abrirse paso por la niebla. Mientras un par de ojos rojos lo observaron del hocico del animal salió vaho, como si algo se estuviera quemando en su interior, mientras exponía sus colmillos, Martín retrocedió enredándose con la maleza, cayó de bruces sobre el frío suelo del campo santo.   El animal se lanzó sobre él. Martín levantó el machete como escudo entre él y la fiera evitando que aquellos filosos dientes se le enterraran en el cuello. Se puso de pie para enfrentarlo porque había llegado muy lejos para rendirse. Se preparó para atacar, pero el animal había desaparecido.   Martín tenía miedo, pero tenía mucho más miedo ver morir a su hijo de hambre, los reales que ganaba era nada, no servía para alimentar muchas bocas y sus otros hijos habían muerto por esa causa.   Martín se giró al escuchar el gruñido a su espalda, levantó el machete a tiempo para herir la mano del animal, pero no fue rápido para apartarse y la filosa garra rompió su piel. El hombre rugió de dolor, mientras la sangre se derramaba y caía al suelo mezclándose con la del animal.   —¡Dime que tengo que hacer para tener un pacto contigo! —gritó sosteniendo su brazo herido.   —Ya lo has hecho al invocarme, Martín Cabrera —la voz de un hombre se hizo escuchar.   Martín observó el lugar, pero no había nadie más que él y la bestia que gruñía herida.   —¡Muéstrate quiero conocerte! —gritó Martín viendo en todas las direcciones esperando encontrar al dueño de aquella voz cantarina, parecía la voz de un hombre joven.   —Pides mucho Martín Cabrera, para ser mortal. Pide lo que deseas y te será concedido, pero te advierto Martín que si me traicionas te maldeciré a ti y a toda tu familia. Si me traicionas desearás no haber venido a este lugar.   Martín tembló, su cuerpo se sintió pesado y el frío de la muerte acaricio su alma, pero no podía echarse atrás.   —Quiero riquezas —dijo seguro de su deseo. La risa del hombre se escuchó por todo el lugar, parecía estar burlándose de él.   —Humano y ambicioso, pides lo mismo que piden todos ¿Por qué no mejor la inmortalidad? —preguntó el hombre con burla.   —Solo quiero una vida digna para mi hijo y ser respetado por todos aquellos que me han humillado —respondió Martín.   —Tendrás exactamente lo que has pedido Martín a cambio de tu alma, cuando mueras vendré por ella y es posible que nunca encuentres la paz, ni el descanso eterno —Martín luchó para mantenerse de pie ante aquellas palabras   » Y algo más, deberás entregarme un alma por año, si fallas las riquezas se esfumarán de tus manos como agua entre los dedos y si me traicionas ya lo sabrás…   El viento sopló con fuerza en todas direcciones, Martín sembró el machete en el suelo y se aferró a él con fuerza. Mientras la bruma se dispersaba en un remolino de fuego. La luz de la luna alumbró de nuevo. El hombre abrió los ojos y no había más que soledad. Su cuerpo se desvaneció sobre el volcán de tierra donde descansaba algún cristiano. Cerró los ojos sin fuerza, la herida de su brazo quemó mientras se sellaba sola, dejando una marca en forma de serpiente grabada para siempre en él. 

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