La familia Cipriani había vuelto a tener en su poder todas y cada una de sus propiedades. Al pasar los días parecía que cada vez más se acercaban a la luz a través del túnel. Andrew como había prometido se había presentado una vez ellos estaban instalados nuevamente en su casa. Desprendiendo una increíble seguridad caminó hacia la entrada de aquella casa, tocó el timbre y esperó unos segundos. Fue casi al instante que las puertas le fueron abiertas por uno de los empleados. —Buenas tardes, ¿se encuentra la señorita Analia? —preguntó con aquella voz ronca, propia de un hombre. —Buenas tardes, señor. Ella, eh... —tartamudeó la joven sirvienta, turbada al estar frente a aquel hombre que pondría a cualquier mujer a temblar con su sola presencia. —¡Bianca! —alguien llamó a sus espalda