Acomodé la cinta de mi vestido por décima vez esa mañana helada de noviembre, al asegurarme que estaba bien, caminé de un lado a otro, ansiosa de que ese tonto no fuese lo suficiente inteligente como para percatarse que estaría allí. De todos modos, Hall y Black le darían más pistas en dado caso de que no lo lograra a la primera, pero con cada tick tack del reloj, mi corazón se acongojaba por el terror. Nerviosa, mordí mi labio inferior, y dejé que mi mirada vagase por la estancia, para distraerme un poco de la tensión que corría por mis venas. Mi madre se encontraba en la cocina preparando los últimos platos, Lucila jugaba en el suelo con Brooke y Blake, quienes le habían prestado sus juguetes encantados. Ryan y Nia acomodaban la mesa entre bromas, Carl y Paul revisaban por última