El día que lo conocí

1355 Words
Primera Parte: Capítulo 1 ¿Qué cómo ocurrió? ¿En verdad quieres saberlo? Bueno… si no puedo hacerte desistir de la idea, te lo tendré que contar, pero estás advertido. Lo que estas a punto de leer es quizá una de las anécdotas más extraordinarias que me pudo haber ocurrido, una de las más increíbles también y por supuesto, una que siempre voy a llevar conmigo a donde sea que vaya, y es que nunca me voy a poder deshacer de ello… Era el año dos mil diez, acaba de cumplir quince años y, como sucedía a menudo, llegaba temprano a la escuela. Siempre creí que era una bendición el vivir cerca de la escuela, podía llegar caminando y no tener que subir al autobús escolar como mis compañeros, pero cuando cumplí dieciséis y saqué mi licencia de conducir descubrí que era una maldición no poder hacer uso de ese pedazo de plástico y llegar en mi propio automóvil como el resto de mis compañeros. Ese día lo recuerdo bien, subía las gradas hacia la entrada de la escuela, sujetando con fuerza la falda de cuadros marrones del uniforme escolar ¡Escuela privada! ¿Qué les puedo decir? Siempre me gustó el uniforme de mi escuela, me hacía sentir segura, una gruesa tela de cuadros hasta las rodillas, una blusa tan blanca como la consciencia de un niño, corbata, un sweater marrón, medias, también hasta las rodillas y los zapatos tan brillantes que podía ver mi rostro en ellos. Creo que lo que más me gustaba del uniforme era el hecho de que no tenía que preocuparme por lo que debía de usar para ir a la escuela. En fin, como iba diciendo, comencé mi trayecto hacia mi casillero dispuesta a sacar mi libro de inglés para mi clase del primer periodo y guardar mi libro de Harry Potter y el Misterio del Príncipe. A mis compañeros de clase siempre les pareció curioso el hecho de que siempre iba a todos lados con un libro más grande que mi cabeza, lo cierto es que prefería mil veces estar sumergida en mundos fantásticos a tener que observar lo que me rodeaba ¡Y no porque mi vida fuera mala! Mi vida era y sigue siendo muy normal, pero en los libros podía ser una bruja, una semidiosa, un tributo o una cazadora de sombras. Supongo, como después aprendí, que lo único que necesitaba era algo que me emocionara de verdad. Cerré mi casillero y comencé a caminar por el largo pasillo, mirando mis pies por si tropezaba con algo, soy propensa a las caídas y ya me he roto más de un hueso. Tarareaba en mi cabeza “It’s gonna be me”, abrazando con fuerza mi libro y sintiendo cómo mis gafas se deslizaban hacia la punta de mi nariz. Era miércoles y contaba las horas para el fin de semana, por algún extraño motivo me emocionaba el poder ver a mi papá, su novia le había dado permiso para que nos visite los fines de semana y era algo que realmente me entusiasmaba. Me dirigí hacia las escaleras, puse un pie en el primer escalón y… — Madeleine Me detuve en seco, nerviosa. Di media vuelta, encontrándome con la directora de la escuela, una robusta y gentil mujer con los labios pintados de un muy oscuro rojo. Ella y mi abuela son muy buenas amigas, toman el té juntas y a veces juegan bingo. Se podría decir que mi familia y la familia de la directora eran muy cercanas, aún lo siguen siendo, pero en ese entonces yo y alguno de mis primos cruzábamos por los pasillos de esa escuela, así que era muy frecuente que se vieran. No obstante, me causaba cierto temor que la directora de la escuela quisiera hablarme un miércoles en la mañana antes de que la campana de entrada sonase. — ¿Señorita Rose? Pregunté, acomodándome las gafas y tratando de pararme lo más derecha que podía. — Margaret aún no llega — contestó, haciéndome señas para que la siga — Ella es la voluntaria para darle la bienvenida a los nuevos estudiantes de tu grado… — Oh… Fue lo único que se me ocurrió decir en ese momento. Maldije para mis adentros y empecé a sentir como mi corazón martilleaba mi pecho. No necesitaba escuchar más, sabía lo que la directora me pediría y también sabía que ella sabía que no podría negarme y es que yo era “Esa” alumna. Yo era la alumna favorita de la directora, la que siempre iba a estar dispuesta a todo, representando a mi escuela y sacando el pecho por ella ¡Y no porque fuera una lame culos! Sino porque… ¡No sé! Simplemente era una alumna tranquila, con buenas notas y que nunca se metía en problemas y por ello la directora y los profesores me adoraban. Siempre era la alumna modelo, el ejemplo a seguir, la que usaba el uniforme correctamente, la que daba los mejores discursos, la que hacía los mejores proyectos, la mejor en todo lo que se proponía. Lo cierto es que, en realidad, había solo un par de cosas que realmente me gustaba de la escuela y por las que el mérito era cien por ciento mío, el resto solo hacía mi trabajo porque sabía que tenía que hacerlo y por cuestiones de la vida terminaban siendo lo mejor de lo mejor, pero no lo hacía a propósito, no lo hacía porque me esforzara, solo lo hacía. — Es un chico que viene de una escuela pública… — siguió diciendo — Tiene beca de deporte — Oh… — Estuvo en un campamento de soccer y por ello faltó a la primera semana de clases — Ah… — Hazle sentir bienvenido, muéstrale la escuela, háblale de las clases, los clubes, las actividades — la directora sonrío, siempre se ha enorgullecido de la muy ilustre escuela que dirige — Y haz lo que siempre haces… — posó su mano sobre mi hombro — Ser tú — Claro… — fingí una sonrisa — Yo lo hago — Gracias Madeleine… — nos acercamos a su oficina — ¿Preparada? — Sí… “Ya que” pensé, — Señor Johns — la directora abrió la puerta, ahí pude ver a un chico sentado en una de las sillas con su mochila a un lado — Le dejo en las manos de la señorita Madeleine — volvió a posar su mano en mi hombro, el cuerpo se me escarapeló, nunca me gustó que me tocaran — Ella lo guiará a partir de aquí — Oh… claro… Es lo único que dijo el chico, levantándose de la silla y quedando de frente a mí. Era alto, bueno, todo el mundo es alto para mí y mi metro cincuenta, de cabello ondulados y ojos verdes. Tenía todo el tipo de chico que hace deportes, si es que saben a lo que me refiero. Es decir, esa típica pose, una sonrisa juguetona, ese aire de súper estrella, como si un reflector lo tuviese en la mira, como si estuviese delante a LeBron James y no a un simple estudiante de preparatoria. — Hola… — saludé, abrazando nuevamente mi libro de inglés — Soy Madeleine Tucker — estiré mi mano, mirando la insignia de la escuela bordada en el polo de su uniforme — Bienvenido a Golden Hills — Johns, Nathaniel Johns… Estrechó mi mano y el estómago se me revolvió en ese instante ¿Crees que él lo haya sabido en ese momento? Que nuestras vidas iban a mezclarse de todas las formas posibles, que pasaría con él los mejores meses de mi adolescencia y que destruiría a la sobreprotegida hija de una mujer divorciada ¿Crees que algo de ello pasó por su mente en ese momento? Lo dudo, apenas éramos unos adolescentes. Ninguno de los dos podía saberlo, no había forma de que pudiera saberlo en ese momento, pero ese simple gesto de manos estaba a punto de sellar lo que serían los próximos meses de mi vida. No podía saberlo, pero acababa de iniciar mi historia con él…
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