Capítulo 1. Una Nochebuena inesperada
—¿Dónde estás, Roco? Te traje tus croquetas favoritas —habla Milena desde la puerta.
Hoy fue un día bastante cargado en la confitería.
Aunque ama lo que hace y cada parte de su negocio lo consiguió sudando la gota gorda, hay días que no puede con tantos pedidos, especialmente hoy, que es Nochebuena.
Se quita el abrigo y los zapatos, y los tira a un lado para sentir el frío piso de su departamento. El alivio en sus cansados pies es inmediato.
—¡Nene! —vuelve a gritar. Es raro que él no vaya a recibirla como siempre—. ¿Acaso sigues dormido?
Deja algunos potes de comida y helado en la mesada de la cocina, y va hasta su habitación, donde su único compañero desde hace cinco años se pasa el día entero durmiendo, jugando y rompiendo algunas cosas.
—Roco, ¿qué sucede contigo? ¿No extrañaste a mamá? Dije que tra… —Abre la puerta, y el viento frío que entra desde la ventana la hace suspirar con pesadez. ¡Ese travieso se escapó de nuevo!
Desliza la compuerta que lleva al balcón y desde allí puede ver su ruta de escape. Ese gato lo hizo otra vez.
Su desesperación aumenta cuando nota la ventana del departamento de al lado entreabierta. ¿Cuál será su obsesión por ir a ese departamento? Es un gran enigma para ella. Esto sin duda va a meterla en serios problemas con la gerencia del edificio.
Mira a sus lados y teme que su única opción sea entrar allí a escondidas y sacarlo. La primera vez no hubo necesidad de hacerlo porque una de las chicas de la limpieza la ayudó y hasta se encargó de limpiar el desastre que había ocasionado, pero ahora Lupe no se encuentra en su horario de trabajo.
Maldice en mil idiomas posibles mientras se golpea la frente con los dedos. Trata de pensar en algo, pero no lo consigue. ¿Por qué le tiene que ocurrir esto justo hoy? La doctora le dijo que debía relajarse, acostarse temprano e hidratarse mucho para su cita del lunes. ¿Cómo conseguirá eso con ese gato escapando a cada rato?
—Vamos, Mile, tú puedes hacerlo —se insta, y respira profundo un par de veces para serenarse—. Solo debes ir allá y sacarlo. Eso es todo. Será rápido, y nadie se va a enterar nunca.
Echa una última mirada hacia abajo. Estar en el décimo piso del complejo en medio de una tormenta de nieve no le ayuda en nada. Cierra los ojos y recuerda lo que le dijo el gerente cuando se mudó allí. No puede permitir que le pase algo a Roco.
Con mucho temor, camina por la reducida escalinata que une ambos balcones. No vuelve a mirar abajo hasta lograr dar con el barandal del otro departamento. Sin perder tiempo, abre la ventana y de un salto ya está dentro de la habitación de su misterioso vecino, al que jamás vio en estos seis meses que ha vivido allí. Lupe le había dicho alguna vez que él no llega hasta las diez de la noche, lo que le da suficiente tiempo para agarrar a su travieso e irse. Apenas son las siete.
—¿Roco? —lo llama en susurros, y camina con mucho sigilo por el lujoso y semioscuro departamento. Cada paso se siente pesado por la anticipación—. Mamá vino por ti. Ven, vamos a casa ahora.
El sitio huele a nuevo y limpio, pero sobre todo a ese aroma amaderado de los perfumes para hombres. El ambiente es moderno y sobrio, con tonos grisáceos y negros. Todo perfectamente ordenado y distribuido. Cuadros y jarrones con diseños exquisitos. No cabe duda de que el vecino es soltero, porque, a pesar de que todo se ve espectacular, falta ese toque femenino y hogareño.
De pronto, el ruido estridente de un cristal al quebrarse le corta la respiración. Va de prisa hasta la sala de estar y divisa a su gato enredado con luces navideñas; camina muy campante sobre una repisa de vidrio y tira a su paso cada portarretrato que encuentra. El árbol decorado, o que al menos lo estaba antes de Roco, está en el piso, destruido. Una gran y olorosa mancha marrón se ve junto a uno de los regalos.
Milena siente que el corazón se le va a explotar al ver el desastre. Corre hasta él y lo toma en brazos. Sus manos no dejan de temblar mientras se deshace de las luces atadas a su oscuro cuerpo felino. No sabe qué hacer o decirle. Ahora ya no hay nada ni nadie que los salve.
Antes de que pueda ser consciente de su cruda realidad y limpiar el oloroso «regalo», la puerta de la entrada hace un ruido. No puede ser, él ya está allí.
Coloca a Roco dentro de su chaqueta y corre hasta la habitación, la misma por donde había entrado. Intenta abrir la ventana, pero esta no cede, está atascada. Mientras más jala, más atascada se pone. Un beep que viene del techo le atraviesa la sien, la aturde. ¡Esto tiene que ser una pesadilla!
—No, no, no —llora, y mueve el picaporte como una verdadera demente.
Olvidó que estos departamentos tienen sensores especiales contra robos.
Voltea solo un poco y ve a una figura azulada entrar por la puerta principal y dirigirse justo donde estaba su gato.
No le queda mucho tiempo.
En su desesperación, corre hacia una puerta que parece ser el armario y se mete en una esquina, ocultándose bajo unos trajes.
Está a punto de hiperventilar, pero se obliga a no hacerlo al colocar la mano sobre su boca. Si ese hombre la descubre allí, va a ir presa en plena Nochebuena.
Luzio tenía planes de ir a la cena familiar, pero la discusión con su padre en la hotelera lo dejó de muy mal humor, como siempre, tanto que salió en plena reunión y fue hasta su apartamento para serenarse. Su amigo Eduardo tiene razón, es mejor dejar la administración WGH y dedicarse a sus propias empresas. Ya no puede con esta presión que su padre ejerce en él. Lo ama, pero también necesita tiempo para sí mismo, ser libre de tomar sus propias decisiones.
En cuanto entra, la puerta reacciona y el sensor de alarma se activa al instante, por lo que bloquea todas las entradas. Trata de abrirla de nuevo con su tarjeta, pero esta no la acepta. Prueba con su huella dactilar y tampoco funciona.
—¿Qué mierda está sucediendo? —se pregunta furioso. Se supone que ya se había arreglado el acceso.
Desde la aplicación en su celular consigue apagar la alarma. Luego llama al jefe de mantenimiento del edificio, quien tarda demasiado en contestar, lo que aumenta su enfado.
Mientras le da su queja, camina hasta la sala de estar y cierra los ojos ante la escena.
—Tomy, creo que entraron a mi departamento para robar. —Recoge el retrato de su abuela del piso y se cubre un poco la nariz por el aroma nada agradable que percibe—. Se supone que esto no pasa en este complejo. ¿Dónde están la ultraseguridad y la comodidad por las que pagué cientos de miles?
—Eso es imposible, señor Wilson. Según mis controles, nadie ajeno al edificio ha entrado ni salido —contesta el encargado del otro lado—. En las cámaras tampoco se ve que alguien se haya acercado a su puerta. Debe ser un error.
—¿Entonces cómo explicas que mi sala esté totalmente revuelta y que el sensor se haya activado? —Luzio camina hasta el sofá y mira los retratos rotos de su familia.
—No sé, señor, pero veré si hay alguien disponible que pueda ir a verificar.
Él corta la llamada y niega con pesar. Esto era lo único que le faltaba y, para colmo, en plena Nochebuena. Solo espera que la gente de limpieza y los operarios no se tarden tanto como la otra vez. No quiere pasar esta noche encerrado en su propio departamento.
Va hasta la barra y se sirve un vaso de whisky para relajarse. Mientras bebe, mira alrededor y no nota nada faltante, aparte del árbol navideño destrozado en el suelo y los portarretratos rotos. ¿Qué habrá pasado?
Contesta algunos mensajes que entran en su celular y luego se dirige a su habitación. Se quita el saco y se deshace de su corbata, que lo tiene asfixiado.
Milena, quien se halla escondida en el armario, puede oírlo. Entretanto, él se mueve por la habitación. Aun con la mano sobre la boca, evita emitir algún tipo de ruido para no ser descubierta. Desde donde está puede oler su colonia crujiente. A pesar de que solo puede ver sus zapatos John Lobb y parte de su pantalón, su presencia es intensa para ella, casi abrumadora.
Roco se mueve inquieto en sus brazos. Intenta zafarse en varias ocasiones, pero Milena hace todo lo posible para contenerlo.
En un santiamén, el felino hace un movimiento brusco, produciendo una herida pequeña en la palma de su mano, así que lo suelta, y él huye de su cautiverio.
«¡Nene, no salgas ahí! —es el grito mental de Milena mientras su gato camina hacia la puerta entreabierta del armario—. Por favor, por favor, por favor». Se muerde la mano para aminorar la angustia. El corazón se le va a salir volando del pecho.
Roco sale y se dirige hacia los pies de Luzio, quien se encuentra distraído en su celular. Como si lo conociera de toda la vida, él se arrima lo suficiente y se restriega por sus tobillos.
—Así que fuiste tú. —Luzio se agacha y le acaricia la espalda.
Roco se tira al suelo y se deja manosear con todo el gusto del mundo.
—¿Se puede saber cómo lograste entrar? ¿Dónde vives, travieso?
Pese a lo difícil de su situación, Milena puede notar que su voz barítona es tan deliciosa como su perfume.
¡¿Cómo se le ocurre pensar en eso ahora?!
Roco se levanta y da vueltas alrededor de él mientras maúlla con suavidad. Milena solo ruega al cielo que a él no se le ocurra volver al armario y descubrir su posición, pero es justo lo que hace. Maúlla con insistencia, pidiendo a Luzio que lo siga.
«¡Maldito traidor!».
Su dueña por primera vez siente ganas de estrangularlo. A ella, quien lo cuidó en todos estos años como su bebé, la traiciona vilmente. ¿Cómo es capaz de hacerle eso?
—¿Qué sucede, pequeño? —inquiere Luzio, y agarra el picaporte—. ¿Qué hay aquí?
Roco vuelve a maullar, mientras que Milena suplica a todos los dioses del universo que el vecino no abra la puerta.
De pronto, el sonido estridente de un celular, su celular dentro del bolsillo de su chaqueta, acelera lo inevitable. La mujer cierra los ojos y siente que se hunde en el abismo.
Ambas puertas del armario se abren con brusquedad, y ellos quedan cara a cara.
«¿Por qué me pasan estas cosas?».